Primer libro
Lucía Rivera confiesa que sufrió abusos en sus primeras relaciones
La modelo Lucía Rivera, cuyo primer libro "Nada es lo que parece" sale a la venta mañana se ha sincerado sobre los abusos que sufrió en sus primeras relaciones.
Lucía Rivera, la hija de Blanca Romero y Cayetano Rivera, ha dado el paso a la literatura. La modelo, que colabora como columnista en "La Vanguardia", saca mañana su primer libro, "Nada es lo que parece", un relato en el que aborda algunos de los momentos más complicados de su vida.
La top dedica una parte de su primer libro a las relaciones tóxicas que ha vivido en primera persona. Según relata Rivera, su primer amor fue un joven mayor que ella y cuya relación no resultó tan idílica. Todo empezó cuando la modelo besó a otro chico en una fiesta y su novio se enteró. "Para ser perdonada, me puso unas condiciones inalcanzables, pero yo las asumí, aunque me ahogué al querer cumplirlas". No solo la obligó a alejarse de sus amigas sino que además debía permitirle acceder a todos sus dispositivos.
Ahí no quedaba el control que el joven ejercía sobre Lucía. Además debía decirle dónde estaba en cada momento además de describirle cómo iba vestida. El infierno que vivió llegó a tal punto, que su novio se presentaba en su casa con la certeza de que encontraría algún hombre en el armario.
Tras poner fin a esa relación tóxica, comenzó a salir con otro joven. "Los abusos psicológicos que sufrí en mi primera relación acabaron siendo físicos en la segunda. Ahora que me paro a pensarlo, reconozco que fui la víctima perfecta, casi hecha a medida, una niña con muchos abusos interiorizados, los celos posesivos, los insultos y los refuerzos intermitentes", escribe. "Siempre lo excusaba achacándolo a que estaba drogado y entendí que esa era una manera normal de relacionarse, que yo sería capaz de hacerle cambiar, que la culpable era yo. Siempre lo defendí, no sé por qué, pero seguro que sentía verdaderación admiración por él", justifica los malos tratos.
"Rompió muebles, platos, tiró puertas, ventanas, me rompió ropa y todo lo que tuviera enfrente de sus ojos. Y, desde luego, me rompió a mí. Sí, él sabía muy bien cómo, dónde y con qué intensidad golpear. Recuerdo sus ojos, fuera de sus órbitas, ensangrentados con rabia, y el ceño fruncido mirándome fimamente mientras exclamaba todo tipo de amenazas y me agarraba el cuello contra la pared. Sentía una especie de muerte dentro de mí, tenía moratones hasta en las orejas, y no, nunca se me pasó por la cabeza tomar medidas legales", describe algunas de las agresiones. "No lo hice por miedo a que él pagara las consecuencias y, sobre todo, por miedo a las consecuencias que podría pagar yo", concluye Lucía Rivera.