Entrevista con sus hijas
Jesús Quintero, memoria de un silencio atronador
«Se quedó con ganas de entrevistar al Papa. Le habría preguntado si creía en Dios»
La mirada, aquella mirada, ya era inquisitiva. Como un estampido sordo que anunciaba la bala en forma de pregunta que iba a disparar. El que la soportaba, quien sostenía la embestida de aquellos ojos que nunca temblaban, sabía que esa inteligencia estaba en plena combustión y que aquel espejismo de silencio lo iba a quebrar en solo unos segundos una interrogación cargada de sustancia, músculo, enjundia. Una interrogación que siempre buscaba saber para que la gente supiera. Porque Jesús Quintero, como todo periodista excelente, y pese a su misantropía, tenía vocación de servicio público. Se acaba de publicar «Memoria del silencio», un tocho suculento (supera las 400 páginas) en el que se recogen una selección de sus entrevistas a gentes diversas –celebérrimas y desconocidas pero potentes– y reflexiones inéditas, y que ha contado con el refrendo de sus dos hijas, Andrea (31 años, nacida en Sevilla) y Lola (25 años, Barcelona), quienes además han decidido saltar a la arena pública para apoyarlo. Ambas se han quedado huérfanas de padre, pero ¿se «sienten» huérfanas? «Para nada», niega Lola, contundente. «Su figura está muy presente en nuestras vidas, y de una forma muy parecida a la que estaba antes. Gran parte de lo que conocemos de nuestro padre ha sido a través de su trabajo. Mi hermana y yo nos sentamos muy a menudo a ver sus entrevistas y es como estar un rato con él, escucharle». «Más que como una pérdida», interviene Andrea, «yo lo he vivido como una especie de transición. Pasa a otro plano en el que no nos puede responder directamente, pero nos responde su recuerdo cuando lo necesitamos. Sí, dialogo con él con frecuencia y pienso en cómo asumiría ciertas cosas y qué consejos me daría. Hay demasiados momentos cotidianos y también extraordinarios que nos recuerdan a él como para sentir esa orfandad. Pero sí está la añoranza, claro».
¿Explica este libro a Jesús Quintero? «Bastante», afirma Andrea. «Lo retrata en sus contradicciones y a través de su voz, que es el único retrato que consideramos que es pertinente. Él dijo lo suficiente de sí mismo y expresó su pensamiento como para poder retratarse. El libro está lleno de contradicciones y repensadas. Cualquiera que lo lea puede conocer a Jesús Quintero». Lola añade: «Animaría a todo el mundo a que lo leyera para que viese a mi padre en todas sus facetas, la radiofónica, la televisiva, la escrita. Y sirve también para conocerse a uno mismo, porque plantea muchas cuestiones que van dirigidas a todo el mundo y que nos pueden ayudar a descubrir partes de nosotros». El periodista onubense y universal, fallecido en octubre del año pasado a los 82 años, no fue un hombre al uso, y por lo tanto fue también un padre inusual. ¿Están reflejadas sus ausencias en el libro? «Sí», asiente Lola, «por lo menos en las partes que nos conciernen, en los epílogos [el libro incluye dos sinceros y emocionantes textos de sus hijas]. En el mío, “El ascensor de cristal”, hablo de que como padre también tuvo largos silencios. He intentado ser lo más honesta posible y hablar de los claroscuros. Me parecía una gran ofensa hacia mi padre ponerle como un ser perfecto. Era imperfecto, y él era consciente de ello. Sus defectos le hicieron también grande, no sólo sus virtudes, e hicieron que fuese el icono de la comunicación que todos conocemos».
