Los Ángeles
Adrien Brody: un actor en caída libre
Tuvo su momento con «El pianista». Después, su resplandor se esfumó. Ahora, Adrien Brody estrena el «remake» de «Predator», una cinta denostada por la crítica. No da una.
Adrian Brody pertenece a esa estirpe de grandes actores de un único papel por el que se le recordará y que, para su desconsuelo, condicionará su trayectoria posterior. Después de asombrar al público con su trabajo en «El pianista», la carrera del intérprete ha pasado a segundo plano y él ha desaparecido en producciones de dudosa o nula calidad como ese «King Kong» de Peter Jackson, una cinta que más valdría que se hubiera perdido en la sala de montaje o los cajones de la posproducción.
Ocho años han transcurrido desde que rodó con Roman Polanski, y Brody amenaza con convertirse dentro de poco en ese muchacho voluntarioso y de nariz prominente que una vez tuvo la suerte de llegar a salir con Elsa Pataky, cuando la historia debería contarse al revés. El actor, que desciende de una estirpe artística –su madre es, nada menos, que la gran fotógrafa Sylvia Planchy, quien ha llegado a retratarle atractivo–, no acierta con un papel de relieve. Su «Manolete» no llega a las pantallas españolas; su «remake» de «Depredador» ha sido castigado con severidad por la misma crítica que ha ministiado el último trabajo de Stallone y, ahora, rueda «Midnight in Paris» con Woody Allen en la dirección.
Hace veintitrés años, Adrien Brody era un adolescente de apenas catorce algo larguirucho. Acudió al cine para ver al tipo de moda, al más duro del momento, a la roca de músculos y testosterona Arnold Schwarzenegger. El rival de Stallone por entonces hacía trizas la taquilla con una película original: él lideraba un comando de élite que cumple una misión especial en los bosques de Guatemala. Todo se torcerá porque se toparan con... ¡un alien! ¿Original, verdad? Tras este brillante argumento de los estudios de Hollywood, siempre llenos de ideas fascinantes, había un personaje de los que crean escuela. Ahora, los admiradores de «Depredador» podrán ver cómo Adrien Brody sustituye en el trono del heroísmo al mismo Schwarzenegger en el «remake» del filme.
Un papel adecuado
El propio actor, un poco a la defensiva, se explica: «Obviamente no fui yo el primero de la lista para interpretar un personaje como éste, pero muchas veces el actor más adecuado es la apuesta menos segura. El público tiene una percepción sobre mí que se identifica con los personajes que he representado y entiendo al público o al estudio, pero tal vez éste sea un personaje adecuado para mí». A sus espaldas pesa la interpretación que hizo del judío Wladyslaw Szpilman: «Bueno, es bastante complicado hallar papeles similares, con tanta profundidad y tragedia. Después de "El pianista"entendí que ya no tenía más que demostrar. No hay nada comparable a ese personaje», ha declarado.
El director, Nimrod Antal, se adelanta para explicar que Brody no es una elección convencional, pero su trabajo en la cinta no deja lugar a dudas de su talento: «Cualquier cinismo en relación a Brody sería absurdo. En todos los escenarios de guerra de hoy te encontrarías con cientos de soldados que se parecen a Adrien Brody, mientras que sólo de vez en cuando a uno que fuera como Arnold».
Adrien Brody es un actor de método, de esos que analizan todo y hasta es capaz de explicarlo después. Para meterse en la piel de su personaje, comenta, «hice una serie de cosas: primero la transformación física, que me ayudo a ganar confianza. Así empecé a rodar en Hilo, Hawái. En un denso bosque donde no había nada. Los dueños me permitieron vivir en un bungaló de una habitación de su propiedad y ahí me quede. No regresé al hotel y me iba a trabajar todos los días andando. Durante varios meses estuve leyendo manuales de supervivencia, libros de paramilitares, de fuerzas especiales y también me dedique a meditar».
