Buenos Aires
Sara Montiel: «La ley Yo sigo fumando mis puros»
La estrella protagoniza «Mi último tango», que LA RAZÓN regala el viernes
La vida es algo que Sara Montiel se fuma muy lentamente, como un buen habano: con voluptuosidad, amor y, de paso, ofreciéndonos siempre su lado más fotogénico, expulsando el humo para contaminarnos de pasión (de pecado, dirían nuestros mayores) y manteniendo siempre encendido el fuego, el del puro y el de la actualidad, con un mohín arrebatador e imitado hasta la saciedad. Casi todo en la vida de mi amiga Antonia ha sido una exageración, partiendo del rosario de nombres que le cantaron en la pila bautismal: María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Aurelia Esther Dolores. Igual me dejo alguno. El caso es que el próximo viernes, LA RAZÓN regala su película «Mi último tango», del año 60, cuando Marlon Brando aún no conocía las aplicaciones erótico-festivas de la mantequilla.
–Tengo grandes recuerdos de esta película –me dice Sara–,sobre porque era la primera vez que cantaba tangos, porque trabajaba de nuevo con Maurice Ronet y porque estuvo casi un año en cartel en el cine Avenida.
–Es la historia de una doncella que sueña con ser una estrella y al final lo consigue. ¿Alguna vez se ha arrepentido de ser una estrella?
–No. Nunca me ha pesado. Es lo que quería ser desde los cinco años.
–En la película, romance con Maurice; en la vida real, lo mismo...
–Sí. Y luego seguimos siendo muy amigos. Yo he sido muy amiga de todos mis ex amantes y ex maridos. Cuando me divorcié de Anthony Mann, vivimos un año en la misma casa, separados. Y tan felices, oiga.
–Y a los argentinos, ¿les gusta cómo interpreta sus tangos?
–Les encanta. El tango es muy sensual y yo le añado más sexo; diría que le pongo más fuego al tango.
(Ligera de maquillaje, descargada de joyas, Sara parece retar a las leyes de la naturaleza; en ella y en el salón de casa presidido por el retrato que le hizo Roca Fuster, parece detenido en tiempo, se diría incluso que el cuadro, como en la historia de Dorian Gray, envejece poco a poco, evitando que la actriz se marchite. «Yo me veo guapísima hasta sin pintar, qué quiere que le diga; todo el mérito es de mi madre: heredé su piel, ya sabe». Para salir a la calle, sólo un poco de rímel y un toque de brillo en los labios. Cumplirá los 83 el próximo 10 de marzo).
–Buenos tiempos los 60...
–Maravillosos. Hacía una película al año. No hacía dos porque las mías estaban mucho tiempo en cartel y, claro, no iba a competir conmigo misma.
–¿Cómo vivió el franquismo?
–Estupendamente, sin problemas. No me metí en política. Vine de México con pasaporte mexicano, porque obtuve esa nacionalidad en el 51. Hacía una película y me volvía a México o a los EE UU. Iba y venía.
–Sus estrenos eran acontecimientos: se colapsaba la Gran Vía y la Policía se llevaba a los gays que la imitaban...
–Es verdad. Eran tremendos. Los gays iban con plumas y muy maquillados a mis estrenos, y la Policía se los llevaba a Sol, detenidos, y entonces sus familiares me llamaban para que yo hiciera algo.
–Y usted llamaba al director general y...
–No, yo iba en persona a Sol, a las tres de la madrugada, y hablaba con Blanco, o con Jiménez, con quien estuviera al cargo, y le decía que eso de vestirse como la estrella a la que se admira se llevaba mucho en los EE UU en plan homenaje y tal, que allí no estaba mal visto, todo lo contrario... En fin, que les largaba mi rollo y soltaban a los chicos.
(Ideológicamente no era nada; luego fue «bonista» por su amistad manchega con Bono; ahora ya no es «bonista». Es Sara. Su última película fue «Cinco almohadas para una noche»: «Yo dejé el cine por el destape, no por pudor, no, que yo he sido siempre muy abierta, sino porque no era mi estilo; me hubiera hecho más rica, pero aquel cine no era para mí. Hacía top-less en Mallorca en el año pum, y la Guardia Civil venía a decirme: "Por favor, Sara, que luego todas quieren hacer lo mismo...". Yo me cubría, se iban y en paz». En la última foto en la que James Dean aparece vivo está junto a Sara, pero el inolvidable no es él, ni Gary, ni Marlon: es Maurice Ronet. Eso me confiesa Antonia)
–Su «Fumando espero» hizo que a las mujeres les pareciera elegante el vicio...
–Sí, por esa canción el cigarrillo dejó de ser algo feo para ellas.
–Hemingway la enseñó a fumar habanos. ¿Qué diría el escritor de la Ley Antitabaco?
–Se la pasaría por el arco del triunfo, como yo. ¿Por qué no prohíben el humo de los tubos de escape? Está Madrid que no se puede respirar. Yo sigo fumando mis puros, en casa y cuando saco a pasear al perro.
–Le haré una lista corta de íntimos: Indalecio Prieto, Miguel Mihura, León Felipe y Severo Ochoa. ¿A quién resucitaría?
–A Severo Ochoa.
–Y lo de la supuesta ruina, ¿en qué ha quedado?
–No es para tanto. Me quedaron los pisos. Ya he vendido dos y me quedan cinco maravillosos.
(Pronto hará gira americana: Lima, Santiago, Buenos Aires... Luego la veremos en España. Va al gimnasio todos los días: «Soy muy disciplinada, tengo cabeza alemana; seguiré cantando hasta que pueda, y cuando no pueda diré "adiós, nena", y tan feliz").
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