Brasil
Crónica negra: 30 años del Caso Urquijo
La muerte de los marqueses de Urquijo se produjo hace casi treinta años, la madrugada del 31 de julio al 1 de agosto de 1980. Por muchos motivos, durante este tiempo, he sido el periodista del Caso Urquijo. Estuve en el caserón de Somosaguas la mañana del crimen, donde también estaba el asesino más conocido, Rafael Escobedo Alday, Rafi. Publiqué varias exclusivas, como la entrevista a los hijos de los marqueses en la casa del crimen y la entrevista a Escobedo en su casa. Todo fue extraño y misterioso: los cadáveres de los marqueses fueron lavados con agua caliente y los casquillos del arma fueron encontrados y luego desaparecieron. También se encontró el arma del crimen en un pantano y volvió a desaparecer. Lo mismo sucedió con algunos de los asesinos: fueron encontrados y desaparecieron. Ahora el caso Urquijo vuelve a ser noticia porque sabemos que uno de los presuntos huidos, Javier Anastasio de Espona, amigo íntimo de Rafi e imputado por el doble crimen con la misma gravedad que el finalmente condenado, ha sido exonerado, debido a que en España los delitos de sangre prescriben. El Anastasio de ahora no es aquel veinteañero sino un cincuentón escaldado por la vida, tal vez escaso de dinero y melancólico. La autoridad no localizó a Anastasio, fugado en 1987 en un permiso penitenciario. Sin embargo el periodista Jesús Quintero, El Loco de la Colina, le localizó en seguida, en Brasil, para uno de sus programas. Desde entonces me informan que Anastasio ha estado en España cuando ha querido. En este momento, cuando se convenza de que es un ciudadano libre y que las acusaciones ya no tienen efecto contra él, es posible que negocie una entrevista con uno de esos programas que hacen a la gente polémica rica de repente. Anastasio precisa explicar su postura, que no es otra que la de que tuvo que salir pitando dado que no se fiaba de la justicia que le pedía 60 años por un crimen que dice no haber cometido. En el caso Urquijo hubo otros periodistas, como Matías Antolín, íntimo de Rafi Escobedo al que visitaba en vis a vis en las cárceles y a quien yo acompañé a comer anchoas y a recoger el legado de la herencia de Rafi. También hubo una chica de la que se dijo que se había hecho «novia» de Rafi. Entre todos, dieron una versión de Escobedo como cabeza de turco o pagano de una conspiración.En el crimen de los Urquijo al menos intervinieron seis individuos. Los asesinos materiales fueron dos, como poco. Uno disparó al marqués; y otro, a la marquesa, porque se despertó sobresaltada. Los tiros a la señora fueron de gran precisión y maestría, y los del marqués, cobardes y facilones, muerto en pleno sueño. El marqués era el objetivo: un hombre con muchos contactos políticos y económicos, amigo de mucha gente y tal vez adversario de otros. Con Rafi se juntaba el hambre con las ganas de comer: había sido rechazado como yerno y cuando su matrimonio con la heredera de los Urquijo fracasó, quiso vengarse.Los hijos de los marqueses, que amablemente me recibieron en su casa de Somosaguas al día siguiente del entierro de sus padres, tuvieron que sufrir la investigación policial. Las especulaciones se hicieron aire y lo único que sabemos de verdad es el esfuerzo de un gran sabueso, el inspector José Romero Tamaral, que decidió investigar. Tamaral siguió las miguitas de pan que iba dejando Rafi hasta que lo capturó en la finca familiar de Moncalvillo de Huete.La pistola utilizada pudo ser una que le faltaba al padre de Rafi, con un silenciador artesano. Los criminales materiales pudieron salir del círculo de contactos y amistades de Escobedo, que era un chico malo de familia bien, sin oficio ni beneficio, que creyó haber encontrado un destino disponiéndose a ser «de facto» el nuevo marqués de Urquijo. Conocí a Rafi bastante bien. Mi encuentro fue en el locutorio, con su abogado delante, entonces Stampa Braun, y le dije: «Rafi, cuenta todo lo que sabes. Di quién fue el instigador y qué te ha prometido, o no saldrás nunca de aquí. ¿Te acuerdas de mí? Te hice la primera entrevista de tu vida, en tu casa de La Castellana, recién salido de la ducha, oliendo a colonia de bebé. Ha llegado el momento de que colabores, si no, tu abogado –que miraba para otro lado–, no podrá sacarte. Piénsalo». Orgulloso y displicente chupó de su cigarro.Estaba claro que le habían hecho la promesa de que saldría libre y que le estaban engañando. Cuando quiso hablar, acusaba sin pruebas. Un día, en medio del descrédito, tras llorar ante todo el país en compañía del Loco de la Colina, en la cárcel de El Dueso, y decir que ya no era nada porque la cárcel le había destruido, murió. Apareció colgado en su celda: ¿Se suicidó o lo colgaron? Juzguen ustedes: si hubiera seguido vivo, habría acabado cantando La Traviata.
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