La selección de las entrevistas es loquísima: de Borges a Belén Esteban, y, entre medias, Vargas Llosa, Antonio Gala, Rocío Jurado, Ana Obregón, Paulo Coelho, Maribel Verdú, la primera guardia civil transexual, una pareja de gitanas lesbianas… La mezcla retrata la personalidad de un hombre que se subía a lo alto de una colina a gritar con la mirada, como un perro verde. «Queríamos reflejar todo ese universo de personajes», explica Andrea. «Los anónimos, los locos, los sabios brillantes, los periodistas…». El libro se abre con una autoentrevista, entre la poesía, la filosofía y la broma, que revela a un tipo capaz de reírse de sí mismo: «Tenía mucho sentido del humor, era maravilloso, le encantaba reír», cuenta Lola. «Pero tuvo sus momentos de depresión, era una persona muy introspectiva. En televisión igual parecía el gran showman, pero en la vida privada tenía un gran aprecio por la gente que vivía en el silencio, como las monjas de clausura, los budistas, la gente que tendía a lo espiritual y se buscaba a sí misma. Y de ahí vienen un poco sus silencios, el saber cuándo callar. Cuando era pequeña me lo decía mucho: “Si no sabes de qué hablar, cállate y escucha”.
¿Hay una deuda institucional con Jesús Quintero? «Sin duda», responde, tajante, Andrea. «Creemos que mi padre ha hecho mucho por la democracia de este país. Porque fomentar la creación de un espíritu crítico en la gente es luchar por la democracia. Ha sido un referente periodístico, pero también un testigo de excepción de los últimos 40 años de este país. Cuando murió hubo condolencias tanto de Zarzuela como de la Moncloa. Lo obligado, sí, pero estamos esperando un poquito más». ¿El qué? ¿El nombre de una calle, de una plaza, de una Facultad? «Yo lo veo desde otra perspectiva», comenta Lola. «Él nunca hizo nada esperando algo a cambio. Era tan libre de pensamiento que es muy difícil materializarlo. Las muestras institucionales están bien, pero que te venga una persona que estuvo destinada en Afganistán y te diga que cuando estaba solo en el desierto escuchaba a mi padre… es una sensación tan alucinante…». «Sí», añade Andrea, «eran las muestras de cariño de la gente de la calle las que él solía destacar. Cuando le decían en qué momento de sus vidas les había acompañado y enseñado algo». «Y gente muy diversa», remarca Lola. «España es un país muy polarizado, mi padre venía de otra generación, vivió con esa polarización toda su vida. Yo tengo un círculo de amigos y familiares muy diversos, soy medio catalana pero he ido a buenos colegios de Madrid, y es alucinante que todo el mundo se ponga de acuerdo en apreciar a mi padre».
En los últimos tiempos, Quintero despedía amargura. El mundo que él había conocido se derrumbaba sin remedio, empezando por la televisión. Su hija Lola asiente: «Sí, y con eso fue siempre muy vocal. Es cierto que él mantenía ese discurso, se quejaba de que la televisión había cambiado, que, en efecto, lo ha hecho. Aunque eso va con los tiempos: internet, el cambio de la sociedad, la globalización… ¿Realmente hay cabida para los silencios de mi padre en prime time? Fue muy crítico también con las cadenas de televisión, y valiente. Con todo lo que eso acarrea, que es estar apartado y no tener la misma plataforma que en la época en la que se sintió más libre, desde los ochenta hasta los primeros dos mil». «Tuvo un gran sentido de la justicia y de la honestidad», remarca Andrea. «Nunca vio lo de apartarse de la televisión como una derrota, sino como un éxito en sí mismo: me aparto antes que ceder con esto. Se fue con la satisfacción de no haberse traicionado a sí mismo».
Quintero falleció sin haber hecho la entrevista que más deseaba, al Papa Francisco. «Se quedó con ganas de hacerla», señala Lola. «Él tenía una relación muy curiosa con la fe. Venía de la Andalucía profunda, hipercatólica. Le fascinaba la Semana Santa. Y podrían haber salido grandes preguntas de esa entrevista». «Y decía», remata Andrea con un broche que retrata a Quintero mejor que un libro, «que él quería empezar preguntándole si creía en Dios». Mucho Quintero.