“La Viuda Negra”
Griselda Blanco, la jefa narco que mató a 250 personas, asesinó a sus tres maridos y fue madrina de Pablo Escobar
La figura legendaria de “La Viuda Negra” sigue presente en Colombia. Ahora Netflix revive el mito. Una vida más escalofriante que la ficción
Colombia tuvo varios capos mafiosos muy temidos, unos más sanguinarios que otros. Sin embargo, el periodo que dominó Griselda Blanco sobresalió entre todos ellos, pues su historia es mucho más siniestra que la ficción de la película que acaba de realizar Netflix sobre ella, con Sofía Vergara como personaje central.
Revivir la vida de Griselda no resulta grato para muchos colombianos, que sufrieron el flagelo del narcotráfico, aunque sea una versión edulcorada al estilo Hollywood.
Blanco tenía varios apodos. La llamaban “La viuda negra”, por haber asesinado a tres maridos, o “La Madrina”, por su comparación con la película "El Padrino" de Francis Ford Coppola, que le apasionaba. También por haber apadrinado a Pablo Escobar Gaviria en la conformación del Cartel de Medellin.
Una dura vida desde bien pequeña, que incluyó abusos y violencia, la convirtieron en una mujer dominante, con una brutal y cruel personalidad. Griselda fue una de las “pioneras” del tráfico cocaína hacia Estados Unidos durante las décadas de 1970 y 1980, con una aceitada organización que después siguió utilizando Escobar. Terminó, como muchos traficantes, ejecutada a sangre fría por sus rivales.
La madre de Griselda se quedó embarazada de su patrón, un hombre rico que no quiso reconocer al bebé. Desde ese momento la mujer vivió como pudo en la ciudad caribeña de Santa Marta, en el norte de Colombia. Cuando Griselda tenía 11 años ambas se mudaron a Medellin. La madre caminaba las calles de la ciudad y la pequeña comenzó a delinquir con una banda que ella misma había armado. Se dedicaban a pequeños robos y saqueos.
Griselda vivía en un hogar donde el maltrato era cotidiano, lo mismo que el abuso que sufría de parte de la pareja de su madre. Así se fue formando una personalidad violenta y antipática.
Un día su banda decidió dar un golpe grande y secuestró a un niño de nueve años, hijo de una familia acaudalada. Como los padres no pagaban la cifra pedida como rescate, Griselda hizo gala de su liderazgo matando de un disparo al menor. De esa manera comenzó la leyenda de “La patrona”.
La reina de la cocaína
A los 14 años se fue de su casa, harta de los abusos. Y pronto mostró todo su potencial en el mundo delictivo. “Ya quinceañera era una temible delincuente. Los hampones más grandes la codiciaban”, cuenta Iván Gallo en su biografía.
Formó pareja con Carlos Trujillo, un seductor falsificador de visas bastante mayor a ella. Tuvo tres hijos con este hombre, un alcohólico que terminó muriendo por una cirrosis. A los pocos meses se casó con Alberto Bravo, un pequeño traficante que la introdujo en el mundo de la cocaína. Se mudaron a Nueva York, donde comercializaban a diez veces su valor los cargamentos de cocaína pura que compraban a enfermeras de una clínica de Medellin.
La fachada era la empresa de importación y exportación que Bravo tenía con su hermano. Al poco tiempo ya habían expandido el negocio y se asociaron con un par de narcos que después conformarían el Cartel de Medellin.
En la década de1970, Griselda y Bravo vivían en Queens, Nueva York, y se dedicaban a traficar fuertes cantidades de cocaína y marihuana que compraban en Colombia, pero también en Perú y Bolivia. Griselda había impuesto su personalidad y ya era “La patrona”, mientras Bravo pasó a un segundo plano. Fue la que innovó en la forma de introducir la cocaína a Estados Unidos: reclutó varias prostitutas conocidas y las usó como “mula”.
