Segunda vuelta
Viaje a los barrios del norte de Marsella: donde la República deja de serlo
LA RAZÓN visita los barrios más peligrosos de Francia. La segunda ciudad del país cristaliza el fracaso de un presidente tras otro en cuestión de seguridad
Un adolescente de origen magrebí permanece sentado en un sillón destartalado en el acceso de la urbanización de altos edificios de hormigón de los años 70 caída la tarde. Vigila a los que entran y salen. Si ve a algún desconocido, da la señal de alerta. Un montón de neumáticos y escombros a modo de «checkpoint» impide el acceso por otra de las entradas. También hay un par de menores de edad vigilando. No estamos en Ucrania ni en Siria, pero una instantánea del lugar podría hacer dudar. Nicolas, la persona originaria de aquí que acompaña a LA RAZON en este recorrido por las barriadas más peligrosas de toda Francia, nos recomienda desde el principio que tengamos prudencia y no saquemos fotografías.
Estamos en La Castellane, el barrio del norte de Marsella gangrenado por el narcotráfico que saltó a la fama mundial por el futbolista Zinédine Zidane, originario de esta «cárcel a cielo abierto» como la definió la mismísima adjunta al alcalde de Marsella, la socialista Samia Ghali. Cualquiera que no sea de aquí, nota que es vigilado desde que pone un pie en el lugar. «Todos los políticos prometen pero la situación aquí les importa poco», se lamenta Yamina, una joven de origen magrebí que espera al autobús de la línea 98 en la parada que hay delante de la entrada a La Castellane, el único medio que comunica este barrio aislado con una parada de metro y éste a su vez con el centro de la ciudad. Una odisea de transporte que escenifica geográficamente el problema de estos barrios: su desconexión total con el resto de Marsella y del resto de la República porque La Castellane tiene sus propias reglas.
Cuentan los agentes que cada vez que se evoca este lugar les viene a la cabeza una imagen: la del ex director de Policía local Pierre-Marie Bourniquel cuyo vehículo fue acribillado a balazos aquí en 2015 durante una operación anti estupefacientes y logró milagrosamente salvar la vida. «Esto es como un pueblo abandonado sobre las colinas. A los jóvenes no les queda otra que el trapicheo», nos dice nuestro guía y nos muestra la idílica vista sobre el Mediterráneo que hay desde este tétrico lugar. Un oxímoron de postal. Nicolas explica que todas las cités se estructuran en forma piramidal: un jefe, los vendedores, y los vigilantes, como el que hemos visto en la entrada sentado. La mayoría de los vigilantes son menores de 13 o 14 años y pueden sacarse 100 euros al día para vivir. En diez días, habrá ganado más de lo que sus padres ganarían con el salario mínimo. Estos barrios formados por altos edificios de hormigón se localizan en el distrito más pobre de la ciudad, el 15, donde la tasa de pobreza llega al 42,3%, similar a la de países como Burkina Faso.
La Castellane es una de las múltiples cités que configuran el peligroso cinturón norte de Marsella abandonado por las estructuras del estado. La ola de violencia del verano pasado provocó doce homicidios por ajustes de cuentas según un cálculo del diario «Le Monde». Por increíble que parezca esto es Francia y el presidente Emmanuel Macron se encontraba ayer a menos de 10km de este lugar dando un mitin multitudinario en el casco histórico de la ciudad. Ya lo hizo el pasado verano en plena ola de violencia prometiendo 1.500 millones de euros para modernizar el transporte público y escuelas y reforzar el cuerpo policial. Pero a Macron se le percibe con el mismo escepticismo que a sus antecesores. Hollande también prometió un plan multimillonario que poco solucionó.
«El dinero se evapora en Marsella porque el primer problema de esta ciudad es el clientelismo y las corruptelas locales que nos tienen asfixiados», cuenta Jerôme, funcionario de 53 años residente en Frais Vallon, a donde llegamos tras un recorrido en coche bordeando otro puñado de cités.
Por el camino encontramos un antiguo restaurante McDonald’s de carretera que ha sido rehabilitado como «fast food» social para los más desfavorecidos por los vecinos de Saint-Barthélémy después de su liquidación judicial en mitad de la pandemia. El proyecto es una cooperativa inmobiliaria que implica a 50.000 vecinos con un aporte de 25 euros.
«Los medios de comunicación contribuyen a la estigmatización», dice Leslie, lamentándose de cómo la simple mención de esta zona conecta al imaginario colectivo con la delincuencia, no dejando espacio para nada más. La camioneta de la asociación con la que colabora, Arte y Desarrollo, recorre estos barrios desde hace dos décadas proponiendo talleres de pintura a niños de estas zonas desfavorecidas. «Yo hice danza y teatro y salí de uno de estos barrios. Ahora intento transmitir esa esperanza a los chicos», asevera.
La mayoría de este cinturón de islotes, separados por carreteras, se acabaron de constituir en los años 80 y cada uno cuenta con una sociología particular. Les Rosiers y Bon Secours albergan a comorenses y norteafricanos; la Castellane fundamentalmente a magrebíes; en la Renaude se mezclan árabes, gitanos y comorenses. En los colegios vetustos, los profesores, desamparados, cambian todos los años. El ratio entre número de alumnos por profesor es en ocasiones ingente y a los padres, que se encuentran a su vez en situación precaria, les cuesta transmitir su convicción respecto de la utilidad de la enseñanza. Las redes del narcotráfico hacen el resto.
En cartografía del voto de la primera vuelta de las elecciones se observa un fenómeno con nitidez. Una línea separa a los barrios sensibles del norte, donde siempre gana la izquierda de los barrios de clase media obrera colindantes entregados a Le Pen, con miedo a que se extienda la problemática. Marsella es la segunda ciudad de Francia y cristaliza en sí misma el fracaso de un presidente tras otro en las cuestiones que la atormentan como la inseguridad o la exclusión social. Nadie sabe cómo resolver la crisis interminable en la que vive instalada la ciudad. Macron ha intentado abrir una nueva página en las relaciones con el nuevo poder local, ahora en manos de la izquierda después de casi tres décadas controlado por la derecha. Después del anuncio de Emmanuel Macron del pasado otoño, Le Pen acudió a Marsella prometiendo mano dura y definiéndose como la única con capacidad de «restablecer la serenidad» en las cités. Cuando todo parecía indicar que la seguridad iba a imponerse como uno de los temas estrellas de la campaña, llegó la guerra de Ucrania y la inflación y la crisis energética lo relegaron a un segundo plano. La crisis de los servicios públicos en estos barrios es tan grave que incluso en la primera vuelta muchos ciudadanos se quejaron de todas las dificultades que tuvieron para votar: largas esperas, mesas incompletas, papeletas. Ni siquiera en esto Marsella es Francia.
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