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La columna de Carla de la Lá

¿Qué hacen ustedes en Agosto?

Opinión: La columna de Carla de la Lá

¿Qué hacen ustedes en Agosto? larazon

Echando una mirada a Instagram pienso que ríen, que sienten el sol acariciar su piel perfectamente humectada, produciendo vitamina D en sus cuerpos esculturales y que departen amigablemente con personas guapísimas sujetando un cóctel fosforescente que nunca termina de emborracharles ni les produce jaqueca.

Echando una mirada a Instagram pienso que ríen, que sienten el sol acariciar su piel perfectamente humectada, produciendo vitamina D en sus cuerpos esculturales y que departen amigablemente con personas guapísimas sujetando un cóctel fosforescente que nunca termina de emborracharles ni les produce jaqueca.

Parece que la visión de cualquiera de sus perspectivas de coleccionismo, ya sea mar, montaña, desierto o Caribe les resarce de todo el trabajo acumulado y les confirma lo felices que son y lo acertados que han estado este año en cada una de las decisiones que han tomado. Y que hacen mucho el amor, por supuesto.

Sus vidas, amigos, son una fuente inspiración para mí y por ello en agosto someto a mi familia a un traslado geográfico, pero también de usos y costumbres persiguiendo la dicha, el descanso y la salud.

Queridos, les escribo desde la meca internacional del surf extremo, frente a un atardecer bellísimo, en el litoral más remoto y poco transitado de Portugal, con sus playas peligrosísimas, sus marejadas, sus aguas gélidas, sus paisajes agrestes y sus rocas perfectamente dosificadas: Santa Cruz. No sé cómo hemos venido a parar aquí.

Pensé que me relajaría mucho siendo testigo de este horizonte índigo, contemplando la salida y la puesta de sol sobre el atlántico con un jersey de angora blanco y confortable, respirando profundamente y sintiéndome satisfecha, como las señoras de los telefilmes de Nova justo antes de que las asesinen. Bueno y aunque no sea el Mediterráneo, un español persigue la costa por la vieja canción de Serrat, que nos hace pensar que el mar nos va a traer consigo todo lo que nos falta y nos va a resolver todas las dudas y curar todas las heridas.

Pero miren, hace demasiado frío, el agua está helada y siempre hay bandera roja. La casa es comodísima (y carísima) y está frente al mar, en primera línea, pero pese al esfuerzo que hemos hecho alquilándola 15 días, nuestros cuatro hijos nos dejan bien claro a cada instante que no son gentes de playa. Lo malo es que en Santa Cruz y en la pubertad, no hay nada más que playa y con reservas. Los adultos siempre tendremos el refugio de la lectura y/o la bebida. ¡Qué suerte tenemos!

Nuestros hijos están preadolescentes perdidos. Los arrastramos de la playa al chiringuito y cuando su nivel de desaprobación es irresistible los remolcamos, engañados, de excursión en el coche, bajo promesas de felicidad que sabemos imposibles: Lisboa, Sintra, Cascais... lugares preciosos, destinos de referencia donde comemos en desenfadados restaurantes, en familia y donde terminamos castigándolos a todos por su insolencia, pero como decía Marco Aurelio: tus defectos como hijo son mis fracasos como padre...

Y aquí andamos: ellos corretean por la playa junto a mi perro, las olas rompen suavemente a pocos metros y mis pies descalzos se hunden y exfolian en la cálida y suave arena dorada pero yo, queridos, no termino de relajarme porque en el fondo detesto el verano y esencialmente el mes de agosto, aunque adoro Portugal y a los portugueses.

En agosto, bajo su calma chicha, bajo su apariencia ingenua, experimento cierta ansiedad estúpida y de baja intensidad, como un temor neurótico a una condena estéticamente bíblica, como si en esta sopa boba fuera a caer una maldición sobre todos nosotros o una plaga de langosta.

Lo reconozco, soy adicta al trabajo y a la ciudad, pero sobre todo a la normalidad. Para mí todos los días del año podrían ser miércoles, deseo que llegue septiembre amigos, donde mi alma se tranquilizará en la dulce proximidad del Corte inglés de Goya, abierto hasta las 11.