Salamanca

Patasblancas el ocaso del mito

Pastan en plena Ruta de la Plata y son tan preciados para el aficionado como el argénteo metal. Los toros charros de la ganadería de Barcial son, junto a la divisa de Monteviejo –propiedad de Victorino Martín–, el último reducto del encaste Vega-Villar. Los míticos «patasblancas».

Un toro de la ganadería de Barcial, que pasta en tierras de Salamanca
Un toro de la ganadería de Barcial, que pasta en tierras de Salamancalarazon

Un toro de imponente lámina en el campo, pero que en los últimos años ha perdido su sitio en las principales ferias. Olvidados por las figuras y prácticamente exterminados por los controles sanitarios y los problemas de cosanguineidad, los legendarios astados surgidos en 1910 han ido desapareciendo. Poco a poco, como un goteo incesante, sus propietarios han ido arrojando la toalla. El último, Sánchez Cobaleda, hace apenas un mes.

«Ni la Administración ni los ayuntamientos nos han ayudado en nada, todo el mundo suspira por la belleza de los "patasblancas", pero a la hora de la verdad, nadie se moja por echar una mano en salvarlos; se protege al burro y al lagarto, pero no a nosotros», se lamenta José Manuel, actual propietario de la ganadería, que se ha visto obligado a quemar este otoño todo su ganado de dicha procedencia. La misma suerte han corrido los hierros de Terrubías –Santa Coloma– y el que lleva su nombre –Murube–.

Entre becerros, vacas y erales, unas 600 cabezas, directas al matadero. Tan sólo las cuatro últimas camadas de machos que serán lidiadas en los años sucesivos se salvaron del temido vacío sanitario. Una alargada sombra que planea cada vez más por las dehesas españolas.
«Era la niña de nuestros ojos, tenemos otros hierros con otro origen, pero lo de Vega-Villar era el buque insignia de la casa», añade el último eslabón de una de las familias con más tradición del campo bravo.

Otro Cobaleda, Arturo, sigue en su idea de mantener vivo el encaste al frente de la ganadería de Barcial. Junto a su hijo Jesús, se desviven por un ganado con cada vez menos unidades. Es el problema de ser una procedencia pura. «Tenemos muchas bajas, hace quince días Sanidad nos hizo sacrificar 32 vacas y un semental. Este toro es especial, necesita atenciones distintas al resto, porque, al ser de un encaste sin cruzar, son más delicados que cualquier otra ganadería», explica. Enfermedades –como la tuberculosis que hirió de muerte a Sánchez Cobaleda–, abortos, malformaciones, caras torcidas, cornamentas defectuosas…, un rosario de obstáculos que salvar año tras año. Y con la coyuntura actual de crisis, con los ayuntamientos reduciendo el número de festejos, la montaña a escalar se convierte en el Everest.

No en vano, la camada para 2011 será igual de corta que en los últimos años. Tan sólo una corrida de toros, una treintena de utreros y reses sueltas para festejos populares en las calles. La gran tabla de salvación que ha encontrado este encaste ante los problemas que surgen para lidiar. Morfológicamente, se trata de un burel corto, bajo y con pocos kilos, pero terriblemente astifino de pitones. Por este motivo, lidiar en las plazas de primera se hace complicado «por su caja» y en los cosos más pequeños, «por su cara». «Son demasiado ofensivos y las opciones pasan por el afeitado, algo a lo que no estamos dispuestos en casa, o por dejarlos para rejones o correrlos en la calle», comenta José Manuel Sánchez Cobaleda.

Con idéntico problema se dan de bruces en Barcial, que además tuvo la mala fortuna de que dos de sus toros hirieron de gravedad a un mozo en Ciudad Rodrigo (Salamanca) y mató a otro en Fuentesaúco (Zamora). Sin embargo, en su última visita a Las Ventas, los problemas surgieron más allá de los reconocimientos médicos: «No tuvimos problemas por la presentación, no echaron ni uno para atrás; al revés, los aplaudieron de salida». Pese a todo, aquella tarde los resultados no fueron los deseados. «Fuimos en verano en 2002 y el encierro tuvo un éxito enorme, la lidió Frascuelo, como premio nos metieron en San Isidro el año siguiente, entonces fue un petardo. Sacó lo peor de esta sangre y encima no se movieron, como dormidos», echa la vista atrás el ganadero, consciente de que uno de sus mayores aliados es el tendido de Madrid, «harto del monoencaste Domecq».

