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Naftali Bennet, el nuevo hombre más odiado de Israel

En su primera semana, el “Gobierno del cambio” ha respondido a las agresiones de Hamas y entregado 1,2 millones de vacunas a los palestinos

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Cuando el jueves el primer ministro israelí, Naftali Bennet, se reunió con el comandante en jefe del Ejército, Aviv Kohavi, perfiles en redes sociales ironizaron: «Seguramente este encuentro duró más de 30 minutos».

Se referían al escueto traspaso de poder entre el líder de la oposición, Benjamin Netanyahu, y el nuevo «premier». Sin foto ni apretón de manos, «Bibi» cedió a su ex jefe de Gabinete más de 12 años consecutivos de legado al frente de Israel. «Decenas de conversaciones con líderes mundiales, la carpeta nuclear iraní, o los vínculos estratégicos con EE UU durante los mandatos de Obama y Trump, fueron borrados de la agenda del ‘premier’ saliente, como si se tratara de un asunto privado», destacó Yossi Verter, analista de «Ha’aretz».

Uno de los altos oficiales entrantes en la oficina del primer ministro describió como un «shock profundo» el relevo. Funcionarios que trabajaron en el despacho del «premier» saliente confesaron que se les dio orden de triturar documentos oficiales, una práctica ilegal. De inmediato, «Bibi» replicó que «se trata de una gran mentira». En cualquier caso, Bennet tomó las riendas sin detalles de operaciones clave. Por ejemplo, la luz verde para la venta de cazas estadounidenses F-35 a Emiratos Árabes Unidos (EAU) –sin involucración del Ministerio de Exteriores o la fuerza aérea–; o las posibles irregularidades en la compra de submarinos militares a Alemania.

Por si fuera poco, «Bibi», que ya lleva una semana ocupando la residencia oficial de la calle Balfour a pesar de su relevo, avanzó que permanecerá en el lugar hasta que su residencia privada en Jerusalén disponga de las «medidas de seguridad necesarias». Su predecesor, Ehud Olmert, hizo las maletas cuatro días después de perder los comicios.

Pese a ello, esta semana se produjo la foto oficial del «Gobierno del cambio». El tándem de Naftali Bennet y Yair Lapid posó con el resto del Ejecutivo, formado por 28 ministros. Fue una imagen histórica: el primer líder israelí que viste kipá; una inédita suma de ocho partidos de opuestas ideologías; nueve mujeres al frente de relevantes carteras, incluida la primera que ejerce en el cargo con una minusvalía física (silla de ruedas).

Tras formalizar su apuesta por el Ejecutivo transversal, Bennet le confesó a sus hijos: «Pasaré a ser el hombre más odiado de Israel, pero lo hago por el bien del país». Ideológicamente ubicado más a la derecha que el propio Netanyahu –dirigió el consejo que agrupa los asentamientos en Cisjordania–, el líder de Yamina era consciente de que sería tildado como «traidor» entre las bases del sionismo religioso, que aspiraban a revalidar un «Gobierno netamente de derechas».

Sus proclamas pasadas no dejan lugar a dudas. «La era de un Estado palestino terminó», proclamó tras la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Reiteradamente, alegó que establecer otro país en las fronteras previas a 1967 supondría un peligro existencial. Decía que las elevadas colinas cisjordanas se colmarían de lanzaderas de misiles que amenazarían a Israel, como ocurrió tras la retirada de Gaza; se perdería el control de los recursos naturales de «Judea y Samaria» (nombre bíblico judío de Cisjordania); y supondría un revés en la batalla demográfica, pues el nuevo Estado atraería a millones de refugiados palestinos.

Pero la apuesta de este veterano de la guerra de Líbano de 2006 y exitoso empresario de la «Start-up» Nation –vendió su empresa de «software» contra el fraude electrónico por millones de dólares-, supone una particular paradoja. Con su giro pragmático para «sacar a Israel del caos», favoreció el retorno al Gobierno de partidos de izquierda y liberales, así como el ingreso por primera vez en la historia de un partido árabe a la coalición (Ra’am).

Los detractores de la coalición liderada por Bennet y Lapid presagiaban que el «Gobierno del cambio» lo tendría complicado para afrontar cuestiones de seguridad o de política exterior con una voz unánime. Pero pese a la intención de la extrema derecha judía de incendiar el terreno con una nueva «Marcha de las banderas» en Jerusalén esta semana, el Ejecutivo entrante superó la sensible prueba sin incidentes.

Pero el volátil frente de Gaza sigue ardiendo. Desde el martes, palestinos renovaron los lanzamientos de artefactos incendiarios hacia territorio israelí, y el jueves se desataron ocho nuevos incendios en campos agrícolas. Las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), que alertaron estar «preparados para cualquier escenario», bombardearon objetivos de Hamás por toda la franja de Gaza el martes y el jueves, pero más allá de daños a infraestructuras no se reportaron heridos ni muertos.

Bennet, que en el pasado defendió responder con la misma dureza militar ante artefactos incendiarios que a lanzamientos de misiles, debe gestionar ahora la frágil tregua. Los islamistas presionan mediante incendios para acabar permitiendo la entrada de los millones de dólares qataríes, que sostienen a Hamás con pagos mensuales. Desde la guerra de mayo, Israel no ha permitido el ingreso del emir qatarí cargado de maletines con efectivo.

En un significativo cambio de paradigma, el Gobierno transfirió 1,2 millones de dosis de la vacuna Pfizer a los palestinos. Tras meses de críticas de grupos pro derechos humanos y profesionales médicos, el nuevo ministro de Sanidad, Nitzan Horowitz (Meretz) aprobó la medida. Hasta ahora, se había vacunado a 100.000 palestinos que trabajan Israel o en las colonias de Cisjordania.