Londres

La BBC no tiene miedo a la muerte

La televisión pública británica emitió el pasado lunes un reportaje sobre el suicidio asistido del escritor Peter Smedley: las imágenes no dejaron indiferentes a nadie 

Un paciente recibe explicaciones de cómo debe acutar para prepararse para el suicidio asistido en la clínica Dignitas de Zurich
Un paciente recibe explicaciones de cómo debe acutar para prepararse para el suicidio asistido en la clínica Dignitas de Zurichlarazon

Faltaban sólo unas semanas para Navidad. Pero Peter Smedley había tomado hace tiempo la decisión de no pasar ya esos días junto a los suyos. Acompañado de su mujer, el millonario británico de 71 años, dueño de una cadena hotelera, hizo las maletas y se fue a Suiza. Allí, en una habitación y rodeado de gente, tomó una dosis letal de barbitúricos y murió voluntariamente agarrado a la mano de su esposa. Sufría una enfermedad neuronal que afectaba a su sistema motor. No había cura y decidió quitarse la vida.

El debate sobre el suicidio asistido ha sido planteado en varias ocasiones en Reino Unido. Pero ahora la pregunta es otra. ¿Fue correcto que las cámaras de la BBC mostraran esta semana la muerte de Smedley? ¿Está dentro de las competencias de un canal público retransmitir este tipo de reportajes con una objetividad que se ha puesto en duda?

Hasta ahora, la BBC había tratado en varias ocasiones el controvertido asunto, pero nunca lo había hecho de manera tan explícita. Para la ocasión contó con Terry Prachett, un conocido escritor de ficción. Desde que le diagnosticaron Alzheimer en 2008 viene luchando por cambiar la legislación británica para que se permita a una persona decidir cuándo y cómo quiere poner fin a su vida. En el reportaje, de 59 minutos, el novelista conoce a varias personas con enfermedades terminales. Aparte del caso de Smedley, acompaña a un hombre de 41 años que sufre esclerosis hasta la famosa clínica suiza Dignitas y conoce a la viuda de otro escritor belga que recurrió al suicidio asistido cuando, también debido al Alzheimer, ya no podía terminar sus libros. Tan sólo un taxista postrado en una silla de ruedas representa al otro lado de la moneda explicando desde un hospicio por qué ha decidido simplemente esperar a que sea la propia naturaleza la que ponga fin al funcionamiento de sus órganos vitales.

Al inicio del documental, el polémico novelista confiesa que no sabe aún qué hará con su futuro, pero tras verse las imágenes en las que Smedley ingiere los barbitúricos y queda inconsciente, el escritor deja claro que empezará los trámites con la clínica para tener el mismo final.

Puro sensacionalismo
La cinta muestra al millonario dando las gracias a todo el mundo que le ha cuidado hasta ese momento e ingiere el líquido con la misma serenidad que lo hizo en 1998 el español Ramón Sampedro. La falta de pruebas impidió procesar a Ramona Maneiro: confesó que había sido la que le facilitó el cianuro cuando el delito ya había prescrito.

En la cinta de la BBC, tras ver la muerte con sus propios ojos, Prachett mira a cámara y dice: «Hoy es un día feliz. Hemos visto a un hombre morir plácidamente en los brazos de su mujer. Tal y como eligió».

Alistair Thompson, responsable de la asociación pro vida «Care not killing Alliance», asegura a LA RAZÓN que las imágenes tan sólo fueron una «propaganda pro suicidio vagamente disfrazada de documental». «No había ningún tipo de balance, no era objetivo. En definitiva, no se puede admitir este tipo de enfoque teniendo en cuenta que es una televisión pública. El documental me habría molestado igual si viniera de una canal privado, pero la BBC tiene que se muy cuidadosa con sus contenidos porque está financiada por los británicos», matizó.

Según Thompson, la cadena pública violó completamente el código establecido por la Organización Mundial de la Salud, el cual establece que los medios no pueden tratar el tema del suicidio de una manera sensacionalista, no pueden mostrar el momento explícito en el que una persona se quita la vida y no pueden hacer propaganda de los métodos que existen para que los órganos dejen de funcionar.

Por su parte, la organización británica pro suicidio asistido «Dignity in Dying» explica que las imágenes son «profundamente emotivas y en ocasiones difíciles de mirar». «No busca esconder la realidad de la muerte asistida. Al exponer la perspectiva de una persona sobre el suicidio asistido, nos plantea el desafío de pensar sobre este importante tema y preguntarnos qué opciones podemos querer para nosotros y nuestros seres queridos al final de la vida», matizó una portavoz.

Charlotte Moore, responsable de los documentales de la cadena, aseguró que la BBC «no tiene una postura sobre el suicidio asistido, pero cree que es un tema importante de debate». El día posterior a la emisión, 900 personas se pusieron en contacto con la cadena: 162 personas presentaron formalmente una queja y sólo 82 la felicitaron por su trabajo.

