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La columna de Carla de la Lá

Navidad en una casa disfuncional de un país disfuncional

Aceptemos que ya están aquí los horrores (y delicias) que año tras año nos regala la navidad.

Blanca Navidad
Blanca Navidadlarazon

Queridos míos, ¿No les resulta ridícula y grotesca esta fiebre culinaria en que vivimos? Yo la encuentro un disparate: la furia gourmet me parece hortera, de pobre... como de los pueblos donde se pasaba hambre tradicionalmente y de repente se mataba un cerdo... ¡Estamos hechos unos tragones! Es primitivo pensar tanto en el yantar, qué quieren que les diga...

Que conste, que no estoy diciendo que la gastronomía no pueda ser un Arte, que sí que puede. Que he comido alguna vez en algún sitio, de platos tan sofisticados que uno se debía a su experiencia en silencio, con el mayor de los placeres, que eran intelectuales, más que alimentarios... y el mayor de los respetos... por supuesto.

Pero ¿Qué les parece más de Las Hurdes: el turrón duro o el turrón blando? En mi modesta opinión y exceptuando los polvorones de mi tierra, los de Felipe II, los dulces navideños son un ardid incuestionable; sí, una perversión culinaria imposible que sólo puede satisfacer a un depravado y que, año tras año, consumimos para contrarrestar la silenciosa ansiedad que representa tener delante a toda la familia, ese crisol diabólico, asumido sólo superficialmente, donde campa a sus anchas la patología mental y la jerarquía arbitraria con total impunidad desde que uno tiene uso de razón... ¡mucho antes, cielitos!

Y bien que la disfrutaremos y la echaremos de menos cuando pasen las fiestas, por qué no; yo amo y admiro a cada miembro de mi familia ardorosamente, incluso a los que por alguna razón han dejado de serlo, pero reconozcamos, queridos, que los mazapanes tienen un saborcillo y sobre todo una textura muy Puerto Hurraco mientras que Jijona nos traslada a un escenario de corrupción valenciana.... ¿quién en su sano juicio desearía tener cerca una peladilla? Las imagino rodando dentro de bocas de personas sin dientes...

Los polvorones Felipe II, en cambio, son blancas perlas, suaves copos de fina nieve, tamizados que se deshacen en la lengua como alas de mariposa y no contienen groseros trozos de almendras ni frutos secos, ni cosas tostadas, ni gaitas. Y ese inconfundible olor a navidad... Sin duda, una de las razones por las que llega cada año el invierno, Papá Noel y la felicidad misma. En su página web están a 24,5€ euros el kg comprando la caja grande. Os lo cuento_poniendo de manifiesto sin rubor mi vena castellana_ porque en las tiendas de alimentación de mi barrio están carísimos.

Tomen nota, señoras y señores, y si conocen otros similares pero mejores, compártanlo, por favor, en casa llevamos años buscando y haciendo catas ciegas y no hemos encontrado nada igual.

Pero sigamos, ¿qué cenan, queridísimos, en las noches señaladas? Mis hermanos y yo, con familia y mascotas a cuestas, teníamos la malsana costumbre de acudir en tropel a casa de mis padres a pasar las fiestas “en bola”. Allí abandonamos a nuestros hijos a sus cuidados (y a nosotros mismos) y nos regresamos psicológicamente a una edad más fresca e irresponsable y dejamos que levemente vayan bajando los rigores del estrés de todo el año, hasta desaparecer entre sus cariños, consejos y regaños.

Por supuesto, para mamá, navidad ha llegado a ser sinónimo de guerra, de tsunami... y cada enero termina las pascuas dándole vueltas a una sola idea: cómo hacer para que no volvamos ninguno nunca más, sin herir nuestros sentimientos. Por eso, y como novedad, en 2018 hemos alquilado un precioso caserío allá por los montes vascos con capacidad (y estética) para un regimiento y pasaremos las fiestas en su interior, si Dios lo tiene a bien, entre literas y platos de duralex, añorando las vajillas inglesas de porcelana de casa con sus preciosas cristalerías, pero... un cuerpo descansado hace un alma feliz, mami.

Y, eso no es todo, ya que en esta ocasión pretendemos reposar, hemos encargado la cena fuera; y aquí llega otra maravillosa recomendación, excelente en cuanto a contenido, precio y calidad: el mejor marisco gallego a domicilio se pide al Hotel Bahía de Vigo, se puede encargar por teléfono o en su web mariscomarisco. Les regalo este chivatazo con todo el corazón porque son entrañables, resolutivos, eficientes y nunca nos han decepcionado. Por increíble que parezca les enviarán una mariscada al lugar más recóndito el día que quieran, festivos y fiestas de guardar, fresquito, saludable y derrochando alma gallega, que somos muy fans.

Pero basta, ¡no me conozco!, en estos tiempos hablamos desmesuradamente de comida ¿no les parece? Que conste que esta mi columna navideña lo amerita pero esa gente que no para con su cesta de la compra, con su tipo de pan, con sus semillas ¡con su manduca! me parece de una superficialidad aborrecible y me da un poco de grima, como Julio Iglesias cuando habla de todas las mujeres con las que se ha acostado...

Y luego está el zampón que lo quiere probar todo, que se siente con derecho a meter su tenedor en todo plato ¡Pedimos para compartir! Parece que ahora la etiqueta obliga a ofrecer una cata del plato propio a cualquier majadero que tengamos enfrente... ¡cómo se puede ser tan goloso! ¡Tragaldabas! Mi ex marido, Felipe dice que el que necesita paladear_porque lo necesitan, o ponen cara de necesitarlo_ el plato de otro es un zafio. Y de ahí no lo sacas.

Háganme caso... detrás de alguien que se autodenomina foodie... sólo puede encontrarse lo peor... Un tema muy turbio, este.

Adorados amiguitos, mi mensaje navideño y esto me sale de dentro y lo afirmo como Escarlata aferrada a su rábano, batiendo mis flamantes pestañas lashesandgo que abultan más que un pino y dos belenes: cada sonrisa, cada beso que llegue a su boca estos días felices, más dichosos serán en 2019... y cada chuche menos.