En ese momento los controles eran muy laxos en los aeropuertos. Así que Griselda les rellenaba a las mulas los corpiños y el doble fondo de los zapatos de tacos con cocaína. También usó otros métodos, como falsos fondos en valijas, en jaulas de perros o paquetes con ropa interior.
Mantener la “jefatura” en un ambiente de hombres no era fácil, pero ella fue creciendo con ingenio y brutalidad. Contrataba sicarios para eliminar a rivales y todo aquel que se le oponía. “Griselda usó la crueldad, pero también la inteligencia”, cuenta Gallo.
Cúspide del poder
A mediados de la década del 70 tenía todo el control. Una noche, enfadada porque había descubierto que su marido le robaba, lo encaró en Medellín. Hubo un tiroteo feroz donde Bravo recibió dos disparos en la cabeza. También fueron asesinados sus guardaespaldas.
Griselda resultó herida, aunque sobrevivió. Pero no era una mujer que le gustara estar sola. Así que buscó pareja y el elegido en esta ocasión fue un galán del narcotráfico, Darío Sepúlveda.
Dicen que fue el “gran amor de su vida”. Con él tuvo a su hijo más cercano: Michael Corleone Sepúlveda. Le puso ese nombre porque le encantaba “El Padrino”, la película de Francis Ford Coppola.
En esa época su organización estaba en Miami, donde la rivalidad y los enfrentamientos con otros narcotraficantes era moneda cotidiana. Pero su empresa crecía, extendiendo el tráfico de cocaína a San Francisco y Los Ángeles. Llegó a traficar más de 1,5 toneladas de cocaína al mes.
En paralelo creó un grupo de sicarios a los que apodaban “los pistoleros”. Mataban a quemarropa, utilizando motos para atacar y escapar. Por esa época conoció a Pablo Escobar, quien se dedicaba a la pelea de gallos y otras actividades por el estilo. A Griselda le gustó cómo se movía este pequeño delincuente, así que lo reclutó en su organización.
Escobar demostró que era hábil y ambicioso, y que el tráfico de cocaína le sentaba perfectamente. Griselda, después de un tiempo de prueba, lo convirtió en su socio.
La caída de Griselda
Sepúlveda no comulgaba con la organización narco. Le resultaba muy violenta. De a poco se fue apartando y cometió el error de querer llevarse a su hijo. Griselda no lo perdonó.
Lo hizo investigar y descubrió que estaba escondido con el chico en Medellin. Hizo que un grupo de sicarios, disfrazados de policías, lo detuvieran en una ruta de la zona. Lo bajaron y lo ejecutaron frente a su hijo. Luego recibió a Michelle Corleone en Miami, llorando por la muerte de su marido.
Las muertes alrededor de su negocio llamaron la atención de las autoridades de Estados Unidos, que pronto la pusieron en el punto de mira. Se escapó en varias oportunidades, pero la detuvieron en California en 1985. La condenaron a 20 años de cárcel, pero no se amedrentó. Gastó una fortuna para mantener privilegios y lograr su extradición a Colombia.
En la prisión, desde donde seguía manejando la organización, conoció a su cuarto marido, Charles Cosby, un pequeño traficante que llegó a ella escribiéndole cartas donde le expresaba su admiración. Él empezó a manejar el negocio desde afuera, bajo la supervisión de ella, pero cometió varios errores y Griselda lo mandó a matar. Los sicarios fallaron y Cosby recurrió a la policía estadounidense, donde contó detalles de los crímenes de su mujer.
Griselda estuvo 19 años presa. La liberaron en 2004, a los 61 años, y decidió volver a Medellín, donde se instaló en una casona. Su vida había cambiado. Trató de vivir con tranquilidad. Contaba historias a quien quisiera escucharla, y bebía. Parecía que iba a pasar su vejez en calma.
Pero muchos la odiaban en Colombia. En 2012, a los 69 años, un par de sicarios en moto, como los que ella había creado, la esperaron cuando salía de hacer compras en una carnicería y le pegaron dos tiros en la cabeza. Así terminó “la reina de la cocaína”.
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