Historia
Rus de Kiev: el imperio que nombró a Rusia y a la capital de Ucrania
Hacemos un repaso a los orígenes conjuntos de rusos y ucranianos para comprender un poco mejor otras caras del conflicto
Antes de que existieran Rusia ni Ucrania ni Estados Unidos ni España, un nutrido grupo de eslavos orientales nacidos en lo que hoy se considera Finlandia migraron para asentarse en la llanura europea y descender lentamente al sur. Un “subgrupo” de ese grupo mayor incluso bajó hasta Kiev, que no está nada cerca de, digamos, Helsinki, y cuando consiguieron fijar su dominio a las orillas del Dniéper miraron a su alrededor. Liderados por su primer líder, Oleg de Nóvgorod (que hace de personaje estelar en la archiconocida serie de Vikingos), los hijos de los colonos vikingos llamaron a su reino Rus de Kiev. ¿Y no es gracioso que el nombre de un país nazca con la capital de otro? ¿No es de locos?
Un estado fundacional legendario
El Rus de Kiev (que una lengua finesa traduce como “tierra de remeros”) terminó por ser un poderoso imperio de la región que consiguió expandirse más y más bajo el gobierno de la dinastía de Rúrika, hasta que llegados al siglo XI ocupaba la mayoría del espacio de las actuales Bielorrusia, Ucrania, Estonia y Letonia, además de algunas zonas de Finlandia y del este de Rusia, desde su frontera con Europa hasta la ciudad de Kazán. Abarcaba casi 1.500.000 millones de km2. La riqueza del Rus de Kiev es legendaria. No solo por su refinado gusto a la hora de construir iglesias coronadas con cúpulas bulbosas, sino por su posición privilegiada a las orillas tanto de la gran llanura europea como del río Dniéper. Confabulada con su legado vikingo que era mitad guerrero y la otra mitad negociante. El Rus de Kiev fue amo y señor de la entrada a Europa hasta mediados del siglo XIII, hasta la aparición de un nuevo enemigo imparable.
Trescientos años después de la muerte del príncipe Oleg, la Horda de Oro liderada por el temido Batú Kan arrasó con los ejércitos del Rus de Kiev y obligaron al viejo reino a fragmentarse en siete principados, de manera que algunos de los principados sucumbieron a la brutal ocupación de los mongoles (como fue el caso de la zona que hoy conocemos como Ucrania) mientras que otros se escurrieron (como fue el caso del Principado de Moscú) del control de los asiáticos y pudieron asentarse y desarrollarse a las orillas del Volga.
Damas y caballeros, nada más que andamos repasando viejas notas sobre el interminable drama de nuestro mundo. De momento vamos a despedirnos del Principado de Moscú, le dejaremos un par de siglos al horno hasta que se transforme en el Imperio ruso y volveremos a posar la vista en los territorios de Ucrania. En la gastronomía del país todavía pueden apreciarse matices similares a los de los platos de Mongolia.
La cuestión de Crimea y rifas entre rusos y polacos
Hasta ahora he excluido una porción de tierra cuando me refería a “los territorios de la actual Ucrania”. Este pedacito en concreto nunca perteneció al Rus de Kiev y apenas fue invadido durante unos pocos años por los mongoles, era un pedacito más independiente que el resto y que casi cada siglo provoca una guerra: la península de Crimea. Hoy se la riñen los gobiernos de Kiev y de Moscú pero este pedacito ha caído en manos de hunos, mongoles, turcos, tártaros, godos, bizantinos… su importancia en el escenario geopolítico del mar Negro es centenaria.
Al núcleo del extinto Rus de Kiev tampoco le iba mucho mejor. Con la retirada de los mongoles, mientras el principado de Moscú digievolucionaba en imperio en tiempo récord, el territorio quedó a merced de nuevos grupos. El principado de Galicia-Volinia (la versión kievita del principado de Moscú) malvivió un breve tiempo tras librarse de los bárbaros hasta que fue invadido en el siglo XVI por una alianza polaco-lituana que se repartió el norte y el sur del país durante poco más de un siglo.
Y aquí empieza el entresijo: sin que nadie se diese mucha cuenta, los zares de Rusia promovieron durante estos años una serie de campañas de emigración de sus nacionales a otros lugares próximos a su territorio (Kazajistán, Georgia, Ucrania, Bielorrusia…) para establecer mayorías rusas que luego facilitasen la anexión de dichos lugares con la menor violencia posible. El plan funcionó. Los lituanos se esfumaron de Ucrania a mediados del siglo XVIII y en su lugar se estableció Rusia, el primo que, quitando algunas intromisiones del imperio austrohúngaro u otomano, se limitó a repartirse con Polonia el territorio ucraniano (esta vez sí, Crimea incluida) durante ciento y pico años más.
Los rusos argumentan que Crimea se considera ucraniana a ojos de la comunidad internacional solo porque los rusos decidieron incluir la famosa península en el óblast de Ucrania. Para los rusos, Ucrania y Crimea son algo así como Castilla y León. Son dos territorios diferentes integrados en un único óblast/Comunidad Autónoma por cuestiones administrativas de reyes muertos. Y para ellos, Crimea no es de Ucrania como León no pertenece a Castilla, algo así. Es complicado. Los sueños del príncipe Oleg, el galope imparable de los khanes, el entusiasmo que mostró la zarina Catalina por Odesa en el siglo XVIII, las maquinaciones de Kruschev, el curso del Dniéper... cien casualidades que les ocurrieron a personas importantes de hace siglos nos han llevado hasta la Ucrania de hoy. Solo nos queda esperar a ver el resultado de esta pelea entre primos.
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