Reforma constitucional
Esta vez sí
El 12 de julio se cumplirán doce años del asesinato de Miguel Ángel Blanco. Jamás desde que ETA cogió su fusil la sociedad española había sentido una sacudida en su conciencia como aquélla. No fuimos pocos los que pensamos que los terroristas y sus cómplices habían colmado el vaso de la paciencia y firmado su desaparición. Doce años después un servidor público ha muerto abrasado vivo dentro de su coche al que habían adosado una bomba junto al depósito de la gasolina. Doce años y demasiadas cosas separan la imagen de aquella ambulancia que llevaba al agonizante concejal de Ermua y la del coche de Eduardo Puelles carbonizado. ¿Qué hemos hecho todos en estos largos años para que ETA no acabara su carrera mafiosa aquel 12 de julio? Hay una larga lista de políticos, periodistas y presuntos intelectuales que deberían hacer un profundo examen de conciencia. Todos aquellos que, con el paso del tiempo, se olvidaron del «espíritu de Ermua», e incluso lo denigraron por puro partidismo. No podemos perder la memoria de aquella gran traición que fue el Pacto de Lizarra, donde el PNV abandonó la senda constitucional para contentar a quienes hoy se alegran con la imagen de la viuda y los huérfanos de Puelles. Si después del aldabonazo del secuestro y posterior tiro en la nuca de Miguel Ángel no fuimos capaces de cerrar todo resquicio de futuro para etarras y asociados, como ese canalla reincidente de Alfonso Sastre que ha podido presentarse a las elecciones europeas y tras un fallo inconcebible del Tribunal Constitucional, doce años después, viendo el féretro el inspector Puelles, será definitivamente imperdonable no sellar un pacto social en el que todos nos comprometamos con nuestra conciencia y no con intereses partidistas. Ahora sí. En Euskadi hay un gobierno sin complejos apoyado por un partido, el PP, que nunca los tuvo en materia de terrorismo. De esta primera y trágica prueba todos los españoles debemos sentirnos orgullosos de la reacción de un lehendakari que ha tenido el coraje de rasgar la cortina del miedo y la indiferencia de una sociedad que ha dejado, al fin, de estar resignada.
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