Estreno
Las sombras del mito
Dirección: Clint Eastwood. Guión: Dustin Lance Black. Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Arnie Hammer, Naomi Watts, Judi Dench. EE UU, 2011. Duración: 137 minutos. «Biopic».
La relevancia de una película como «J.Edgar» proviene de su interés por explorar el más allá de la figura pública de un mito de la historia estadounidense del siglo XX encontrando un equilibrio imposible entre el sensacionalismo y la delicadeza. Hacía falta un cineasta como Clint Eastwood para acometer una empresa de tal envergadura, no sólo porque a su edad nadie va a atreverse a reprocharle la osadía, sino porque precisamente esa osadía resulta coherente con el discurso de un artista que se ha pasado media vida diseccionando la ambigüedad de los iconos heroicos de su querida América. Cuando uno ve a J.Edgar Hoover, quien dirigió el FBI con mano dura a lo largo de más de treinta años, probándose el collar y el vestido de su dominante madre, recuerda que el propio Eastwood interpretó a un policía con tendencias sadomasoquistas en «En la cuerda floja», y que, en cierto modo, en los genes de ese atormentado detective dormía el hombre ferozmente contradictorio que protagoniza este transgresor «biopic». Transgresor no en la forma, tan clásica como de costumbre, sino en el fondo: se trata de iluminar las sombras de este personaje típicamente eastwoodiano, en el que conviven una fachada republicana, obsesionada por la fama y el poder, y una trastienda frágil y vulnerable que le impedía salir del armario.
Los mejores momentos del filme son aquellos en los que Hoover (magnífico Leonardo Di Caprio) y su mejor amigo y amante potencial, Clyde Tolson (Arnie Hammer), se someten a las leyes de una atracción reprimida por mantener la reputación de una imagen pública de moral intachable. Es mérito de Eastwood tratar con sensibilidad ese deseo eternamente aplazado, como si la fascinación de Hoover por el secreto contagie inevitablemente el concepto que tiene de sí mismo. En las secuencias de interiores Eastwood condena a Hoover a poblar las tinieblas, como si fuera un vampiro que se avergüenza de serlo. Y mientras dicta sus maquilladas memorias a una tropa de mecanógrafos que cuestionan su versión del mundo, demuestra que aquello que se decía en «El hombre que mató a Liberty Valance» («cuando los hechos se convierten en leyenda, hay que publicar la leyenda») a Eastwood ya no le sirve.
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