Roma

Fatiga de materiales por Martín Prieto

Un matrimonio de cincuenta años sufre «fatiga de materiales», pero de ahí a casarnos ahora con la República hay una distancia. Lo que habría que hacer es recomponer a la familia, como a todas

Fatiga de materiales por Martín Prieto
Fatiga de materiales por Martín Prietolarazon

El joven Jacobo Cano procedía de la Asociación Nacional de Propagandistas y fue el primer secretario «in pectore» del Príncipe de España. Cuando le conocí, estaba encantado porque Don Juan Carlos le había regalado unos zapatos que le quedaban tan al punto que hacía bromas con su carácter de Cenicienta. Cano estaba haciendo de lanzadera llevando al Palacio de la Zarzuela a políticos, periodistas, intelectuales o artistas para que conocieran al Príncipe y él a ellos, encuentros discretos para no alarmar demasiado al habitante de El Pardo. El Príncipe escuchaba pero no hablaba y a mí se me escapó el tratamiento hablándole de tú y lo difícil que resultaba su papel.

Jacobo Cano se mató estrellando su coche, cuando subía a La Zarzuela, contra un autobús de la Guardia Civil que bajaba. Don Juan Carlos quedó desolado porque necesitaba amigos fieles. Era una España rara en la que por las calles los manifestantes de Falange marchaban cantando: «Que no queremos/ reyes idiotas/ que no sepan gobernar/ lo que queremos/ e implantaremos/ es el Estado Sindical. ¡Abajo el Rey!». Era la ultraderecha y los flecos del fascismo quienes negaban una instauración monárquica tras la muerte de Franco. En las últimas horas del franquismo era el presidente Carlos Arias Navarro quién se refería a Don Juan Carlos como «niñato» y le desdeñaba faltándole un elemental respeto personal.

Se nos está olvidando que sin el amparo de una Constitución democrática el ya Rey destituyó a Arias Navarro, en soledad, con muy pocos apoyos y asistencias y con Santiago Carrillo bautizándole desde Roma como «Juan Carlos el breve». Es cierto que el referéndum Constitucional de 1978 no dio a elegir la forma de Estado pero no es menos cierto que la III República era la opción de una fraccionada extrema izquierda (la sopa de letras, más allá del PCE) y de los residuos más que franquistas, fascistoides. En 1978 no teníamos nada más sensato, incluido Carrillo, que votar monarquía y abrazarnos a la bandera nacional que no es la franquista como suponen los estomagantes, sino la enseña naval de Carlos III. Un notario tan inteligente como Antonio García Trevijano vendía por los periódicos un proyecto republicano con pocas expectativas pero estaba en su derecho. Soy testigo de que precisamente la dirección del PSOE censuró radicalmente sus proclamas y sus escritos.

La entonces Princesa Sofía fue una ayuda inestimable para Don Juan Carlos. Viajaron por toda España y ella fue su mejor relaciones públicas en aquellos tiempos en los que era normal que les pitaran y les insultaran como si fueran unos intrusos. No era la sociedad civil, era el caldo gordo del más rancio franquismo. Hoy la Reina no es institucionalmente nada, salvo la madre del Heredero y las Infantas, pero en aquellos años de plomo en los que ni Franco había decidido su sucesión, la entonces Princesa Sofía desempeñó un papel fundamental que no ha sido suficientemente reconocido: encandiló al Caudillo que estuvo chocho con ella mucho más que con el Príncipe.

Ya no hay «juancarlistas»
Tan alemana como su actual antagonista, se propuso hacer Rey a su marido contra viento y marea, y lo hizo con tanta discreción como eficacia. Cincuenta años son media vida y dan para todo. Hay quien propone, con bastante sentido, que el matrimonio dure cinco años renovables. En medio siglo cabe el cansancio y lo que los ingenieros definen como fatiga del metal que obliga a reponer las diferentes piezas. No hay locomotora de vapor que aguante cincuenta años sin sustituir las bielas. También las familias se deterioran y hay que recomponer a sus integrantes, como está pasando ahora en la Casa del Rey.

Pero eso no tiene que afectar a la Casa Real, que es la que nos dimos constitucionalmente. La crisis no es la de la monarquía sino la del republicanismo. Ya no hay «juancarlistas» ni tiene por qué haberlos, y eso se ha sustituido por el accidentalismo en la forma del régimen. Lo que pasa es que no estamos precisamente en el mejor de los momentos como para cambiar la Constitución y sacar la monarquía a referéndum.

Los problemas de la Familia Real carecen de importancia. ¿Quién no tiene un cuñado golfo? El sentimentalismo entre la pareja Real no tiene importancia institucional. Cincuenta años de matrimonio deberían estar prohibidos y por allí ya se ha propuesto la pareja por cinco años renovables. Bien es cierto que el matrimonio es una carga tan pesada que hay que llevarla entre tres, o entre cuatro, o entre seis. La República va a tener que esperar.