Guerra Fría
“A veces pienso si no sería mejor que el oso se quedara tranquilo, comiendo bayas y miel. ¿Tal vez lo dejarían en paz? No, siempre tratarán de ponerle una cadena y cuando lo encadenen, le arrancarán los dientes y las garras”, aseguró el mandatario ruso Vladimir Putin en 2014, en referencia alas sanciones impuestas por la comunidad internacional como respuesta a la anexión ilegal de la península de Crimea en 2014. Rusia es el oso que nunca descansa y Putin el único que puede domarlo.
Tras el intento de asesinato y posterior encarcelamiento del disidente ruso Alexei Navalny y la amenaza de más sanciones por parte de la UE, las relaciones entre los Veintisiete y el oso ruso se encuentran en su punto de mayor tensión desde 2014. Se espera que el máximo representante de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, presente una batería de nuevas medidas en el Consejo de Asuntos Exteriores que se celebrará el próximo día 22 de febrero, aunque quizás haya que esperar hasta la cumbre de marzo de los jefes de Estado y de Gobierno de los Veintisiete para esperar decisiones al máximo nivel.
Pero al Kremlin no le gusta recibir amenazas sino proferirlas. “Estamos dispuestos (a romper las relaciones con la UE) en caso de que volvamos a ver que se imponen sanciones algunos sectores, incluido los más sensibles, generando riesgo para nuestra economía”, advirtió ayer el ministro de Exteriores de Rusia, Sergei Lavrov. “Si quieres la paz prepárate para la guerra”, añadió. La semana pasada Borrell fue humillado en su viaje a Moscú con una tensa rueda de prensa con el propio ministro de Exteriores ruso que tuvo lugar el mismo día en el que el país anunció la expulsión de tres diplomáticos europeos.
Merkel y Macron a favor del apaciguamiento
Los países bálticos y algunos del Este le habían pedido al político español que cancelara la visita, pero Borrell contaba con el apoyo explícito de la canciller alemana Angela Merkel y el presidente francés Emmanuel Macron. Ahora todo indica que los partidarios de la línea dura van a ganar una primera batalla, aunque lo delicado de la situación puede hacer que se exacerben las tensiones en el seno de los socios europeos, tal y como ha advertido el máximo representante de la diplomacia comunitaria.
Tanto París como Berlín son partidarios de una política de apaciguamiento respecto a Moscú, con alianzas selectivas en ámbitos como el suministro energético, la lucha contra el cambio climático o la seguridad en las fronteras para frenar el expansionismo ruso. Desde este prisma, Putin es un vecino demasiado correoso y temible como para llevarse mal, al que hay que intentar atraer a la esfera europea.
Para Gustav Gressell, analista del think tank European Council on Foreign Relations, este análisis de la situación resulta erróneo y con pocos visos de éxito. “Europa no tiene ventaja transaccional respecto a Moscú. Por razones económicas, Europa no considera la imposición de sanciones duras contra Rusia. Además, Europa es débil desde el punto de vista militar, la inteligencia europea y contrainteligencia no es una amenaza a las operaciones clandestinas o para sus vecinos y la política exterior común sobre sus vecinos orientales es tan débil que puede ser descarrilada por la fuerza militar. En otras palabras, Europa no tiene nada que ofrecer y nada para amenazar. ¿Por qué debería escuchar el Kremlin?, escribe Gressell.
Fuentes diplomáticas reconocen fuera de micrófono que tanto la UE como la OTAN han pecado de ingenuidad en sus relaciones con Rusia y la extensión de su influencia en el tablero post- soviético. “Putin no es ningún santo, pero es cierto que no se ha respetado nada de lo que se prometió a Moscú tras el fin de la guerra fría. Por ejemplo, con el reconocimiento internacional a la independencia de Kosovo promovido por EEUU. El Consejo OTAN-Rusia debería haber servido para fomentar el diálogo y limar asperezas, pero desgraciadamente no ha sido así”.
Doctrina Putin
“Un modelo unipolar no solo es inadmisible, sino que también es imposible en el mundo contemporáneo. ¿Qué es un mundo unipolar? Es un mundo en el que hay un solo dueño, un solo soberano. Al fin y al cabo, ello resulta pernicioso no solo para aquellos que se encuentran dentro del marco de tal sistema sino también para el propio soberano, pues ese sistema lo destruye desde dentro”. Son palabras pronunciadas por el mandatario ruso el 10 febrero de 2007, en la Conferencia de Seguridad de Múnich. Para la mayoría de los analistas resultó una alocución profética que anticipaba las tensiones entre Moscú y los aliados de la OTAN y la anexión de la península de Crimea.
El bautizado como discurso de Munich, emitido bajo la atenta mirada de la canciller alemana Angela Merkel, criticó sin miramientos la expansión de la Alianza a países de la antigua órbita soviética – lo que para Rusia era y sigue siendo una provocación- y el papel de EE UU como gendarme global. Tras el desmembramiento de la URSS, el ex espía del KGB quería proclamar a los cuatro vientos que el sueño imperialista ruso seguía vivo y que Moscú no sería un títere de Washington. Nadie puede decir que no avisaba.
En estos catorce años, el análisis de Rusia sobre la situación no ha cambiado un ápice. Moscú ha visto como una traición la ampliación europea a los países del Este, incluidos los bálticos. Según recordó ayer también Lavrov, las cancillerías europeas defendieron esta maniobra como una manera de contrarrestar las “fobias heredadas de su pasado soviético” que desaparecerían con su integración en estructuras como la UE y la OTAN. “Sucedió todo lo contrario: se convirtieron en unos rusófobos inveterados y arrastran hacia estas posiciones a la Unión Europea”, denunció ayer el ministro de Exteriores.
La eurodiputada liberal Hilde Vautmans explicó a Borrell esta pasada semana durante el debate en el hemiciclo europeo cómo se trata a un oso: con miel y un palo. El gran interrogante es cuándo administrar una u otra receta.