Londres
Hollywood despeja la X
Los superhéroes también tienen sus complejos. «Primera generación», dirigida por Matthew Vaughn, transcurre durante la Guerra Fría, cuando los mutantes luchaban por no ser los patitos feos de la clase. El español Álex González se cuela en la saga.
Ginebra 1962, ahí arranca «X-Men: primera generación» después de un breve «flashback» que mira a la Alemania nazi. Allí se forma entonces un joven mentalista, Charles, que para los que ya conocen el resto de la historia devendrá en el Profesor X. Por otro lado, va haciendo de las suyas Eric, a quien la posteridad le tiene deparado el sobrenombre de Magneto, y que se autodefine como «el monstruo de Frankenstein buscando a su creador», en este caso Sebastian Shaw (Kevin Bacon), el culpable de sus superpoderes y su desgracia al mismo tiempo. Sí, esta vez los superhéroes saltan de Argentina (refugio de los huidos del régimen de Hitler), al Caribe, muy cerca de las aguas continentales de Cuba (epicentro de la crisis de los misiles), pero, sobre todo, de Moscú (centro neurálgico de la KGB) a las instalaciones de la CIA.
Buenos y malos
Sí, esto es la Guerra Fría y los superhéroes toman posición, claro, los buenos con los buenos (Magneto y profesor X, íntimos, quién se lo iba a decir después, con los americanos), y los malos, con los malos (Sebastian Shaw, Marea, la Reina Blanca, que apoyan a los rusos). Para equilibrar fuerzas, los estadounidenses reclutan a tiernos mutantes aún por pulir como Cíclope, Mystique... que trabajarán a las órdenes de la CIA. Evidentemente, el combate ya está servido, pero en esta entrega el cruce de poderes convive en el meollo de la trama con la crisis de identidad de los mutantes, así lo cree Álex González, niño bueno oficial de la televisión española y, a partir de ahora, el Marea más joven del cine: «El resultado es impecable. Posee unos efectos digitales que son de lo mejor que he visto en mi vida, pero se diferencia del resto de películas de acción en que el guión es bastante inteligente.
Aborda temas como la amistad y también la política. Además, a pesar de que es una producción americana, el mensaje es aceptarse a uno mismo». Ser diferentes resulta complicado, a pesar de las ventajas que tiene desatar un tsunami con sólo ponerte de mal humor. Los mutantes, como todo mortal, deben aprender a aceptar sus particularidades, que, ya sean anatómicas o psicológicas, les hacen sentirse el patito feo de la clase. «En algún momento todos nos hemos sentido diferentes y la película te dice que abraces ese don porque un día puede ser tu poder», comenta González.
Humilde y con los pies en el suelo, el español no quiere pensar qué puede suponer esto en su carrera: «No puedo decir que haya dejado mi carrera para irme a EE UU porque aún me queda todo por hacer en España». Tampoco es del todo cierto, pues ha crecido en los platós de teleseries como «Un paso adelante», «Hospital Central», «Motivos personales», «Lex, «La señora»..., y también hizo una breve aparición en «Mi nombre es Harvey Milk», dirigida por Gus Van Sant. Ha despertado el interés de la prensa rosa por sus relaciones con Chenoa y Mónica Cruz.
Pendiente de la secuela
Para empezar, si el primer fin de semana logra un terremoto en la taquilla, habrá secuela, en la que el personaje que interpreta tendrá mayor protagonismo. El madrileño no puede quejarse de minutos en la pantalla, pero Marea apenas tiene diálogos en esta entrega. Lejos de angustiarle, supuso un alivio, pues aún no había perfeccionado del todo su inglés. Precisamente se encontraba en un curso en Gran Bretaña estudiando cuando el equipo de casting de «X-Men» vinieron a buscar a alguien que tuviera aspecto mexicano a España. Le pareció que sus posibilidades eran tan remotas que ni siquiera se molestó en ir al casting. Hasta que se trasladaron a Londres y allí sí asistió: «Fue un proceso casi milagroso. Pasé una prueba y después tuve una entrevista con el director.
