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¿Qué pasa ahora con el ducado de Badajoz que ostentaba Doña Pilar?
Su padre, Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona, le otorgó este título nobiliario y luego fue facultada para usarlo en España de modo vitalicio
La Infanta Doña Pilar, fallecida hoy, era una auténtica Borbón si por eso entendemos una persona franca, directa, con sentido de humor y, por supuesto, leal a la Corona que su padre y su hermano encarnaron y que ahora personifica su sobrino Don Felipe VI. Su padre, Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona, a quien adoraba, le otorgó el título de Duquesa de Badajoz. Luego, se le facultó para usar en España de modo vitalicio ese título, que, como otros títulos de la Casa Real, revierte ahora a la Corona para que el monarca pueda disponer de él según su criterio de modo graciable, personal y vitalicio y siempre para personas de su familia. Lo mismo sucedió con el ducado de Cádiz y con el de Palma de Mallorca, y lo mismo ocurrirá con los ducados de Soria y de Lugo. En el Decreto 758/1967 de 13 de abril se le trataba de “Su Alteza”, omitiendo el debido tratamiento de Alteza Real al que tenía derecho como hija de un Rey “de iure”, “Juan III” para los monárquicos, o, el menos, como hija de Príncipe de Asturias.
Como muchas princesas europeas, Doña Pilar sintió siempre que su deber era no solo estar junto al trono y apoyarlo, sino servir, desde su posición, a todas aquellas causas que lo merecieran, especialmente las que significasen ayudar a los demás. Se diplomó como enfermera, estaba habitualmente presente en las mesas petitorias de la Cruz Roja o de la Asociación Española contra el Cáncer y se involucró siempre con el rastrillo benéfico de Nuevo Futuro que se ocupa de niños sin hogar, de donde era presidenta de honor. Sin reparo alguno, servía en el bar de dicho rastrillo y conversaba con todos con su típica jovialidad y espontaneidad. Buena amazona, amaba a los caballos y su mundo y por eso presidió durante más de diez años la Federación Ecuestre Internacional, siendo además miembro del Consejo de Honor del Comité Olímpico Internacional.
Era viuda de Luis Gómez-Acebo y Duque de Estrada, vizconde de la Torre (título rehabilitado en 1967), presidente de Amigos del Museo del Prado y miembro del Thyssen Bornemisza Collection Trust. Don Luis hizo mucho por traer a España la colección Thyssen. En noviembre de 1987, junto a su marido recibió el homenaje del Spanish Institute en el Hotel Waldorf Astoria de Nueva York como reconocimiento a su contribución a la cultura española. Presidió Europa Nostra, dedicada a la preservación del patrimonio histórico-artístico europeo. No en vano, le gustaba el arte. Precisamente, la última vez que la vi fue en la inauguración de una exposición de acuarelas de la princesa Ana de Orléans, viuda del Infante Don Carlos, duque de Calabria. Políglota consumada, criada en el exilio, rodeada de otras familias reales en Portugal, podía vérsela en una exposición en la Hispanic Society of America de Nueva York o con su padre a bordo del Saltillo.
Hace años visitó el Perú. En una de las cenas que allí le ofrecieron, mi tío José Cabieses, que le había pintado un retrato en Estoril en los años cincuenta, se fue a sentar en un lugar muy discreto de la larga mesa. Doña Pilar le dijo: “Pepe, ven y siéntate a mi lado”. “Pero, Señora, aquí hay gente más importante que yo”, le contestó. La Infanta le replicó: “Pepe, en esta cena, el único protocolo es la amistad y tú eres un amigo mío hace muchos años”. Así era esta mujer, hija de un rey que no pudo reinar, aunque luchó toda su vida por llevar dignamente la Jefatura de la Casa Real de España, hermana del artífice de la vuelta de la democracia a España y tía de quien tiene el reto de mantener unida esta gran nación, alguien de quien ella decía que es “un tío estupendo”. Descanse en paz.
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