Sahel
Un comando yihadista asesina a 15 cristianos en Burkina Faso
Las matanzas de civiles por parte de yihadistas y de militares se convierten en una condición de la guerra contra el extremismo religioso
Las matanzas de civiles en Burkina Faso amenazan con convertir el primer trimestre de 2024 en la época más violenta registrada desde el inicio de los ataques yihadistas en 2015. Igualmente, la última semana se ha experimentado una oleada de ataques organizados por el JNIM y el Estado Islámico del Gran Sáhara (EIGS) y que sirven de referencia para comprender la situación de guerra abierta que vive el país africano. El silencio de la comunidad internacional a este respecto, unida a una cobertura mediática discontinua e ineficiente, contribuyen a la prolongación silenciosa de un amenaza que se extiende por el territorio y podría llegar a amenazar las mismas fronteras de Europa.
Sólo entre el 23 y el 25 de febrero, al menos seis localidades burkinesas (Komsila, Kongoussi, Pensa, Tankoualou, Essakane y Natiaboani) fueron atacadas por diferentes facciones del JNIM y del EIGS, donde las acciones de los yihadistas se centraron en las posiciones del ejército burkinés y de los Voluntarios de Defensa de la Patria (VDP), pero también tuvieron como objetivo lugares de culto: una mezquita en Natiaboani y una iglesia en Essakane. Este último ataque se saldó con la muerte de quince fieles cristianos y otros dos resultaron heridos, según informó mediante un comunicado de prensa el vicario general de la diócesis de Dori. Burkina Faso, una nación donde aproximadamente el 25% de la población es cristiana, se enfrenta a un aumento de los ataques contra cristianos y que persiguen peligrosamente las mismas dinámicas que utilizan los grupos radicales en la cercana Nigeria, donde los ataques a cristianos son también habituales.
Los ataques ocurridos a lo largo del pasado fin de semana mostraron igualmente una particular violencia contra los objetivos civiles. Decenas de fieles fueron también asesinados en la mezquita de Natiaboani, incluyendo un imán y un niño, mientras se registró un número todavía indeterminado de civiles abatidos en Pensa y Tankoualou. La virulencia mostrada por los yihadistas contra la población civil se traspasa a las acciones de las fuerzas armadas burkinesas, que participan de manera similar en operaciones de castigo contra la población civil y que excusan las masacres conocidas a partir de una situación de guerra abierta donde ninguna norma, incluyendo los Convenios de Ginebra, se aplica. El último caso donde los militares asesinaron a civiles tras acusarles de colaborar con el yihadismo (sin juicio, sin garantías, sin posibilidades de una defensa) ocurrió el 25 de febrero en la localidad de Noden, al norte del país, después de que una expedición de las fuerzas armadas burkinesas ejecutara sumariamente a 27 personas.
Esta estrategia promovida por el gobierno de Ibrahim Traoré no sólo ubica a las fuerzas de seguridad a la altura moral de los yihadistas a los que pretenden combatir y debilita la imagen internacional del Estado como garante de derechos, sino que provoca un creciente sentimiento de rechazo hacia el Gobierno por parte de la población local del norte del país, así y como una prolongación de las dinámicas de venganza que impulsan en ocasiones a los jóvenes a integrarse dentro de las filas yihadistas. Este periodista cuenta con fotografías tomadas en localidades atacadas por el Gobierno burkinés y donde se aprecian claramente a niños apilados junto con el resto de cadáveres, algunos incluso todavía atados a las espaldas de sus madres. Las imágenes no serán publicadas por respeto a las víctimas pero sirven como certeza de que estas “expediciones de castigo” no tienen como único objetivo a los colaboradores del yihadismo, sino también a niños y mujeres inocentes de la culpa que les masacra.
La violencia se enseñorea en Burkina Faso de la mano de los grupos armados no gubernamentales pero también desde el propio Gobierno, que tampoco consigue hacer frente al yihadismo con resultados que se puedan considerar positivos. La facilidad que disfrutan los muyahidines para desplazarse por la geografía nacional queda patente en los ataques del pasado fin de semana. Uno ocurrió al norte del país, próximo a la frontera maliense; otro tuvo lugar en el noreste, cerca de la frontera nigerina; otro en el este; en el sureste; y otros dos ataques ocurridos en localidades de Centro-Norte del país. Burkina Faso, que se encuentra ubicada en la posición número 127 de 145 países analizados por el ranking de Global Firepower, sencillamente no dispone de los medios, pese a la nueva ayuda rusa y la adquisición de drones turcos y vehículos chinos, para hacer frente a la amenaza yihadista que hace casi diez años desde que se introdujo en el país.
El orden de los factores no altera producto: sean los yihadistas o los militares los agresores, mueren civiles en números registrados de forma aproximada. Es una dinámica que se repite en Mali, donde la junta militar dirigida por Assimi Goita tampoco está siendo capaz de hacer frente al yihadismo, pese a su promesa de acabar con los ataques y que sirvió como justificación primera para tomar el poder en 2021. La violencia aumenta en ambos bandos sin vistas a final, aunque se sobreentiende que ese final vendrá condicionado por profundas cicatrices sociales que darán lugar a una paz de naturaleza frágil y no necesariamente duradera.
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