James Clapper
Trump denuncia una «caza de brujas»
Tras reunirse con los jefes de Inteligencia, el presidente anuncia que presentará un «plan de lucha» contra el «hackeo» internacional en sus primeros 90 días. Reconoce que Rusia lanza ciberataques, pero que no influyó en su victoria
Tras reunirse con los jefes de Inteligencia, el presidente anuncia que presentará un «plan de lucha» contra el «hackeo» internacional en sus primeros 90 días. Reconoce que Rusia lanza ciberataques, pero que no influyó en su victoria
Cuando «The Washington Post» comenzó a publicar noticias que apuntaban a una intervención de «hackers» rusos en la campaña presidencial, pocos imaginaban hasta dónde podría llegar el enfrentamiento entre Donald Trump y los servicios de Inteligencia. De hecho, algunas de las informaciones del diario relacionadas con «hackers» rusos actuando en una instalación de Vermont fueron denunciadas como abiertas falsedades por la NBC y otros medios, provocando una retractación. Cuando el creador de Wikileaks desmintió que hubiera recibido datos de alguna fuente estatal incluso pareció que el tema podía quedar zanjado en favor de los que negaban la intervención rusa.
Así, desde luego, pareció entenderlo el mismo Trump a juzgar por sus tuits. Sin embargo, la situación comenzó a experimentar un giro dramático. El presidente electo denunció una «caza de brujas política» que intenta deslegitimar su victoria electoral, a raíz de la investigación sobre los ciberataques sufridos por el Partido Demócrata durante la campaña presidencial. Lo hizo en una entrevista con «The New York Times» antes de reunirse con los servicios de Inteligencia para abordar el informe clasificado sobre el espionaje ruso. Un día antes, el director de Inteligencia nacional, es decir, el funcionario máximo de los servicios de inteligencia norteamericanos, James R. Clapper, testificó ante el Congreso para señalar a Rusia como una amenaza para «el Gobierno, el Ejército y el comercio».
Horas antes de la reunión de Trump con los servicios de información, «The Washington Post» publicaba lo que presentó como exclusiva afirmando que tenía pruebas de que distintos funcionarios rusos se habían alegrado por la victoria de Trump. La noticia puede corresponderse con la realidad, pero no parece que corrobore ni desmienta lo afirmado por Clapper. Hillary Clinton no podía ser vista con agrado por el Kremlin por su política agresiva contra Rusia, su respaldo a episodios como la revolución del Euromaidan en Ucrania que abrió el camino al poder a Poroshenko y, sobre todo, las millonarias donaciones que recibió del Gobierno ucraniano a través de la Fundación Clinton.
Tras la reunión con los servicios de inteligencia, el presidente electo abogó por combatir de forma «agresiva» los ataques informáticos y, con este objetivo, anunció que designará a un equipo para que presente un «plan» de lucha en un plazo de 90 días a partir de su toma de posesión. Trump consideró «constructivo» el encuentro mantenido con actuales mandos de Inteligencia y advirtió de que, aunque Rusia y otros actores intenten de forma «constante» lanzar ciberataques, la actividad de los «‘hackers’ no tuvo absolutamente ningún efecto» en las elecciones.
Posiblemente, sin embargo, el mayor golpe recibido por Trump antes de su reunión con los servicios de Inteligencia haya sido la dimisión de R. James Woolsey Jr., un antiguo director de la CIA que hasta el jueves formaba parte del equipo de transición presidencial. En septiembre pasado, Woolsey se sumó a los apoyos de Trump afirmando que el candidato republicano entendía las amenazas de seguridad con las que se enfrenta EE UU. No fue, sin duda, un respaldo baladí porque Woolsey ha tenido un papel de extraordinaria relevancia en la Inteligencia norteamericana desde los años 70. Las razones para que Woolsey haya decidido saltar del barco que manda Trump son diversas. Algunas fuentes han apuntado a que se sentía crecientemente molesto Trpor el tono de los tuits de Trump. Con todo, puede haber pesado mucho más en su decisión el hecho de haberse visto relegado en las últimas semanas en relación con el teniente general retirado Michael T. Flynn, que será el asesor de la Casa Blanca para la seguridad nacional. Flynn es, por añadidura, una de las bestias negras del Partido Demócrata y, de manera bien significativa, Tim Kaine, candidato a la vicepresidencia con Clinton, lo ha acusado indirectamente de haber dado pábulo a las noticias que acusaban a algunos miembros del equipo demócrata, incluido Podesta, el jefe de campaña, de formar parte de una red pedófila. La historia, que algunos medios sociales han calificado como «Pizzagate», continúa circulando en internet con el previsible descrédito para los demócratas. Con todo, el enfrentamiento nada oculto y creciente entre los actuales directores de los servicios de Inteligencia y Trump parece haber sido la gota que ha colmado el vaso para que Woosley decidiera dimitir.
El interrogante a día de hoy es si los responsables de inteligencia nacional lograron persuadir a Trump sobre sus tesis en torno al espionaje ruso, arruinando así su plan de distensión con Moscú y, de paso, si también alterarán el contenido de la lista para cubrir los cargos vacantes que el presidente debe designar en las próximas semanas. También queda la inquietud de hasta qué punto son vulnerables las medidas de protección y los servicios de Inteligencia de la primera potencia mundial. El escándalo del ciberataque amenaza con enturbiar la investidura de Trump.
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