Realeza británica
Carlos de Inglaterra, un rey en prácticas
El hijo de la reina Isabel II está ejerciendo, poco a poco, de soberano del país cuando su madre no puede
La imagen representaba el comienzo de una transición ordenada y exenta del dramatismo de un duelo. Carlos de Inglaterra, acompañado por su mujer, Camilla de Cornualles, y de su heredero, Guillermo, hacía suyo, frente a diputados y lores, el Discurso de la Reina, el acto central de la apertura de sesiones del Parlamento. Esa es quizá la principal escenificación del poder real y por ello objeto de toda la pompa con que los británicos gustan de adornar sus ceremonias. Mientras leía el texto, preparado por el Gobierno de su majestad para la ocasión, el príncipe de Gales desviaba de vez en cuando la mirada hacia la corona imperial que reposaba junto a él en un cojín como testimonio de la autoridad de su madre y, por tanto, de su condición de sustituto.
El protocolo así también lo advertía: Carlos no llegó a Westminster en una carroza desde el palacio de Buckingham escoltado por la guardia real, ceñida su testa por la espléndida corona y ataviado con el manto de Estado, como habría correspondido a Isabel II si su salud no se lo hubiera impedido. No entró tampoco, como habría hecho ella, por la Puerta del Soberano ni pudo sentarse en el trono real, sino en el de los consortes, de menor tamaño. Sin embargo, su figura, impecable con el uniforme de almirante de la Royal Navy, parecía imbuida al fin de la magnificencia de un rey.
Tras setenta y tres años de espera, su tiempo ha llegado, aun sin que la sucesión parezca cercana. Isabel y sus consejeros han diseñado un paulatino traspaso de competencias que casi ha llegado a su final. Desde 2018, la reina, que acaba de cumplir 96 años, ha ido reduciendo cada vez más su actividad delegando sobre todo en su primogénito actos y viajes oficiales, que suman más de 500 al año.
Su mayor presencia institucional fue especialmente significativa cuando en 2019 acompañó por primera vez a su madre en el mismo Discurso de la Reina que él ha protagonizado el pasado martes. Y afianzó su posición cuando Isabel anunció su deseo de que Camilla se convirtiera en reina consorte, en complicidad con las intenciones de su hijo. En paralelo, se activó una campaña de imagen a través de elogiosos artículos de prensa y documentales especiales producidos por la BBC con los que se ha intentado mejorar una popularidad que las encuestas sitúan en un pobre 58% de aceptación entre sus compatriotas.
Las circunstancias familiares han contribuido además a atribuirle un perfil de enérgico paterfamilias que pocos le habrían supuesto. Tanto en la gestión del escándalo de pederastia en el que se ha visto envuelto su hermano Andrés, que él decidió atajar apartándole de palacio definitivamente, como en la crisis abierta por su hijo Harry, Carlos se ha mostrado como la autoridad de la que ahora depende el futuro de los Windsor. En ello confía su madre, que se intuye dispuesta a dar un paso al lado.
Desde la muerte de su marido, Felipe de Edimburgo, hace un año, la reina ha sufrido un deterioro cada vez más evidente. Ella misma ha revelado que el Covid, del que se contagió a finales de febrero, la dejó exhausta, lo que probablemente haya agravado los problemas de movilidad que le impidieron acudir a la ceremonia en el Parlamento. De hecho, se teme que tampoco pueda presidir los actos con los que se celebrarán, entre el 2 y el 5 de junio, sus 70 años de reinado.
Algunos medios locales apuntan ya que, en este escenario, podría estar contemplándose la posibilidad de que el príncipe de Gales asumiera la regencia. Para que eso ocurra, según la Ley de Regencia de 1937, se tendría que declarar probado «que el soberano está por alguna causa definida no disponible para el desempeño de sus funciones». En este caso, valdría con la voluntad de Isabel II para asumir la jubilación y disfrutar de un pacífico retiro en Windsor, su residencia preferida.
En ningún caso eso supondría su abdicación, pero ya no detentaría las prerrogativas constitucionales que corresponden al monarca, ya que pasarían a su hijo: promulgar leyes, mantener audiencia con el primer ministro, disolver el Parlamento, llamar a elecciones, acceso a documentos gubernamentales… Richard Fitzwilliams, buen conocedor de la familia real y por ello habitual comentarista de las cadenas BBC y CNN, aseguraba que «conviene recordar que en 1947 la reina juró servir al país toda su vida. Es una persona profundamente religiosa y realmente está decidida a hacerlo». Pocos tienen dudas de que, en efecto, Isabel morirá siendo reina, aunque el tránsito para Carlos ya se haya iniciado entre la desconfianza y la incertidumbre de muchos sobre su capacidad para preservar sin menoscabo el impecable legado de su madre.