Estreno
«Hysteria»: Malas vibraciones
Dirección: Tanya Wexler. Guión: Stephen y Jonah Lisa Dyer. Intérpretes: Maggie Gyllenhaal, Hugh Dancy, Rupert Everett. GB/Alem./Franc./Luxem., 2011. Duración: 100 minutos. Comedia.
Darle la vuelta a la tortilla de las estrategias del «heritage drama», subvertir los tópicos de las producciones Merchant-Ivory sin escapar de su decorado esencialmente británico –ese que opta por la abolición de las clases medias: entre el papel estampado de las paredes de la alta burguesía y los muros desconchados de un albergue para pobres y desahuciados, solamente la nada– a partir del relato de la creación del vibrador como antídoto contra las mujeres insatisfechas. Ése es el objetivo de «Hysteria»: desmantelar la rigidez del pensamiento sexista y clasista que imperaba en la sociedad británica de finales del siglo XIX apelando a la ironía dramática –son los nuevos avances eléctricos de la Revolución Industrial los que dan el primer paso para la liberación de la mujer– pero sin cuestionar la intransigencia de la estética que les sirve como marco.
Según se nos informa antes de los créditos, esto es una historia real aunque no lo parezca. No lo parece porque choca –para una sociedad como la nuestra, que aspira a ser paritaria tanto en deberes como en derechos– que los médicos se dedicaran a provocar placer a sus pacientes para paliar sus angustias, que la ciencia acuñara el término «histeria» para controlar los deseos igualitarios de las mujeres, y que la biografía del doctor Mortimer Granville, que fue el inventor del vibrador, tenga el aspecto de una comedia romántica al uso. En cuanto vemos a Maggie Gyllenhaal irrumpir en el plano como si fuera una Katherine Hepburn huracanada, dando vida en la pantalla a una sufragista que se muestra solidaria con los marginados, sabemos que la guerra de sexos está servida, que los rebeldes, al final, serán felices y comerán perdices, y que la película, que carece de sutileza, perderá su supuesta carga subversiva al servicio de los patrones de uno de los géneros menos feministas que pueda imaginarse.