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Entrevista
Miguel Bosé: «En una familia de bien, tener un hijo maricón era peor que morir»
El artista deja a un lado el negacionismo covid para volver a su infancia, de la cual detalla sin tapujos la violencia de su padre, sus primeros pinitos sexuales con hombres y mujeres, y el miedo que impregnó su adolescencia
Miguel Bosé (,Panamá, 1956) llega a la entrevista sonriente (sin mascarilla, claro está) y dispuesto a desnudar su pasado. Poco amigo de hablar de sus intimidades en sus 65 años de vida, lo hace ahora a modo de autobiografía, «El hijo del Capitán Trueno» (Espasa), con todo tipo pormenores. Embutido en un jersey azul, pantalones de pana blancos y unas bambas Y-3, posa su mirada en su interlocutor para reconocer que ha tenido que dejar fuera de imprenta «300 páginas» de lo que el denomina «unas memorias sensoriales». Habla sereno de quién fue Miguelito, cómo se transformó en Miguelón y qué fue de Miguel. Lo hace, dice, sin el lamento del pasado, pero sus audaces ojos muestran un poso vivencial que denotan las turbulencias que él mismo relata en su libro.
-Su padre, Luis Miguel Dominguín, según describe, le humillaba por su «falta de virilidad». Su madre, Lucía Bosé, dejaba un vacío que cubría su Tata. ¿Podría decirse que vivió una infancia traumática?
-Todas las vidas que vivimos a lo largo de nuestra vida se van disolviendo. Cosas que de pequeño no entendías, más tarde lo haces. Mi padre era un dios de aquella España, el niño de Franco. Mi madre, la mujer más bella del mundo, la musa del neorrealismo. Cuando esos dos mundos se juntaron aparecí yo y me tocó vivir bajo esa vida que se hizo un tanto complicada.
-¿Cómo sobrevivió a aquello?
-Cuando eres pequeño no tienes recursos, o los que tienes son muy básicos, esenciales y limitados. Entonces se trataba de sobrevivir todos los días a los caprichos, necedades y extravagancias de tu padre y de tu madre, con el bendito apoyo de la Tata (Reme, quien cuidaba de los hijos: Miguel, Lucía y Paola). Ella es la columna vertebral de esta historia.
-Y quien curaba sus heridas ante la ausencia o «presencia dañina» de sus progenitores....
-Con mi madre pasaba del amor al odio. Me quedaba muy dolido cuando no estaba ahí. Me ponía triste. Pensaba que mi mamá no me quería, ni mi papá tampoco. No me abrazaban. Esa cosa de niños. Pero luego estaban ahí los estudios, los primos y esa tristeza se diluía. Lo peor fue la separación de mis padres, todo se fue a blanco y negro, la tristeza inundaba todo y los colores se fueron. Ahí es cuando empezó el miedo.
-El comportamiento que narra de su padre hacia usted son aterradoras. ¿Pasó realmente miedo a su lado?
-Yo no respondía a sus expectativas de heredero de casta torera en un régimen donde había que ser bruto, malhablado, mujeriego, cazador e ignorante. Yo no era nada de eso y encima leía. Así que él decía, y delante de mí: «Este niño es maricón». Una palabra candado. «El niño es raro, maricón», repetía. Me gustaba la biología, hablar de viajes y jugar a piratas. Él quería que cazara, pero yo me ponía un sombrero con plumas y ya todo se torcía. No había escapatoria.
-Con el paso de los años, ¿no se atrevió a ajustar cuentas con su padre por ese comportamiento humillante?
-Pasó una cosa curiosa. Un día, al paso de los años, le pillé mirándome embelesado y le dije que por qué me miraba así. «No me puedo creer que seas quien eres y que lo hayas conseguido sin pedirme nada. Nunca me pediste nada». Toda la gente a su alrededor dependía de él económicamente, era el capo de los Dominguín. Yo le respondí que me había dado idiomas y estudios.
-Le pidió cariño y no se lo dio.
-Yo le pedía cariño sí. Pero al final, él me miraba y creo que entró como con un sentimiento de vergüenza, como pensando: «Quizá no le entendí muy bien en aquel momento».
