Anécdotas

Bárbara Rey y los pícaros años de las vedettes: el poder se ponía a sus pies

Su figura ayuda a reescribir la historia de España en el siglo XX, por su influencia y por lo que mostraba en sus libretos

Cartel de un espectáculo de vedettes en el Folies Bergere de Paris
Cartel de un espectáculo de vedettes en el Folies Bergere de ParisFolies Bergere

No es el mejor momento para preguntarle a las vedettes por esa España en la que reyes, políticos y otros hombres poderosos bebían los vientos por ellas. Influidas por la traición de Bárbara Rey, asoma una soberbia puritana, casi de enfado: «Mi carrera de vedette fue solo un instante en una larga vida dedicada a la interpretación», nos dicen artistas como Norma Duval y María José Cantudo. Solo dos de ellas nos hablan sin pudor de esa vida fascinante entre bambalinas. Una es Rosa Valenty, «vedettita», como ella matiza, de grandes estrellas, que cuenta que durante la etapa en la que encarnó a Marilyn Monroe llegó a su camerino «más de un cheque en blanco a cambio de una noche de amor». La otra es una de las últimas vedettes de El Molino barcelonés que, de forma anónima, admite que «política, poder, dinero y plumas formaron una masa homogénea que nunca se llegará a conocer del todo».

De intrigas, bailes prohibidos y romances clandestinos nos habla Joan Gimeno, showman que presentó con Sara Montiel «Ven al Paralelo» y actuó junto a primeras espadas en las salas barcelonesas donde triunfaron Lita Claver «La Maña» y Merche Mar. Vivió sobre el escenario los últimos coletazos de la censura franquista, «cuando una luz roja avisaba de la llegada de los censores y las artistas se bajaban las faldas y tapaban sus pechos». Paradojas de la revista, «los mismos que prohibían venían cada noche a vernos mover las mamelles, añade la vedette. Al relato vibrante y pícaro se suma uno de los referentes teóricos de la revista musical: Juan José Montijano, autor de «Celia Gámez» e «Historia de la revista», entre otros títulos de la editorial Almuzara.

El tema refresca también la memoria de productores musicales como Paco Martín, que recuerda que durante una época llevó a la calle Cartagena generosos paquetes de discos a nombre de una tal Marita. «No te diré la persona importante que regalaba, pero sí que con el tiempo aquella mujer se llamó Bárbara Rey». La España de las vedettes nos permite reescribir la crónica política y social de nuestro país desde su prisma más travieso. Montijano nos traslada a tiempos de Manuel Azaña y Celia Gámez, la gran dama de la escena. «En noviembre de 1931, en el Teatro Pavón, uno de los nardos que arrojaba fue a parar al recién nombrado presidente del Gobierno. Él lo cogió, lo besó y se lo puso en la solapa». Aquello generó un enorme revuelo en el hemiciclo y el 15 de diciembre de 1931, cuando Alcalá Zamora confirmó a Azaña como presidente, los diputados entonaron «Los nardos» y «Pichi». Dicen que al morir aún lo conservaba en su cartera.

Celia Gámez
Celia GámezLR

«Celia Gámez transformó el género y lo limó de procacidades. Su humor era picante, pero tenía una visión muy astuta del espectáculo», señala Montijano. Lo que ocurrió lo contó ella misma en sus memorias: «Muy pronto empezó a suceder algo extraordinario: cuanto más aplaudían a la estrella, más querían conocer a la mujer». Y así le ocurrió con hombres como Alfonso XIII o Millán Astray. A ella y a muchas más, como Tania Doris, Queta Claver, Virginia de Matos, Concha Velasco, Esperanza Roy o Lina Morgan. Todas fueron admiradas por reyes, embajadores, ministros, intelectuales, escritores, empresarios y artistas. Y un buen número se dejó querer.

Lina Morgan
Lina MorganLR

Envueltas en sugerentes gasas, plumas y sedas, estas mujeres deslumbraban a un público eminentemente masculino. Entre los admiradores de Celia estaba Jacinto Benavente, un vicioso de los pasteles que acudía al teatro casi a diario. «Yo siempre le tenía preparada media docena que me traían de las mejores pastelerías», escribió en sus memorias. El más ilustre fue Alfonso XIII. A través del marqués de Viana, le hizo llegar una invitación para tomar el té con él en El Pardo. «Invitación que, gentil y educadamente la Gámez declinó, aunque no paró hasta conseguir hablar con ella. Con su encantadora sonrisa, su sombrero y un blanco clavel en la solapa, cautivó a una entregada Celia, absolutamente abrumada».

Franco, Manolete y Celia

Entre los innumerables ramos de flores, le llegó una cesta de violetas de parte del rey con un rollito de papel que envolvía una gargantilla de brillantes que, después de la guerra, acabó en manos de Elizabeth Taylor. En las redacciones comenzó a tejerse la leyenda. ¿Hubo idilio? Montijano recoge el testimonio de Andrés Lozano, hijo y nieto de empresarios teatrales. «Si hago caso a lo que mi padre me contaba, no tengo más remedio que decirle que sí». Durante la posguerra, esa era, junto a Franco y Manolete, la comidilla. Fue también muy comentada su relación con el general Millán Astray, aunque su admirador más espléndido fue un naviero que le obsequió con una sortija de oro y brillantes y luego con unas llaves de oro que abrían un hermoso Citroën.

Tania Doris
Tania Doris LR

Aquellas vedettes recibían lo mismo joyas que camiones enteros de fruta y pescado. Una de las artistas que soliviantaba a los hombres de cintura para abajo era la escultural Virginia de Matos. En 1955, cantando «¡Míreme, señor!» enfervorizó de tal modo a un militar que exigió repetir el número con dos tiros al techo.

Norma Duval
Norma DuvalLR

Después de la Transición, la revista cambió y también los gustos de los españoles. Los entrevistados coinciden en que el género fue producto de su tiempo.y símbolo de libertad. Las vedettes raramente se significaban políticamente. Iban con el que mandaba y punto. Y su conciencia nunca tuvo nada que reprochar.