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La viuda de Gucci feliz en la cárcel

Patricia Gucci, acompañada de la Policía, cuando fue detenida
Patricia Gucci, acompañada de la Policía, cuando fue detenidalarazon

Más que feliz podríamos decir que está conforme. Es la viuda Gucci, Patrizia Reggiani, una mujer con clase, bajita, morena, toda voluptuosidad y lujo, que acabó en la prisión por no elegir bien a sus amigos. Cuando vivía en la mansión de cinco plantas con criados junto a su marido Maurizio Gucci, solía gastar 10.000 euros al mes en orquídeas. Y para todo era igual de excesiva. Trajes de marca, comida de primera, coches lujosos. Chófer, jardinero y mayordomo.

Patrizia amaba a su marido y vivía un tanto alocada sin querer dar pábulo a las malas lenguas. Era una mujer de principios: una santa «madonna» italiana, acostumbrada a servir a su esposo y hacerlo feliz. No era fácil presa de los rumores, aunque éstos iban taladrando su corazón. Se decía que Maurizio era mujeriego. Una vez que le llegó el mensaje no se preocupó de comprobarlo: decidió quitarlo de en medio y que pareciera un accidente.

Conocía una amiga de una amiga de la peluquería que era íntima de una vidente con toda clase de contactos. En el fondo de la bola de cristal vio su fe hecha pedazos. Patrizia dijo que estaba dispuesta a pagar un millón por quitarle la vida a su ex. La pitonisa tenía un amigo que era guardaespaldas que era amigo de un guardacoches, que era amigo de un tipo escurridizo que se contrataba para trabajos con análisis de sangre incluidos. De modo que todo quedó dispuesto a cambio de un millón de dólares.

Maurizio era el heredero de una dinastía de la moda italiana, con fama internacional y un capital inmenso. Fue una verdadera mala suerte que en 1995 se cruzara a pocos metros de su casa con el matón que le reventó de dos tiros. Al principio nadie pudo suponer que la bella Patrizia le había facturado, pero su amiga vidente no sabía tener la lengua quieta.

En prisión

Pronto la presionaron los matones que habían dado a Maurizio personalmente y Patrizia trató de aguantar haciéndose la viuda dura. No pudo seguir con su derroche ni con sus rutilante existencia de cenas, inauguraciones y pasarelas. Los policías le seguían los pasos. La cogieron y en el año 1997 fue obligada a compartir su celda. En ella se distrae con el cuidado de las plantas de dos macetas y un hurón. A un primer animalito que tomó como mascota, se lo mataron en prisión. Patrizia ha cumplido 14 años por la muerte de sus esposo en la cárcel de San Vittore, en Milán, que es más de la mitad de los 26 que le cayeron. Una vez cumplida parte de la condena, el juez le ofrece trabajar en la calle en un restaurante o en un gimnasio. Ella declinó la oferta. No había trabajado nunca y no pensaba empezar de nuevo. Prefirió quedarse en su celda.

Probablemente, Reggiani tiene miedo a la oscuridad, a los cirujanos y a los francotiradores. Pero además, entre trabajar y quedarse en la cárcel era mucho elegir porque no había trabajado en la vida ni pensaba empezar a hacerlo ahora.

Patrizia tuvo que ser operada de un tumor cerebral y lo hizo sin dejar de ser una gran animadora de la vida mundana. Cuando entró en prisión su primer comentario fue: «¿Si al menos pudiera maquillarme?».

En realidad, aunque se ha conformado con su chiringuito carcelero, Patrizia Reggiani sigue puntillosa y muy activa. Dos veces al mes sale durante doce horas a pasar el tiempo con su madre, en la antigua mansión que heredaron sus hijas. Pero prefiere su pequeño rincón tranquilo a los peligros de la vida moderna. La libertad con sus peligros, asusta.

Patrizia ya sólo es un recuerdo de aquella diosa del cine, ensoberbecida por el dinero y las fiestas. Obligada a empezar desde cero, su aspecto recuerda algo del viejo carácter indómito del león.