A Ofcom, organismo regulador de contenidos televisivos en Reino Unido, también han llegado estos días una decena de cartas con quejas. Su portavoz, Ed Taylor, aseguró a este periódico que, de momento, están estudiando las misivas y valorando la posibilidad de abrir una investigación. «En cuestión de la línea editorial, nosotros no podemos hacer nada, ya que la BBC se regula por el BBC Trust. No nos vamos a manifestar sobre si fue un documental equilibrado o no. Pero si finalmente entendemos que fue ofensivo para los telespectadores tomaremos medidas. Ahora nos limitamos a estudiar las cartas que nos están llegando», recalcó.

Pese a la polémica, el documental tan sólo fue seguido por 1,1 millones de personas, una cifra muy por debajo de lo que esperaba la pública y que en nada se asemeja a la audiencia cosechada en su día por Sky. La privada rompió moldes en 2008 cuando fue la primera en mostrar las imágenes de un hombre que voluntariamente se quitaba la vida desconectando él mismo con su boca el aparato que le ayudaba a respirar para tomar una dosis de barbitúricos. Se trataba de Craig Ewert, de 59 años, con la misma enfermedad que padecía Peter Smedley.

Adiós, espectadores
Fue tal el revuelo que se armó en aquella ocasión que el tema llegó hasta el mismo Parlamento. El entonces primer ministro, Gordon Brown, tuvo que manifestar su opinión y aclaró que ayudar a morir a alguien era una «cuestión de conciencia». «Es necesario asegurarse de que una persona enferma o anciana nunca va a sentirse bajo presión. Es por eso por lo que siempre me he opuesto a cambiar la legislación», dijo.

En este caso, el documental también ha tenido respuesta en el terreno político. Cuatro representantes de la Cámara de los Lores han acusado a la BBC de dirigir una «campaña orquestada» para cambiar la ley sobre el suicidio asistido en el país.

La Baronesa Campbell, la Baronesa Finlay, Lord Alton y Lord Carlile han escrito una carta al director general de la emisora, Mark Thompson, y a Lord Patten, el presidente del organismo regulador –el BBC Trust– para mostrar su malestar, recalcando que éste ha sido el quinto programa en tres años que emite la pública a favor del suicidio asistido. En Reino Unido, ayudar a que otro ponga fin a su vida está penado con hasta 14 años de cárcel. Sin embargo, en 2009, Debbie Purdy consiguió que cinco magistrados de la Cámara de los Lores, máxima instancia judicial del país, respaldaran su petición para que la Fiscalía de Estado clarificase cuándo se puede procesar a una persona que ayuda a otra a morir en el extranjero.

Enferma de esclerosis múltiple, Debbie había iniciado hace años una batalla legal para que la Ley dejara claro qué podría pasarle a su marido si la acompañaba en el futuro a Suiza. Más de un centenar de ciudadanos británicos han acudido a la famosa clínica Dignitas sin que sus familiares hayan tenido que rendir luego cuentas ante la Justicia, pero ella quería dar un paso más. Tras un arduo camino, lo consiguió y el año pasado la Fiscalía, sin modificar la ley, publicó unas guías para exponer los factores que deberán tenerse en cuenta a la hora de decidir si una persona debe ser procesada. La clave: que sea por compasión y que no haya intereses económicos de por medio.

En 2008, la promesa del rugby Daniel James, de 23 años, fue ayudado por sus padres a viajar a Suiza tras sufrir una parálisis a raíz de un incidente durante un partido. A sus progenitores no les pasó nada cuando pusieron el pie en suelo británico. Tampoco tuvieron represalias los hijos del conocido director de orquesta británico Sir Edward Downes. Él y su esposa, Joan, también acudieron a la clínica. Ella, una ex bailarina de 74 años, sufría un cáncer terminal. Él, que estaba perdiendo el oído y la vista, decidió que no quería seguir viviendo solo.

 

Todo empezó con Jade Goody, la «novia cadáver»
Ésta no ha sido la primera vez que la BBC ha coqueteado con el tema de la muerte de una manera que ha hecho despertar las críticas. En 2009 se vio obligada a defender su cobertura sobre los últimos días de Jade Goody. La ex concursante de la edición de Gran Hermano supuso un auténtico fenómeno en el país. Tachada en un principio de inculta y grosera, el pueblo se volcó luego con ella cuando le fue descubierto un cáncer de útero en fase terminal.
Hasta el mismísimo primer ministro Gordon Brown tuvo unas emocionantes palabras hacia ella. La joven de 27 años se moría, pero decidió retransmitir cada minuto de su lenta agonía a través de la telebasura para dejar una suculenta fortuna a sus dos pequeños. Las revistas y los rotativos más sensacionalistas se peleaban por desgranar la boda con su novio ex convicto. Se abrió un agrio debate sobre la muerte y un circo mediático al que muchos sucumbieron. La BBC en un principio fue mera telespectadora, pero acabó convirtiéndose en un personaje más enfureciendo a muchos británicos que denunciaron cómo la pública había perdido el norte.



Hubo muchas quejas de los que pensaban que una cadena financiada por los ciudadanos no podía entrar de esa manera a tratar asuntos de «celebrities» cuyo único logro había sido entrar a un «reality». El entonces responsable de informativos, Peter Horrocks, aseguró que la cobertura «estaba justificada al ser una persona que levantaba un gran interés público y que había hecho tomar conciencia del cáncer de cuello de útero».