Israel
Acuerdo in extremis para destronar a Netanyahu del Gobierno
El ultranacionalista Bennet y el centrista Lapid se turnarán como «premier» de Israel en una heterogénea coalición de ocho partidos con apoyo árabe
A falta de dos horas para que finalizara el mandato de Yair Lapid (Yesh Atid) para formar Gobierno, y cuando todo parecía perdido, llegó la luz verde. Tras muchas reticencias, el islamista Mansour Abas (Ra’am) firmó el documento para que Lapid pudiera informar a la presidencia de que logró su apoyo para gobernar. Instantes después, llegaron las rúbricas de Naftali Bennet (Yamina) y Gideon Sa’ar (Tikvá Hadashá). Finalmente, todo queda de cara para poner en marcha el «Gobierno del cambio», en que el tándem de rotación Lapid-Bennet podrá poner fin a trece años seguidos de Benjamin Netanyahu al frente de Israel. Pero todavía falta la ratificación definitiva del Parlamento.
«Recibí los apoyos para formar coalición. Será un Ejecutivo de rotación con Naftali Bennet, en que él servirá en primer lugar como primer ministro», informó por teléfono un sonriente, pero agotado Lapid junto a su socio. Al otro lado de la línea, el presidente saliente, Reuven Rivlin, le daba el visto bueno. «Lo compondremos los grupos parlamentarios de Yesh Atid, Yamina, Azul y Blanco, Ra’am, Tikvá Hadashá, Meretz y Avodá», zanjó el líder centrista. Ante una enorme expectación Abas despejó las dudas: «Dijimos que no estábamos interesados en unas quintas elecciones».
Mientras Bennet ejercerá de «premier», Lapid será nombrado ministro de Exteriores y primer ministro alterno. Otros cargos destacados son Benny Gantz(Azul y Blanco), que mantiene la cartera de Defensa; o Avigdor Liberman (Israel Beitenu), que recibe el ministerio de Finanzas. Los izquierdistas Meretz y los laboristas estarán al frente de Transporte, Sanidad, Seguridad Interna (policía), Medioambiente, o Cooperación Regional.
La ratificación final podría producirse dentro de doce días en el pleno de la Knesset. La preocupación, hasta entonces, son las durísimas presiones que afrontarán los integrantes derechistas de la coalición. En esta fase, la pérdida de un solo voto podría ser decisiva. Desde Yamina, surgían especulaciones sobre posibles deserciones internas. El Canal 12 reportó que el parlamentario Nir Orbach consideraba oponerse a la coalición alternativa. Entre el sionismo religioso, los grupos de WhatsApp ardían ante «la decisión de Yamina de aliarse con la izquierda».
Por la noche, varios analistas especularon sobre las dificultades que afrontará el Gobierno naciente para operar al unísono. Entre las centrales, la relación religión-Estado: la entrada de liberales y progresistas al Gobierno podría poner en peligro el monopolio ortodoxo en cuestiones religiosas. Tras años ejerciendo de soporte fundamental para los Gobiernos de «Bibi», las facciones ultraortodoxas volverán a oposición.
Por otra parte, Bennet se coronará como el primer líder israelí que viste kipá (gorro tradicionalista judío), y las facciones izquierdistas lo tendrán complicado para contrarrestar a un Ejecutivo mayoritariamente derechista. Entre las cláusulas del acuerdo definitivo, se acordó poner en marcha un ente para preservar la zona C en Cisjordania –bajo control civil y militar israelí–, donde están concentrada la mayoría de colonias judías. La prueba de fuego vendrán a la hora de aprobar presupuestos, mantener una política exterior coherente y consensuada, o cómo afrontar una reanudación de la violencia en el conflicto con los palestinos.
Las negociaciones «in extremis» entre los líderes del heterogéneo bloque del cambio se prolongaron hasta último minuto antes de la medianoche. Los reporteros políticos estaban exhaustos. Las diferencias centrales giraron en torno a exigencias maximalistas de la facción árabe, que colisionaron con los elementos más derechistas de la coalición que se intentaba conformar.
«Debemos aportar servicios sociales e infraestructuras a nuestros poblados», reclamó el islamista Abas en la sede donde se concentraron los equipos negociadores. Consciente de que no lograr suficiente influencia gubernamental podría liquidar su carrera política, Abas exigió aprobar una ley para congelar la demolición de viviendas sin permisos en el sector árabe, legalizar aldeas beduinas no reconocidas al sur del país, revisar la ley «Estado-nación» –que consideran discriminatoria contra los árabes–, o mayores esfuerzos para desmantelar a las bandas criminales.
Desde el conservador Tikva Jadasha, replicaban que eran «demandas imposibles, a los que no accederemos bajo ninguna circunstancia». Pero finalmente, Ra’am logró que el «bloque del cambio» acepte pasar 53.000 millones de shekel (unos 13.000 millones de euros) en presupuestos públicos para desarrollar infraestructuras en la sociedad árabe. Además, según los islamistas de Abas, se logró el reconocimiento oficial de tres poblados en el desierto del Negev.
Otro de los frentes abiertos era el control de la comisión de nombramiento de jueces. Pero finalmente, Ayelet Shaked (Yamina) aceptó rotar en el cargo con la líder laborista, Merav Michaeli. Es un puesto fundamental, responsable de futuros nombramientos como el fiscal general o el asesor letrado del Gobierno.
Indignación entre los simpatizantes del Likud
Al anochecer, llegaron partidarios del Likud y del bloque del cambio al lugar donde se negociaba la coalición del cambio. De inmediato, la Policía se dispuso a separar ambas concentraciones. La chispa podía prender con facilidad. Desde las filas pro-“Bibi” exhortaban: “El bloque nacionalista debe despertar. Os están robando vuestros votos”. Y gritaron clásicos eslóganes amenazadores: “¡marcharos a Gaza, traidores izquierdistas hijos de (Yaser) Arafat!”.
Pese al anuncio oficial, los likudniks rehuían aceptar que el acuerdo se pondrá en marcha. Todo indica que Lapid intentará avanzar la votación parlamentaria a la próxima semana para prevenir posibles giros de guión.
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