Burgos
Olvidarnos de ETA
En un libro que acaba de publicar con el título de «Noche sobre noche» (editorial Destino), el escritor catalán Ignacio Vidal-Folch tiene un magnífico y demoledor relato titulado «Mensaje» en el que logra plasmar con una ironía inusual y un duro patetismo la historia de un concejal amenazado de muerte en la Euskadi de los escoltas que se graba a sí mismo en una cinta de vídeo dirigiéndole un testamento moral a su hijo antes de caer asesinado y para que un día el muchacho pueda entender el significado del sacrificio de su padre. Todos esos ingredientes trágicos de la narración quedan disueltos y simultáneamente reforzados por un sarcasmo brutal que sólo asoma en el desenlace y que no es el sarcasmo del escritor sino del destino, de la propia realidad. Unas caprichosas y azarosas, pero verosímiles circunstancias, hacen que esa cinta en la que un hombre que iba a morir dijo unas palabras a su hijo irrumpa extemporánea y grotescamente en la resaca de una fiesta décadas después, cuando ya el terrorismo es un recuerdo. Yo creo que en ese olvido del que habla Vidal-Folch está una de las grandes claves del drama vasco del terrorismo, de esta tragedia española. Se olvidará todo el sacrificio de tantos hombres y mujeres durante décadas, de tantos policías nacionales como Eduardo Puelles y de tantos guardias civiles y de los familiares de unos y otros como los que en esta madrugada y en esa casa cuartel de Burgos creyeron que la muerte los visitaba. Se olvidarán todas las horas de felicidad robadas por esa causa, todos los pasos dados hacia adelante, todos los sinsabores, toda la sangre, todas las lágrimas… Se falsificará la Historia como ocurre siempre. Se recordará como un adalid de la lucha contra ETA a quien no hizo nada o se apuntó a la foto en el último minuto. Y así tendrá que ser porque, como decía Cernuda, «el olvido es la única venganza y el único perdón». Pero no empecemos a olvidarnos antes de tiempo. Porque aquí el problema es que nos estamos olvidando de lo que es el terrorismo demasiado aprisa y antes de que desaparezca. Aquí el problema es que algunos empujan para olvidar. Un mes ha pasado apenas desde el último asesinato de ETA y sigue Iniciativa Internacionalista amenazando con presentarse a las municipales, y ya el juez Santiago Pedraz está diciéndonos que no ve indicios delictivos en un homenaje a los presos de esa banda, como el que se quiere celebrar en localidad guipuzcoana de Villabona. Como si homenajear a unos matarifes no fuera un desafío a la legalidad, como si esos presos fueran arrepentidos a los que se reconoce su gesto o hubieran pasado décadas desde que llevaron el sufrimiento a unas familias españolas. Un mes escaso ha pasado desde el asesinato de Eduardo Puelles y su viuda va a tener que ver cómo el PNV no de Ibarretxe sino del alcalde Azkuna –el que era amigo de Álvarez del Manzano– impone como «txupinera» de la Semana Grande bilbaína a la hermana de un asesino que está muy orgullosa de serlo y que es una denodada activista del mundo totalitario. De acuerdo. El implacable relativismo moral del tiempo caerá sobre todos nosotros. De acuerdo, el olvido se burlará de nosotros como en ese fino y bestial relato de Ignacio Vidal-Folch. Pero no corramos nosotros más que ese tiempo y que ese olvido. No empujen, por favor, en la cola de la desmemoria mientras ETA nos sigue bombardeando.
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