África
Burkina Faso, de la calma al infierno en apenas seis años
Muchos de los grupos yihadistas que operan en su territorio provienen de Mali
Burkina Faso era hace algo más de seis años un remanso de paz en la zona. Hoy, el país donde han sido asesinados los periodistas españoles David Beriáin y Roberto Fraile tras ser asaltados por un grupo armado, vive en una constante espiral de violencia. La misma historia se repite, día tras día, pueblo tras pueblo: la llegada de hombres en sus motocicletas, con los rostros tapados por la tela de sus turbantes, con los ojos protegidos por gafas de sol, que gritan y disparan. Que exigen que la gente se convierta al Islam o, si ya son musulmanes, que las mujeres usen el velo, que los hombres no beban alcohol... exigencias que si no se cumplen acaban en matanza. O matanzas que siembran el pánico sin exigencias previas. Desde principios de 2015, los ataques yihadistas son cada vez más frecuentes y letales, especialmente en el norte y el este. Muertos, desplazados, crisis humanitaria y sanitaria, escuelas cerradas...desolación.
Un conflicto importado
Los atacantes son múltiples, y no obedecen necesariamente a una estrategia clara de conquista de un territorio. Algunos ya operaban en el vecino Mali antes de la intervención francesa en 2013, en las filas de Al Qaeda, Ansardine o Mujao y se han reorientado hacia Burkina Faso, mucho menos militarizado y más vulnerable. No solo opera el GSIM (Grupo de Apoyo para el Islam y los musulmanes) del líder tuareg Iyag Ag Ghali, perseguido sin éxito durante siete años por Francia. Más al este siembra el terror el Estado Islámico en el Gran Sahara (EIGS). Ambos ejercen una especie de tutela sobre diferentes grupos locales.
En 2016, se creó el primer grupo terrorista de Burkina Faso, Ansaroul Islam, dirigido por un predicador fulani autoproclamado “comandante de los creyentes”, Ibrahim Malam Dicko. Una operación militar francesa acabó con su vida el año siguiente y fue reemplazado por su hermano Jafar. Su milicia actúa en el noroeste del país, apuntando en particular a las escuelas y a sus maestros. Pero muchas otras bandas han prosperado desde entonces. No se trata solo de la exportación del conflicto de Malí. El poder central es débil, el malestar social es creciente... Han proliferado los grupos de autodefensas, armando a las etnias sedentarias que cultivan la tierra contra los peul o fulani acusados de apoyar a los “terroristas”. Se suceden las incursiones de venganza. Y el ejército, lejos de salvaguardar a las poblaciones, cae en el juego de la represión y se le atribuyen muchos abusos, lo que ayuda a que los grupos yihadistas ganen adeptos.
Más de sesenta etnias
Hay más de 60 etnias distintas en Burkina Faso. Aproximadamente la mitad de los habitantes pertenecen a los Mossi, que históricamente han sido agricultores. Los Fulani, un grupo mucho más pequeño, son pastores de ganado predominantemente musulmanes, muchos de ellos seminómadas, que se quejan del abandono de las autoridades y de su escasa representación entre la élite política y en la administración. Los fulani, concentrados en la mitad norte de la nación, donde actúan los terroristas, son objetivo de reclutamiento por parte de militantes islamistas, pero a la vez los civiles fulani son víctimas de ataques yihadistas y de los asaltos de las fuerzas de seguridad.
El país vivió gobernado 27 años por un militar, Blaise Compoaré, que fue derrocado en 2014, tras lo cual siguieron 12 meses de agitación, mientras los poderes civiles y militares luchaban por el poder. Roch Kaboré fue elegido presidente a fines de 2015.
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