Centenaria

Por eso, en cuanto puede, pone de su parte por regresar al coso de la calle Alcalá. «Un hierro casi olvidado como el nuestro se la juega al ir a Madrid, un fracaso es sinónimo de no volver en mucho tiempo. Pero el año pasado sí había materia prima para regresar, ofrecí una novillada a la empresa, pero no la quiso», desveló Jesús Cobaleda, que encarna la cuarta saga de una ganadería centenaria. Su pial rezuma aroma a otro tiempo, como la trashumancia que realizaban antes de cada invierno hasta hace un puñado de años para trasladar los astados de «La Torre» a «La Matilla», las dos fincas donde pacen actualmente dos centenares de reses.

Surgidos mediante el cruce de vacas de Veragua (casta vazqueña) con un semental de Santa Coloma (Vistahermosa), los «patasblancas» representan un linaje único en el campo bravo actual. Una bonita lámina que en buena medida deben a sus vistosos y espectaculares pelajes, originados de la mezcla del pelo negro y el blanco. Manchas blancas que dan lugar a numerosos accidentes por toda la piel de unos animales con defensas muy desarrolladas. Una delicia visual que cada vez será más ardua de contemplar.

«No nos quiere nadie, pero habrá que aguantar como sea. No nos planteamos vender este tipo de toro y apostar por lo de casi todos. Si la situación no mejora, quizás el siguiente paso sea mezclarlo, refrescar la sangre para endulzarla con algo más pastueño, hacerlo más comercial», finaliza bajando el tono de voz con la resignación del que se ve abocado a su suerte.

Un cruce al que ya recurrieron tiempo atrás sus vecinos charros de Galache, otra rama de criadores histórica en España. Así, han conseguido colocar algo mejor sus encierros, pero sin pisar apenas los alberos de mayor enjundia. Privilegio que sí consiguió Victorino Martín nada más apostar por Vega-Villar. En 1996, adquirió 80 vacas y sementales de Barcial para reflotar el encaste. «En dos años, lo pones de moda y te forras», comentó confiado por aquel entonces.

Ahora, tres lustros después, el de Galapagar comprueba las dificultades que entraña una procedencia que también se ha exportado a América por varios frentes como, por ejemplo, a través de Luis Miguel Dominguín o José Chafick, que eligió en 1995 una por una las vacas de mayor trapío a Arturo Cobaleda.

Inmortal

En su repuntamiento, tampoco colabora demasiado que las figuras se hayan desmarcado completamente de los escasos carteles en los que se ven anunciados. Todo suma y nada ayuda. Al contrario, la preciosa estampa de los imponentes «patasblancas» en el campo o sobre el albero de una plaza de toros amenaza con quedarse en eso, en una imagen marchita en el tiempo. Inmortal. Pero únicamente presente en un cartel de toros o en una fotografía probablemente del mismo blanco y negro que su pelaje.


Años atrás se los rifaban las figuras
Al igual que sucede con otros encastes como Santa Coloma, Veragua o Pablo Romero, el público más torista está deseoso de recuperar encastes como el de Vega-Villar, con sabor añejo por su bravura y acometividad. Perennes en el circuito de ferias, los «patasblancas» tuvieron enorme éxito en las décadas de los 45 al 65. Fue su edad de oro. Entonces, se los rifaban las figuras. Ángel Luis Bienvenida, Manolete, Jumillano, Litri –que incluso los eligió para su despedida de los ruedos–, Pedrés… Primeros nombres que subieron a la cima gracias al ahora devaluado encaste Vega-Villar. «Cornicortos», «Cidrones», «Bataneros»… familias que dieron y siguen dando mucho lustre a ganaderías como la que hoy luce divisa blanca y negra.