Tercer mandato
Xi Jinping: ¿Milagro social o espejismo chino?
Para justificar su ambición de un tercer mandato -y, si la salud se lo permite, un cuarto-, el presidente chino afirma que ha acabado con la pobreza absoluta
A pesar de un historial desigual y de una gestión muy controvertida del covid, el líder chino que controla el país con mano de hierro tiene asegurado un tercer mandato como secretario general del partido en el XX Congreso del Partido Comunista Chino iniciado el 16 octubre pasado.
Para justificar su ambición de presentarse a un tercer mandato -y, si la salud se lo permite, a un cuarto-, Xi Jinping afirma que ha acabado con la pobreza absoluta y que la población vive una existencia pacífica y laboriosa, es decir, la estabilidad que algunos han llamado el “milagro social chino”.
En realidad, se trata de una retórica destinada a hacer olvidar que, desde 2010, la tasa de crecimiento es menor cada año, que el 20% de los jóvenes urbanos están actualmente en paro y que el fin de la pobreza absoluta no impide que 600 millones de chinos vivan con menos de 150 euros al mes. Además, el país está encerrado en su política del “Covid cero”, que impone restricciones a la vida cotidiana de cientos de millones de ciudadanos y una cuarentena draconiana a la entrada en la frontera, y hace que cualquier movimiento de una provincia a otra sea peligroso.
A nivel internacional, el historial de Xi Jinping tampoco es especialmente bueno. Su proyecto estrella de las Nuevas Rutas de la Seda, que debía traer “la felicidad al mundo y a todos sus pueblos”, está empantanado y las relaciones con Estados Unidos nunca han sido tan malas desde hace medio siglo. Pero el líder chino no es de los que se cuestionan: “El momento más peligroso es cuando la convicción empieza a flaquear”. Tras su nombramiento, hace diez años, no tardó en concentrar el poder en sus propias manos, romper con la colegialidad y lanzar un reenfoque ideológico dentro de la sociedad civil.
Así, al menos 1,5 millones de ejecutivos y altos cargos del Partido fueron sancionados en una grande campaña anticorrupción, que fue sorprendentemente larga y severa. También fue un formidable instrumento de purga política que ha permitido a Xi Jinping eliminar a muchos de sus rivales internos. China estaba plagada de corrupción, la autoridad se diluía y la disciplina dentro del Partido se aflojaba, la desigualdad de la riqueza crecía y los movimientos sociales se multiplicaban cuando Xi Jinping llegó al poder. La élite roja temía que el Partido Comunista Chino corriera la misma suerte que la Unión Soviética. El partido-Estado necesitaba un hombre fuerte que se hiciera cargo. Xi Jinping respondió más allá de todas las expectativas, no dudando en cuestionar la gobernanza del Partido y la estructura de toma de decisiones del sistema chino.
El secretario general del Partido, al que a menudo se le denomina “presidente de todo”, que también es presidente de la Comisión Militar Central (CMC) y presidente de la República Popular China, ha reorganizado la dirección central del Partido, transfiriendo muchas responsabilidades del Consejo de Estado al aparato del Partido, y ha creado varios pequeños grupos de dirección del PCCh, todos ellos presididos por él.
Al mismo tiempo, Xi Jinping también ha conseguido consagrar el “Pensamiento Xi Jinping” en la Constitución, aprobar una resolución “histórica” para elevarlo casi al mismo nivel que Mao Zedong en la ideología y la historia del PCCh, y desafiar las normas de sucesión y los límites de los mandatos. En el frente militar, se llevó a cabo una importante reforma del Ejército Popular de Liberación para fortalecer el Partido.
No sólo su personalidad se impuso rápidamente, sino que su método de gobierno fue contrario a dos principios establecidos por Deng Xiaoping tras la muerte de Mao Zedong y el fin de la Revolución Cultural: la colegialidad y el fin del culto a la personalidad. Hoy en día, ningún discurso oficial en China comienza sin una referencia a Xi Jinping. Se recomienda encarecidamente a los funcionarios que estudien los discursos y el “Pensamiento Xi Jinping”.
Adopta la idea de que, en un sistema político leninista como el de China, el líder supremo debe controlar personalmente los principales resortes del poder para ejercer su autoridad de forma eficaz. Al mismo tiempo que consolida su poder, Xi Jinping lanza un replanteamiento en todos los ámbitos de la sociedad civil (medios de comunicación, derecho, ONG, organizaciones religiosas, empresas privadas, etc.), sin dejar casi ningún espacio para la crítica.
Las nuevas tecnologías (inteligencia artificial, moneda digital, etc.) se utilizan para reforzar el control sobre la sociedad. El “milagro Xi Jinping” durará mientras se mantenga el espejismo de una China poderosa, mientras se vislumbren signos de su debilidad (economía, demografía, etc.). El dictador del Levante lo sabe y observa en sus homólogo ruso que para mantenerse en el poder hay que eliminar las ideas, las influencias y las personas que le hacen sombre.
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