País Vasco
En homenaje al policía Puelles
El golpe asestado ayer a ETA por las policías francesa y española culmina una semana de grandes avances en la lucha contra el terrorismo, después de que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos calificara de «necesidad social imperiosa» la ilegalización de Batasuna. Los éxitos policiales contra la banda han menudeado en las últimas semanas, fruto lógico de la excelente labor realizada por los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y gracias al compromiso inequívoco del presidente Sarkozy de colaborar con España. Las detenciones de ayer, empero, tienen un valor añadido que trasciende la relevancia de los pistoleros en el organigrama de la banda: es el mejor homenaje que la Policía Nacional podía rendirle a su último compañero asesinado, el inspector Eduardo Puelles. Lo proclamó Francisca Hernández con el corazón en la boca, pocas horas después de que mataran a su marido, y se confirmó ayer: los pistoleros jamás conseguirán nada, porque como Puelles hay muchos policías dispuestos a defender la libertad y cumplir la misión que les ha encomendado el Estado de Derecho. Más temprano que tarde, también serán detenidos los asesinos del policía bilbaíno, del mismo modo que ayer lo fueron los del concejal socialista de Mondragón, Elías Carrasco, y del empresario Ignacio Uría. Todos los datos apuntan a que la lucha contra la banda etarra ha entrado en una fase de aceleración, fruto de la conjunción de factores políticos, policiales, judiciales y de cooperación internacional. No cabe duda de que la recuperada unidad de los dos grandes partidos ha sido un elemento dinamizador y ha despejado cualquier duda que hubiera, dentro y fuera de España, sobre el destino de ETA: la cárcel y su erradicación. También está llamado a jugar un papel determinante para apuntillar al entramado etarra el nuevo ciclo político inaugurado en el País Vasco con la presidencia de Patxi López y el apoyo del PP. Hasta ahora, en los treinta largos años de régimen nacionalista, las principales instituciones vascas, ocupadas por el PNV, rehusaron liderar el combate contra los pistoleros, a los que atribuían objetivos políticos que era necesario negociar. El daño moral y social que este comportamiento ha causado en la sociedad vasca ha sido inmenso y no cabe duda alguna de que hoy ETA no existiría si desde un primer momento los gobernantes vascos la hubieran combatido con la misma determinación que los nacionalistas catalanes pusieron para erradicar a la banda de Terra Lliure. El anacronismo de que en la Europa del siglo XXI persista el último grupúsculo terrorista se debe, en buena medida, a la ambigüedad del nacionalismo gobernante, que ha sido incapaz de evolucionar desde el tenebroso siglo XIX en el que fue fundado. Prueba irrefutable de ello es el esperpéntico espectáculo dado ayer por el líder del PNV, Íñigo Urkullu, y un grupito de nostálgicos con boina «tomando» el monte Gorbea al toque de un cuerno de vaca. Lo de menos es que el dirigente peneuvista haya tenido la ocurrencia de comparar al País Vasco con el islote Perejil; lo relevante, y preocupante, es que el principal partido político vasco siga anclado en una ética y una estética excluyentes, frentistas y cavernícolas. Para ganar el futuro, la sociedad vasca necesita sortear con brío dos serios obstáculos: la recesión económica y el terrorismo. Todo sería más fácil con el apoyo de un PNV renovado y acorde a los retos de la sociedad tecnológica. En todo caso, con o sin él, el País Vasco avanza a velocidad de crucero.
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