Gente
Borja y Francesca, la nueva alianza de los Thyssen
El hijo de Carmen Cervera y la hija del difunto barón Thyssen-Bornemisza parece que tienen bastante que compartir. Lo que el arte ha unido, que no lo separe... nadie. Esta semana han estado juntos en el museo familiar. Y hay planes de futuro.
El hijo de Carmen Cervera y la hija del difunto barón Thyssen-Bornemisza parece que tienen bastante que compartir. Lo que el arte ha unido, que no lo separe... nadie. Esta semana han estado juntos en el museo familiar. Y hay planes de futuro.
Por amor al arte. La verdad es que la otrora musa del London swinging –en la pila bautismal Francesca Ana Dolores– ha disfrutado, ése y no otro es el verbo, de una vida plena. Vino al mundo rodeada de cuadros, de dibujos, de grabados, imposible no aspirar los efluvios que tenía a su alrededor y contagiarse de ese ambiente cultural. Su padre, el barón Heinrich Thyssen-Bornemisza, se lo había puesto en bandeja. Y ella supo ver el tesoro que tenía a la mano. Un día le preguntó qué era ser rica. Él le ofreció una respuesta sabia: «Ser libre», le dijo. Y ella lo puso en práctica poco tiempo después. Alejo Vidal-Cuadras la pintó de niña al carbón con apenas cuatro años, con carita de no saber nada de la vida, ella, que después hizo un máster y se graduó con nota. Bastantes años después Robert Mappelthorpe la retrató con su incómoda cámara para muchos. Corría 1981 y ella andaba ennoviada con una cantante en los años de las hombreras «king size» y los collares de perlas colgando del cuello de los nuevos románticos. Posó para Robert como una princesa de las mil y una noches, bellísima, en varias ocasiones, de frente y rebosante de joyas, de perfil y con el mismo atuendo. También sentada sobre una cama, con la mirada baja, los pies descalzos, un tirante sensualmente caído y un peinado que era lo más en aquellos maravillosos ochenta. Después se casó con un hombre repleto de títulos, Carlos de Habsburgo-Lorena, y dejó claro quién era: vistió un Versace que no pasó desapercibido para los ojos del mundo –rosa y no rosa– y en vez de un ramo de flores, vaya vulgaridad, apretaba en su mano un misal. Fue relativamente feliz, tuvieron tres hijos y desde hace ya unos cuantos años vive cada uno por su lado. Pero en paz y armonía. Ahora ha regresado este huracán hecho mujer casi como una brisa de primavera adelantada, dispuesta a abrir las ventanas del Thyssen para que se cuelen nuevos aires. Si en 2009 con la obra de Ernesto Neto que iba a levantarse en el hall del museo –realizada ex profeso para el espacio– ya tuvo sus roces con la baronesa («Me parece inaceptable que se haya cancelado simplemente porque ella no quiere descolgar del vestíbulo los cuadros de Macarrón», dijo entonces), ahora sabe que ha llegado su momento, ese que vatició cuando en 2010 pasó por Gijón con sus obras: «Yo tendré un lugar en el museo Thyssen de Madrid, pero ahora todavía no es el momento». Era solamente cuestión de tiempo. El pasado martes 26 se la vio compartir confidencias y gestos de cariño con Borja Thyssen, sobre todo, y la esposa de éste, Blanca Cuesta.
La videoinstalación que nos une
El museo y la Fundación Francesca Thyssen han llegado a un acuerdo «en beneficio del arte», que no es cosa baladí. Dos veces al año se expondrán piezas de la colección de arte contemporáneo de la hija del barón que acabarán por engrosar los fondos de la pinacoteca que creó su padre, lo que significa que van a poder trabajar juntos. Solo faltan algunos ajustes y cerrar ciertos detalles técnicos, lo que significa que en el próximo patronato, que se celebrará este mes, se cerrará el contrato y se anunciará. Las videoinstalaciones de Amar Kanwar han unido a los hermanastros. De momento. Quizá por esta vía llegue la normalización con la baronesa –que no estuvo presente en la charla– y que siempre ha tratado de quitarle la razón a quienes aseguran que sus relaciones con Francesca podrían mejorar. ¿No será que ambas están condenadas, aunque se empeñen en decir lo contrario, a entenderse?
La guerra viene de atrás, cuando falleció el barón Thyssen en 2002. Carmen Cervera y los hijos del aristócrata alemán se enfrentaron. El motivo fue la venta de un cuadro, un Degàs, al que los hijos se opusieron, con Francesca al frente. Los ataques y los dardos con dosis significativas de veneno hacían diana directamente en la viuda. Casi veinte años después la joven díscola se ha serenado. El verano pasado cumplió 60 y lo celebró con un magnífico fiestón en el que no faltó Grace Jones, del círculo de la Archiduquesa de Austria, como lo es también Marina Abramovich. Meses después recibía uno de los mejores regalos de cumpleaños, un mural pintado por el artista Ragnar Kjartenson para su nueva casa de Londres, donde ha abierto oficina tras cerrar la que tenía enViena. Marcharse a la «city» puede suponerle más pronto que tarde un problema con el «Brexit», mientras que desembarcar en España a medio plazo y montar cuartel en Madrid (una vez cerrados los flecos de la colaboración) reuniría a los miembros de esta tronada familia y sus intereses. No es una mala idea.
Próxima prórroga a la vista: el 31 de marzo
De tres en tres meses. Cada vez que llega la fecha de extinción de la prórroga de la colección de arte de Carmen Thyssen todos contenemos la respiración. El pasado 31 de diciembre no se alcanzó acuerdo entre la baronesa y el Ministerio de Cultura y las partes optaron por prorrogar por otros 90 días más la fecha para cerrar el quizá definitivo acuerdo que deje en España una colección formada por 429 piezas, prestadas a la Fundación Colección Thyssen-Bornemisza de forma gratuita en 2002. Las elecciones generales se celebrarán el 28 de abril, lo que significa que será complicado alcanzar un acuerdo antes de saber quién será el próximo presidente del Gobierno. Carmen Calvo se ha mostrado muy cercana a Cervera desde su etapa como ministra de Cultura. Suponemos que quizá se alargue tres meses más el cierre del acuerdo. Ese día, el día que se rubrique, la baronesa a buen seguro respirará aliviada. Y los demás, también lo haremos.
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