26 años sin La Faraona
El fantasma de Lola Flores “está muy vivo” 26 años después
En el aniversario de su muerte hablamos con las personas más ligadas a ella y para las que su recuerdo está aún muy presente. En el aire queda un proyecto sobre la artista
A Lolita no le hace falta que nadie le recuerde que un 16 de mayo de 1995 murió la persona a la que más quería, que se quedó huérfana de madre, amiga, confidente, pero también de amor. Las dos eran uña y carne, bien lo asegura hoy la hija: «Mi madre fue mi referente, el ejemplo a seguir, hablábamos constantemente, dormíamos muchas veces juntas, nos contábamos casi todo… Y la tengo en mi pensamiento cada día de mi vida», declara. Y es que hoy se cumple el veintiséis aniversario de la muerte de la inimitable Lola Flores y su recuerdo sigue latente entre todos los que la quisimos.
Sus hijas cuentan que el fantasma de su madre estaba muy vivo en su casa «El lerele», que notaba su presencia constantemente. Era tal el ímpetu y la fortaleza de la artista que su prematuro adiós no debió ser completo. Meses antes de su fallecimiento tuve la suerte de compartir con Lola una jornada muy emotiva, una fiesta en una discoteca madrileña en la que hizo entrega de una bata de cola corta, un colín, a su amigo Julio Sabala, el hombre que mejor la imitaba. Aquella noche, su rostro denotaba tristeza, y cuando le pregunté cómo se encontraba, a sabiendas de que el cáncer de pecho que sufría le iba minando las fuerzas, contestó esbozando una media sonrisa: «pero hombre, ¿tú me ves mal? Hoy me siento mejor que nunca, ni se me pasa por la cabeza que estoy enferma». Por desgracia, se mentía a sí misma a sabiendas de que el diagnóstico médico no avalaba su optimismo.
Aún así, sacó fuerzas de flaqueza para actuar por última vez en Valencia ante un público entregado y enfervorecido. Y es que Lola fue mucha Lola, agotaba a cualquiera a base de entusiasmo y no parar. Era artista, y muy grande, la mejor, pero su prioridad siempre fue su familia, y por encima de todos, sus hijos, Antonio, su ojito derecho; Lolita, la que más se parecía a su progenitora; y Rosario, savia nueva en casa. Quién podría imaginarse que Antonio se iría de este mundo dos semanas después que su madre, ahogado en un baño de alcohol y barbitúricos. No supo echarla de menos y optó por seguirla al más allá.
El Golosina, su incondicional
Otra persona esencial en la vida de Lola fue Juanito «El golosina», incondicional hasta su muerte y que manifiesta con orgullo que «la figura de Lola Flores sigue vigente en la mente de muchos españoles, es incombustible y no desaparecerá jamás. Hasta se ha hecho últimamente el anuncio del “acento” con su imagen… y la voz de su hija Lolita. Tenía un don, era muy especial, todo el mundo la quería. Es única e inimitable. Lola no ha muerto. La conocí en 1977, era un chaval que la admiraba profundamente, y me siento orgulloso de haber compartido con ella tantos momentos felices. Recuerdo que me sentaba junto a su cama y veíamos juntos los programas de televisión. Ella me acariciaba la cabeza con dulzura, me mimaba con cariño, nos queríamos muchísimo. Para mí fue lo máximo, y no pasa un solo día en que yo, un niño del campo, de las gracias a Dios por haberme permitido conocer a Lola Flores. Aunque ella me dijo que cuando la ensalza no desmerecen a ninguna otra artista. Que cada una tenía su personalidad y sus méritos», cuenta emocionado a LA RAZÓN. Juanito guarda en su casa cuatro regalos muy especiales que le hizo La Faraona: «Son dos batas de cola muy antiguas y dos mantoncillos. Y si sus hijas me lo piden, los cederé para que se exhiban en el futuro museo que Jerez le dedicará». La muerte de su amiga «me llenó de llantos, era un ser nuestro, una mujer extraordinaria. Se bebía la vida a sorbos. Intentó ser fuerte hasta el último suspiro».
Me viene a la cabeza la negociación de un reportaje con ella. Lola solicitaba doscientas cincuenta mil pesetas por darme en exclusiva el reportaje del cumpleaños de su madre. No llegamos a un acuerdo y su última oferta fue que le pagáramos el convite y posara toda la familia para la revista en la que yo trabajaba. Al final, y ante las dudas, el reportaje se lo hizo otra publicación. En aquella cita, cuando todavía tenía su residencia en la calle María de Molina, apareció en bata y pijama su marido, Antonio González «El Pescaílla». Era la una de la tarde y pasó por el salón con un vaso de whisky en la mano. Lola le miró y me comentó: «Pobrecito, se aburre mucho, aquí no tiene amigos. Vamos a cambiarnos de casa a otro barrio, creo que se llama La Moraleja, a ver si allí hace amistades».
En un audio que salió a la luz en el programa de Toñi Moreno de Canal Sur, Lolita pudo escuchar lo que pensaba de ella su progenitora: «Mi hija es madrera y padrera, por mí siente predilección, y yo vivo también para Lolita. Me dice que soy todo para ella: madre, amiga, amante, novia, hermana, hija... Igual que mi hija para mí».
En el aire queda un proyecto sobre una artista que llevó el nombre de España por todo el mundo. Sus dos hijas, sus nietas, la manager Mariola Orellana y algunos amigos íntimos, preparan un espectáculo sobre la vida de La Faraona. Lolita y Rosario se ocupan de temas relacionados con el guión y la producción. Será el gran homenaje familiar a una mujer que lo dio todo por los suyos.
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