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Inventores del reloj de cuco

La Razón
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En una ocasión, al enhiesto columnista David Gistau le tocó un premio literario consistente en elegir un país a donde viajar. Me pidió que le recomendara uno: no dudé en proponerle Suráfrica. Por la urgencia con la que cogió la puerta sin despedirse, supe que se iba a hacer la maleta y partir presto hacia esa tierra que nunca he pisado y que sólo conocía por los libros de Coetzee. Pero no fue así. Poco después, resulta que el gran premio Nobel y vegetariano J. M. Coetzee dejó Suráfrica, donde había nacido y escrito buena parte de su obra, para instalarse en Australia. En Durban, la ciudad donde ayer perdió España –heroicamente, como siempre– su primer partido de la Copa del Mundo de Fútbol, pasó su juventud Fernando Pessoa, poeta portugués que se escondió detrás de varios nombres, lo que le aseguró varias vidas, aunque una sola muerte. Lo que arrastraba este hombre triste dedicado a escribir cartas comerciales en inglés es lo que nos ha transmitido la selección española, o «La Roja», por utilizar ese alias prostibulario: melancolía. Pessoa fue un maestro de la melancolía. Ya se lo dijo en «El Tercer hombre» Orson Welles a Joseph Cotten: «Suiza tuvo quinientos años de amor, democracia y paz, ¿y cuál fue el resultado? El reloj de cuco». Cuando uno se empeña en perseguir su leyenda, acaba topándose con ella.