A los diez días estaba dentro del rodaje», comenta, aún sorprendido, y recuerda la emoción de su hermana, fan de la saga, cuando le llegó: «Me decía que quién se lo iba a imaginar cuando fuimos juntos a ver la primera». Lo que sí es seguro es que protagonizará la próxima película de Daniel Calparsoro», «The Cold», con quien ya trabajó en la miniserie «Inocentes». Ahora se pone al frente de una coproducción en inglés, con guión de Russell Friedenberg, y que le volverá a llevar lejos de España: «Como su nombre indica, necesitamos frío para rodarla, es decir, un sitio con nieve. Depende de cuándo llegue la financiación será en Alaska o Argentina. Estoy muy ilusionado porque me encanta el trabajo de Daniel y creo que tiene un futuro muy brillante en Estados Unidos».
El detalle. Rodaje adolescente
«En las películas de superhéroes se coloca una barrera entre los personajes y el espectador. Resulta bonito que aquí se muestre la vulnerabilidad de los mutantes: son adolescentes que se descubren a sí mismos y ni siquiera son conscientes de todo el poder que tienen», así lo cuenta Álex González, lo que tuvo su repercusión en el rodaje, pues agrupaba a una pandilla de jóvenes actores que realizaban largas pausas en la filmación para el tratamiento de efectos digitales: «Teníamos un ‘‘coach'' asignado y todos los días debíamos ir a practicar, no sé si porque hiciéramos ejercicio o para tenernos controlados». Después de esta primera experiencia en una superproducción, el actor tiene claro que «la mayor diferencia entre el cine español y el norteamericano es el presupuesto. Con más dinero ellos compran tiempo, y con más tiempo se ruedan mejores películas». No le obsesiona repetir la experiencia, pero parece seguro que su físico no pasará desapercibido en Hollywood.
Los mutantes más rentables
Los «X-Men», nacidos en 1963, que en España fueron «Patrulla-X», y sus derivados –léase «Factor X», «Nuevos Mutantes», etc...–, son la franquicia más explotada por Marvel. Arrancaron de forma sencilla pero original cuando Stan Lee tuvo la idea de crear superhéroes cuyos poderes se debían, sin más, a un cambio en su ADN. La primera formación de la Mansión Westchester para «jóvenes dotados» es mítica: el Hombre de Hielo, la Chica Maravillosa –después sería Fénix–, Bestia, Ángel y Cíclope, todos a las órdenes del profesor Xavier. Luego llegaron mutantes llamados a ser clásicos: Lobezno, Coloso, Rondador Nocturno y Tormenta. En los 90 aterrizaron Gambito, Pícara, Cable... Nombrarlos a todos es como recitar las alineaciones del Real Madrid desde la época de Bernabéu. Un acierto de esta entrega –aunque se toma licencias que algún fan lamentará– es rescatar a villanos emblemáticos de la infancia de la serie –allá por 1976– como Emma Frost, la Reina Blanca y un Sebastian Shaw enrojecido, ambos del Club Fuego Infernal.
«XMen: primera generación». Superpoderes años sesenta
Dirección: Matthew Vaughn. Intérpretes: James McAvoy, Michael Fassbender, Jennifer Lawrence, Kevin Bacon, Álex González. EE UU, 2011. Duración: 110 minutos. Fantástico.
Obligar a que una pandilla de superhéroes cabalgue sobre el péndulo de la Historia, como si lo que los hiciera diferentes fuera moneda de cambio para que los agujeros negros del siglo XX –el Holocausto, la Guerra Fría, la crisis de los misiles de Cuba– los definan como víctimas y verdugos: ese es el objetivo de esta precuela, que, con inteligencia, revitaliza la saga acercando los parámetros del género superheroico a los del cine de espías, modelo James Bond. Que los mutantes sean los responsables de la reescritura de la Historia subraya aún más su excepcionalidad, y que el villano –un venenoso Kevin Bacon, remedo pop del doctor Mengele– sea el eslabón perdido entre los campos de concentración, la paranoia anticomunista y el fin del mundo, no deja de tener su gracia.
Bryan Singer, que se había desmarcado de la franquicia en su tercera entrega y en ésta oficia de productor ejecutivo, vuelve a los orígenes para mimar a su criatura. La primera parte de la película hace un retrato geopolítico de la venganza de Magneto (un poderoso Michael Fassbender), al mismo tiempo que retrata el origen del genio del profesor X (un James McAvoy más blandengue) y su amistad con Mystique (Jennifer Lawrence). La segunda parte, bastante más dispersa e irregular, se entrega a la orgía de destrucción habitual en las superproducciones de última generación, aunque la estética de los años sesenta de algunos decorados –el submarino de Bacon, por ejemplo– y la infinita variedad de los superpoderes desplegados dan un cierto aire «camp» al conjunto que resulta entrañable.
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