Después de confesar tan jugosas lecturas, matiza sus palabras y asegura que nunca tuvo miedo de dormir en un bosque de noche, algo que tiene mérito para un neoyorquino: «No me asusta el bosque, creo que la ciudad es mucho más peligrosa y no bromeo». Después, Brody continúa con sus reflexiones extraídas de su experiencia cinematográfica: «La gente puede llegar a ser más agresiva que los animales. Los osos de Hawái me dan menos miedo que caminar por Queens de noche». La filosofía de Brody no termina ahí. Insiste en ilustrar con otro incidente su valentía: «Acabo de rodar "Wrecked", en la que interpreto a un hombre que sobrevive en la montaña de Canadá en invierno. Pasé noches solo sin calefacción, sin luz, leyendo un libro de Herzog dentro de un saco en unas circunstancias complicadas porque quería entender qué se siente al estar aislado».
Y para explicar su masculinidad, añade con firmeza: «Llegué a comer insectos». Veremos si la taquilal lo tiene en cuenta. Para su papel en «Depredador», Brody necesitó desenvolverse con las armas con relativa comodidad. «Soy bastante bueno con las armas, me he entrenado con armas automáticas y pequeñas cuando rodé "La delgada línea roja". Me sometí a un severo entrenamiento con ellas».
A falta de la vuelta al ruedo
El respeto al filme original ha dictado el proceso creativo de la película. Una historia de suspense que reventó los récords de recaudación en su momento, pero que después de la primera entrega ha ido perdiendo esencia, fuelle y carimas a base de consecutivos sucedáneos. «Teníamos una gran presión con este filme. Los admiradores son apasionados, una vez me encontré con un barbero en Budapest que llevaba un tatuaje de "Depredador"», explica Antal.
Para el productor Robert Rodríguez la apuesta de llevar de nuevo «Depredador» a los cines suponía un gran riesgo. «Éste es un clásico y por eso vamos a ser criticados al máximo», ha afirmado con perspicacia para cuidarse en salud, se supone para evitar críticas duras por los posibles resultados. «Depredador», que se estrenó en 1987, fue una de esas películas que mezclaba terror, ciencia ficción, cine de acción, intriga y demás en una coctelera que dio para un generoso «merchandising», de ésos con numerosas figuritas, cómics, videojuegos, dos filmes que se cruzaron con la franquicia de «Alien», el bichejo creado por Ridley Scott, y un nuevo estilo de héroe, en esta ocasión liderado por Schwarzenegger, el único hombre sobre la Tierra con menos expresión en el rostro que Clint Eastwood.
Para Brody ponerse en lugar de Schwarzenegger fue especial. El sueño de un adolescente convertido en realidad. Y por eso él filosofa mucho sobre la responsabilidad de representar este personaje: «Cuando me lo ofrecieron me puse a considerar muchas cosas, desde verme siendo un niño en el cine hasta pensar en lo que otros iban a decir. Pero tengo confianza en que el público descubra el nivel de integridad de mi personaje».
Brody tiene una espina clavada: «Manolete», cuya interpretación la crítica ha fulminado: «Se estrenó en Italia pero ha sido una pena porque la película está muy bien. Penélope borda su papel. Espero que algún día se pueda ver en España, pero es algo que no depende de mí», se excusa. Para Adrien interpretar a Manolete fue un cambio total en su vida porque «vivir en España me enseñó muchísimo, descubrí otra cultura completamente diferente, conocí a gente maravillosa y como resultado cambió mi vida de muchas maneras y todas para bien».
Fue precisamente el rigor al que se sometió con sus dos últimos personajes lo que hipotecó sus dos años de relación con la actriz Elsa Pataky (a quien había incluso obsequiado con un fastuoso castillo de cuento de hadas). «A veces las circunstancias no son las adecuadas», asegura.
La conversación en este punto se le antoja incómoda. Junto a ella vivió «photocalles» de ensueño, con apasionados besos (como el que ilustra esta página). Se les veía enamoradísimos en fiestas y casi casi llegaron a jurarse amor eterno. Su relación parece que iba viento en popa cuando de la noche a la mañana se despidieron para siempre. Adiós al cuento de hadas y al castillo lleno de habitaciones. Brody, sin pareja, deambula entre París y Nueva York. Se le ha visto días atrás pasear con una rubia sin nombre aún de sucinta falta. Y tomarse un té con ella. Entre risas.
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