-¿Le marcaron las constantes acusaciones de «maricón» en el desarrollo de su sexualidad y en sus relaciones sentimentales?
-No me influyó. La vida se resuelve en ese momento y lo que viene después no tiene nada que ver con aquello. Entonces, durante el franquismo, ser homosexual era delito, te metían en la cárcel después de darte cuarenta palizas. Además, en una familia de bien tener un hijo maricón o una hija lesbiana era un «antes muerta». Yo pude ser lo que conseguí porque mi carrera empezó en la Transición, cuando las cosas se normalizaron al llegar la democracia.
-Su padre no comprendería los triunfos de un niño artista...
-Para él, su heredero tenía que cazar y el niño no cazaba. Qué hacemos. Me decía que tenía que colgar algún trofeo de caza en la pared porque «si no, cómo te voy a querer, Miguel. Si quiere que te quiera es lo que tienes que hacer».
-¿Qué impacto ha tenido esta relación paternofilial tan tóxica en tu papel como padre? ¿Se ha esforzado conscientemente para evitar los patrones nocivos que vivió?
-Seguramente me haya esforzado para no repetir esos patrones. Intentas no replicar las cosas que no te gustaron.
-Tampoco le ha gustado nunca hablar de su intimidad, pese a todas las especulaciones que ha habido en el pasado. ¿Ha sentido dolor o deslealtad por los seres queridos que han vendido su vida privada?
-Hago muy poco caso a lo que dicen de mí. Es algo que he hecho siempre. No leo lo que dicen. Mientras escribía este libro me he dado cuenta que siempre he tenido claro que mi vida es mía y que la iba a vivir a mi manera. Me daba igual lo que dijeran. También te digo que nadie ha podido contar lo que escribo yo en este libro. Es imposible, porque es mi vida.
-Tanto es así, que relata con detalle cómo perdió la virginidad con Amanda Lear, que fue pareja de Dalí «y casi a la vista de todos». ¿Se vio forzado a «convertirse en un hombre»?
-Aquello fue como para decir a mi padre: «Ya no soy virgen, déjame en paz». Lo viví así, como que ya lo había catado y entonces estaba iniciado en esas cosas que a mi padre le ponían tan orgulloso. «Mi hijo ya es un hombre», comentó. Luego, él y yo nos íbamos de juerga. Pero sí, he de reconocer que en aquel momento fue algo así como: «Papá, te entrego el título (de mi virginidad) y ahora voy a por la carrera».
-Describe su infancia como momentos de felicidad siempre enturbiados por la conducta de los adultos. ¿Le impidieron ser feliz? ¿Qué capítulos de su pasado reescribiría?
-En general puedo decir que sí que he sido feliz a pesar de las cosas feas, duras y desagradables que he vivido, a pesar de los problemas que mis padres me han creado. He sido un privilegiado. Y soy muy consciente de que soy fruto del ADN de mis padres, nací así acuñado. A partir de ahí no te escapas, tienes una carga que manda y que te obliga a ser parte de esta especie de gente tocada. En una familia en la que la que ser tibio nunca fue una opción.
-De la noche a la mañana pasaron a vivir en la opulencia a hacerlo en la ruina. Les daban hasta comida para poder sobrevivir en su casa de Somosaguas.
-Te enseñaban a mantener las apariencias, a fingir. Era horrible y odioso. Sin embargo, era más común de lo que pensamos y sobre todo, en el barrio de Salamanca.
-¿Fue peor la convivencia con un padre tan estricto o el periodo post separación en el que su madre y los tres niños se quedaron en la ruina?
-Después de la separación vinieron años muy duros. Pero pasado el tiempo fue mi madre quien marcó la vuelta a la normalidad del matrimonio. Ella había retomado su carrera y sus relaciones. El marido torero había quedado en la lejanía. Cuando se reencontraron fue una reacción muy goliarda. Se tomaban el pelo, se reían mucho y mi madre se metía con las novias de mi padre. Eso hizo que se produjera una distensión. Se regresó a una convivencia familiar y ya todo el mundo posicionado desde otro lugar. Las vidas siguieron su curso. Ahí empecé mi acercamiento a ellos de otra forma, de una manera más adulta.
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