Soria
Cañón del río Lobos: el enigma de la perfección
La riqueza que acumulan los pueblos de la comarca soriana de la Tierra del Burgo es sólo comparable al desconocimiento que de ella se tiene. La misteriosa ermita templaria de San Bartolomé es su atractivo más poderoso, pero la villa medieval de Calatañazor, el sabinar más peculiar del mundo o la Laguna Negra rematan una escapada rural en la que no faltan la historia y las leyendas
Magnetismo, algo de sugestión, una gran dosis de fascinación... Las sensaciones se agolpan en la cabeza cuando caminamos por el cañón del Río Lobos, en la provincia de Soria. Y la magia se hace tangible, más aún, al plantarnos frente a la ermita de San Bartolomé, donde las leyendas y los mitos sobrevuelan la tierra que un día pisaron los caballeros templarios. Erigido en el siglo XII bajo los cánones del Románico-protogótico y rodeado de tres olmos centenarios, la ubicación de este sereno templo no es al azar. Cuenta la leyenda que el Apóstol Santiago, montado sobre su caballo y huyendo de los invasores musulmanes, saltó desde lo alto de uno de los farallones del cañón. Los cascos dejaron sus huellas sobre la piedra, cerca del camino que hoy pisamos, y la espada se le cayó al suelo revelando el lugar donde se edificaría la actual ermita de San Bartolomé. Aunque a priori pueda sonar algo casual, el santuario se alza en el «Omphalos» o «centro del mundo», equidistante entre los dos puntos más septentrionales de la Península Ibérica: los cabos de Creus y Finisterre.
Bajo el halo de los templarios, cuentan las fábulas que una de las ventanas de la ermita está orientada a la constelación de Sagitario la noche de San Juan y que un rayo de luna ilumina en el solsticio de verano una losa con un extraño símbolo en el suelo. A pesar de que es imposible colarse en su interior para comprobarlo, ya que la ermita suele estar cerrada, el paseo hasta aquí no es en balde, pues basta con admirar su exterior para intuir los entresijos ocultos del santuario. Se dice que el rosetón de seis corazones entrelazados, que presenta muchas similitudes con el símbolo judaico del sello de Salomón, podría estar vinculado con el Santo Grial que alguna vez reposó aquí. Pero la construcción resulta incluso más impactante si nos metemos en las fauces de las Cuevas de San Bartolomé, de unos 250 metros de profundidad y donde se realizaban rituales paganos.
De vuelta a la civilización, hay que hacer un alto en el camino en el mirador de la Galiana para barruntar la inmensidad del cañón. Desde aquí, las choperas resultan especialmente vistosas en otoño, serpenteando entre los roquedos. Al girar la vista, al otro lado se distinguen las maltrechas ruinas del castillo de Ucero, de romántica silueta, también atribuido a los templarios.
La comarca soriana de la Tierra del Burgo esconde más regalos, pues la riqueza que acumulan algunos de sus pueblos es sólo comparable al desconocimiento que de ella se tiene. La villa de Calatañazor, cuyo nombre de origen árabe significa «el castillo del buitre», presume de un bello caserío que queda grabado en la retina por ser el vivo ejemplo de la arquitectura popular típica de la Edad Media, gracias a pórticos, soportales de madera y casas de adobe decoradas con balcones. Pero si por algo es conocido este pequeño pueblo es por el dicho de «Calatañazor, donde Almanzor perdió su tambor», y es que la tradición oral cuenta que fue aquí donde el caudillo árabe Almanzor murió en el verano de 1002 al regreso de una ofensiva cristiana. Verdad o mentira, lo cierto es que el encanto del pueblo no pasa desapercibido, pues Orson Welles lo usó como escenario de «Campanadas a medianoche».
Cabeza de comarca, Burgo de Osma, coronada por su gran catedral y salpicada de numerosos edificios, bien merece una visita. El convento del Carmen, la universidad de Santa Catalina o las ruinas del castillo de Osma hacen volar nuestra imaginación, pensando en un tiempo en el que las luchas y poderes eran la tónica general.
El sabinar más denso
Historia, leyendas y naturaleza se dan la mano con naturalidad en la provincia de Soria. A escasos kilómetros de Calatañazor nos topamos con su sabinar, considerado el más denso, alto y abonado del mundo, gracias a que el suelo en el que se alza se ha enriquecido a lo largo de los años por el aporte de boñigas de vaca y bostas de caballo. Es precisamente esta aportación animal lo que ayuda a que el sabinar cuente con unos 200 árboles por hectárea –frente a los 15 o 30 que suelen tener otros–, sin pasar por alto que son ejemplares centenarios que superan los 15 metros de altura y los tres metros de diámetro.
Al norte, merece la pena acercarse a la Laguna Negra. A pesar de lo empinado del paseo durante 2 kilómetros, el esfuerzo no defrauda, pues se trata de una laguna de origen glaciar. El poder erosivo del hielo ha esculpido, como si de un cincel se tratase, un paisaje que nos deja atónitos. Y aquí tampoco faltan las leyendas, pues Machado escribió en 1912 que la laguna no tiene fondo y que está comunicada con el mar mediante cuevas y corrientes subterráneas. Encajada a unos 2.000 metros de altura, entre paredes graníticas y bordeada por infinitos pinares, la realidad es que el lago atesora un aspecto oscuro y tenebroso que se multiplica cuando todo a su alrededor está nevado. La fotografía es única. Es sólo un ejemplo más del atractivo desconocido de Soria.
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