Negocio

Una pija en Garibaldi, la taberna de Pablo Iglesias

Yo en la meca podemita, una hereje de mechas rubias que se había colado por alguna grieta de la fachosfera

Carla de La Lá en la Taberna Garibaldi, en Lavapiés.
Pablo Iglesias inaugura en Lavapiés la Taberna GaribaldiP. Rodríguez Barceló

La mayor parte de la gente cae en la más ingenua de las imperfecciones: sospechar sólo de los demás, jamás de sí mismos… Por eso, quisimos investigar cómo tratan a la persona que identifican como enviada del mal en el bar para zurdísimos. Ansiosa de información allí me dirigí, tan de pija que ninguno de los presentes pudiera dejar de detectar que no era una de ellos, sino de «los otros».

¡Y qué demonios! No es la primera vez que me emborracho entre rufianes en Garibaldi. Ya lo hice en La Plaza Garibaldi, atascada de mariachis beodos a dos pulques de la próxima reyerta, eso sí, vestidos con su precioso atuendo, sus sombreros e instrumentos. Garibaldi México, como el Bar de Podemos, en alusión al nieto de Giuseppe Garibaldi, que combatió durante la Revolución.

Lo primero que comentamos al llegar y conocer al socio de Iglesias, Carlos Ávila: «Lleva bigotes de mariachi». Ridículamente ataviada para ejecutar con la mayor diversión mi perversa performance, emergí en Ave María, 6, rodeada de la parafernalia inequívoca del enemigo y adversario del comunismo: alisado japonés, sandalias de tacón de aguja, pedicura rosa chicle, solitarios en sendas orejas y clutch de Vuitton. ¿Sería aceptada en el barrio más inclusivo de España?

Carla de La Lá en la Taberna Garibaldi, en Lavapiés.
Carla de La Lá en la Taberna Garibaldi, en Lavapiés.P. Rodríguez Barceló

La última vez que me senté en Lavapiés vino un señor negro, agarró mi cubata y comenzó a bebérselo. Se alejó riendo y derramando mi bebida por las comisuras de sus carnosos labios y su torso desnudo. Pensé, entonces, que en mi barrio esas cosas no pasaban, nadie se bebe la copa de otro, pero sería conveniente, habría menos alcohólicos y menos dramas familiares y sanitarios si hubiera un negro en cada terraza, como un recogepelotas de Wimbledon, dispuesto a apurar hasta la última gota de los tragos de más que se pimplan en el barrio de Chamartín.

En la barra, León de Aranoa

Después, fumando en la puerta de Garibaldi con Carlos, el hostelero bigotudo atractivo, generoso y simpático, que ha iniciado este proyecto ganador junto con el ex vicepresidente, vimos pasar a la policía cinco veces. Estaba preocupado por el cumplimiento de la ley, al parecer, los municipales ya no se guardan de impedir que los abusones abusen o de que los bangladesíes vendan whisky a los menores, ahora todo su interés se focaliza en que los podemitas beban en el interior del Garibaldi, y no sobre la calzada.

En la barra, el director Fernando León de Aranoa… Y un hombre desconcertante, más que yo, de caqui con chaqueta de tweed y pelo cano medio largo, ese pelito como de poderío económico. Un hombre que podría pasear un perro salchicha con correa de bandera de España, haber salido de los toros, y confesarse en la Iglesia de San Manuel y San Benito.

Con respecto a la jala y la priva, nos extendieron una carta de estética bolchevique de la que no se podía elegir nada (su previsible éxito les ha dejado sin suministros). No había Fidel Mojito, ni el Ché Daiquiri, ni su plato vegano más socarrón, No me llame Ternera, homenaje al etarra José Antonio Urrutikoetxea. Nos conformamos con lo que Olga (encantadora como todo el personal) tuvo a bien traernos y estuvo rico. Los vinos, riquísimos.