Testigo directo
No habrá guerra en Ucrania, habrá guerra en Ucrania, no importa si hay guerra en Ucrania
Diferentes ciudadanos afectados por el conflicto ucraniano expresan su opinión a LA RAZÓN desde la región de Lugansk
La sierra mecánica de Nikolay se escucha sobre el estruendo de las explosiones y de las ametralladoras. A cubierto tras las placas de acero que vallan su jardín, apenas si se inmuta cuando los proyectiles de mortero caen cerca de la casa. “Mi mujer me pidió que hoy cortara un poco más de leña”, contesta, encogiéndose de hombros al preguntarle por qué no espera a que cesen los combates de su alrededor. Nikolay es el ejemplo perfecto de cómo el ser humano puede mantener una rutina incluso en los momentos más difíciles. Porque sabe que romper la rutina sería catastrófico para él y su esposa: “en cuanto deje de cortar leña cuando mi mujer me lo pide, ese será el día que tendremos que irnos de aquí”. Es un jubilado de 60 años que lleva viviendo desde niño en Lugansk y que no muestra interés alguno en abandonar “su tierra” o en “participar en la guerra”. Como tantos otros ucranianos que llevan casi nueve años malviviendo en la línea de frente, opina que ya no hay amigos o enemigos en este conflicto, tan solo violencia e incomprensión por ambos lados.
El tableteo de las ametralladoras se acerca a nosotros. Nikolay me pide un cigarrillo y se lo enciende con un gesto pensativo. Suena un estampido. “Eso era un obús de 82 mm”, asegura tras escucharlo, y me indica el tamaño del proyectil separando las manos. Nikolay es un tipo duro. Hace años que se le cayeron todos los dientes y apenas ve de cerca, pero no quiere gafas, no quiere dientes nuevos, en realidad no quiere nada en concreto. Nikolay tampoco tiene amigos ni enemigos porque, si bien él es ucraniano, sus padres eran rusos, algunos de sus yernos son rusos e incluso varios primos suyos son rusos. “¿Y quién quieres que sea mi enemigo?”, pregunta con cierta sorna, “¿mi primo o mi hermano?”. Me señala a un punto aleatorio del bosque que hay junto a su casa y con una precisión matemática me indica qué zonas son “rusas” y cuales ucranianas. Pero insiste en que, para él, “rusos o ucranianos, los árboles son los mismos en uno y otro lado”. Lo único de lo que parece convencido es que habrá guerra. “Y será pronto”. De todos modos, ni siquiera entonces tiene pensado dejar su rutina.
Resulta sorprendente comprobar cómo, cuanto más se aleja uno de la línea de contacto, menos cautelosas se vuelven las declaraciones y más rabiosos se tornan los discursos. La reposada sabiduría de Nikolay se esfuma a la vez que el eco de las escaramuzas. Leonid trabaja para una productora de cine ucraniana que ahora mismo graba una película bélica en los alrededores de Sievierodonetsk. Narrará la historia de un veterano de la guerra de 2014 pero “sin posicionarse en ninguno de los dos bandos, sino enfocando la historia desde las emociones del veterano”. Leonid nació en el oeste de Ucrania y ahora vive en Kiev, pero confiesa que tiene una semiautomática en su casa de la capital y que “si Rusia ataca, defenderé mi país, por supuesto, por qué no”. Piensa que los españoles harían lo mismo en su lugar. Pone de ejemplo a su hermana, madre de dos niños y voluntaria del ejército ucraniano. Combatió en Donbás durante dos años y ahora ha pasado a la reserva, pero ella tampoco dudaría en tomar de vuelta las armas para defender Ucrania de cualquier agresor, “venga del este o del oeste”.
“No sé quién ganaría la guerra pero seguro que les haríamos pasar un mal rato a los rusos”, asegura sonriendo a medias. Y añade una frase lapidaria que parece sacada de una película de acción: “cada paso que los rusos den en nuestra patria lo pagarán con sangre”. El visceral discurso que enarbola el joven Leonid pone los pelos de punta. Pero confía en el Ejército ucranio y en su capacidad para enfrentarse al gigante ruso, desde que ya tienen a las espaldas ocho años de experiencia en combate y “esa experiencia es mejor que ninguna tecnología moderna”. Además, está convencido de que “la identidad nacional ucraniana se ha fortalecido en estos últimos ocho años y está más consolidada que nunca”.
Las opiniones son del todo variadas en la región de Lugansk. Olena, una traductora joven y esperanzada, mantiene una postura más moderada en lo que respecta a los últimos acontecimientos. Calcula que en torno a un 80% de la población de Sievierodonetsk, o puede que más, no huirían en caso de invasión pero “no para luchar, sino para ver qué pasa”. Solo le preocupa en sobremanera la postura de Europa. Como muchos otros ucranios, opina que “los últimos gestos de Italia y de Hungría en relación con Rusia, además del Brexit, muestran que la Unión Europea se encuentra en un momento de máxima fragilidad y división”. Confía en que no vaya a haber un ataque ruso pero, si lo hay, duda de la ayuda que pueda prestarles la UE. “Si hay guerra, afectará también a España y a todo el mundo”, comenta convencida, “y si no estamos unidos en este momento decisivo, las consecuencias serán catastróficas para los Balcanes, Polonia y Ucrania”.
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