Sevilla
Nadie quiere acostarse con el hijo de Ortega Cano
Calificar de sórdido el ambiente de la casa de lenocinio en la que José Fernando Ortega Mohedano protagonizó el altercado que lo mantiene entre rejas es altamente injurioso. La sordidez es poco menos que el Baile de la Rosa de Montecarlo en comparación con lo que experimenta un visitante en El Rey 2000, un burdel de carretera a la vista de todos los conductores que transitan por la A-92 entre Sevilla y Huelva, a apenas diez kilómetros de la plaza de toros de la Maestranza, que tantas tardes se rindió a su padre. Allí, entre putas tristes de carne y hueso, nada literarias como las de la novela de Gabriel García Márquez, el hijo que Rocío Jurado y José Ortega Cano adoptaron en Colombia es una celebridad. Un personaje conocido, y temido, no por su relación con el papel cuché, sino por su comportamiento desmandado.
Del país de origen de José Fernando es Gladys (nombre ficticio, por supuesto), una de las quince chicas que deambula por la pista de baile a la caza de uno de los cuatro clientes presentes en el local en la madrugada del viernes, una de las horas punta en tiempo de bonanza. «Esto está tranquilo por la crisis pero sobre todo porque nadie quiere que le hagan una foto entrando en un sitio como éste. Y con la de periodistas que han merodeado estos días por aquí...», tercia un camarero. Gladys conoce a Ortega y le tiene miedo, pero no tanto como a sus compinches. «Es un grupito muy asiduo y bastante desagradable, pero él no es el peor», cuenta con naturalidad. «Forman escándalo, van pasados de todo y ninguna chica quiere entrar en las habitaciones con ellos».
–¿Solían pegaros?
–A mí, no. Pero...
Los puntos suspensivos jamás expresarán tanto como la mirada de la joven, no más de 25 años, cuando se muerde el labio para no seguir hablando. A la cuestión de si José Fernando y sus amigos consumían droga en el local, contesta preguntando: «¿No te dije que venían pasados de todo?» La noche de autos, víspera de festivo, El Rey 2000 estaba más concurrido. Ninguno de los camareros vio nada porque la pelea, que empezó con una discusión junto a la barra, ocurrió fuera. El personal masculino es autóctono porque la caída de las recaudaciones ha provocado que ya no haya para contratar a los fornidos muchachos de la Europa Oriental que antaño garantizaban la tranquilidad de una clientela que paga 53 euros por pasar veinte minutos con una chica, 83 por 45 y 103 por una hora. El pico de tres euros es para sufragar la sábana desechable y los preservativos.
Daniela (tampoco es su nombre), rumana que aparenta frisar apenas la veintena, se ha acercado con la esperanza de retomar la conversación donde la ha dejado su compañera, pero intuye que tanta pregunta no le va a reportar dividendos. Sonríe con amargura cuando escucha el nombre de José Fernando, se escabulle con un par de evasivas y vuelve hacia la barra de «stripper»: «Nadie va a contarte nada sobre esos cabrones», suelta a modo de despedida. Al menos, ella posee un pasaporte de la Unión Europea, un tesoro dentro de este gremio en el que abundan las mujeres atrapadas entre el chantaje y la residencia ilegal.
«Más droga de lo normal»
En el aparcamiento, un hombrecillo escurridizo hace las veces de portero y guardacoches. Él tampoco vio nada porque la paliza propinada por el gang de Ortega a un cliente y el robo de su automóvil se produjo «muy tarde, ya me había ido». Sin embargo, es locuaz, no está escamado como los de dentro por no haber contemplado el insistente interrogatorio del reportero e insinúa que la víctima no fue precisamente elegida al azar. «Estos chavales vienen por aquí mucho, trayendo más droga de la que lleva cualquier consumidor normal». Si, como sospecha la Policía, los detenidos se dedican al narcotráfico a pequeña escala, lo que se conoce como menudeo, el parking es una atalaya privilegiada para vigilar las mercaderías que dentro del club de alterne no pueden realizar, pero sí justo en la puerta, ya que por las inmediaciones de El Rey 2000, en cuanto cae la noche, no se ve un alma.
–Entonces, ¿discutieron por algo relacionado con las drogas?
–Esa noche en concreto no lo sé, porque yo no estaba, pero otras veces sí.
La relativa notoriedad del hijo adoptivo de Ortega Cano ha puesto durante unos días el foco sobre un problema cuyo fondo es preocupante: la facilidad con la que jóvenes que no proceden de ambientes marginales traspasan con inconsciencia absoluta la línea que separa la gamberrada del delito. Quizás la alegría con la que socialmente son toleradas prácticas masivas como el consumo de droga o el sexo de pago tengan la culpa de ello. Hablar de crisis de valores no es un tic rancio de meapilas; es advertir sobre la espiral de degradación hacia las que pueden conducir ciertas aficiones tenidas por inocuas. José Fernando, un niño crecido entre algodones, aprenderá esta lección en la cárcel.
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