Crítica de cine
Carme Chaparro defiende a la mujer...a veces
La presentadora catalana defendió con ahínco a Irene Montero pero perdió una gran oportunidad para defender en directo a su colaboradora, Cristina Seguí
Carmen Chaparro defiende a las mujeres...a veces. Según convenga.
Tiene Julio Cortázar un relato maravilloso llamado Ómnibus en el que la protagonista, Clara, sube al transporte público y todos los pasajeros llevan un ramo de flores. Todos menos ella. Todos la observan, con resquemor, y ella no sabe lo que ocurre, no entiende nada. Todos parecen compartir una crítica que Clara desconoce. Algo está ocurriendo, pero ni ella ni nosotros, lectores del relato, tenemos ni idea de que es eso que nos hace sentir incómodos y diferentes, excluidos. Hay algo en el ambiente que lo hace tenso, pero desconocemos la razón. Solo sabemos que todos tienen flores menos Clara.
Yo, últimamente, me siento muy Clara. Tengo la sensación de que me estoy perdiendo algo, de que no comparto el código, de que me despego de la sociedad. Veo que todo el mundo se ofende o indigna por cosas que a mí no me parecen para tanto y, por otras, que a mí me parecen escandalosas, ni se inmutan. Es como si hubieran repartido las instrucciones de uso y disfrute del agravio justo el día que yo no estaba. Como si me hubieran empujado tobogán abajo sin avisarme de que me agarrase la falda. Todos lleváis flores menos yo.
Os pongo un ejemplo recientito. Este tweet de Jesús López, candidato a la alcaldía de Barajas de Melo, en Cuenca:
“Espero que si esta tipa es vicepresidente del Gobierno de España se afeite los pelos del sobaco cuando nos represente “
Obviamente, venía a cuenta de la foto de Irene Montero, brazo en alto, luciendo axila sin depilar.
Bien, pues se montó un pifostio en Twitter. Y me parece bien. A mí me indigna ese tweet. Yo, contenta de que por fin estoy de acuerdo con el sentir general, levanto el teléfono para contárselo a mi madre y darle de una vez una alegría. Y mira tú por donde que no. Que no es por lo que yo creo. A la gente no le indignó que un cargo público se refiriese a otro con un despectivo “esta tipa”. Lo que les indignaba era lo de que “se afeite los pelos del sobaco”. Acabáramos. Menos mal que mi madre nunca me coge el teléfono a la primera.
Si no lo he entendido mal, es machista decir que se depile. A mi me parece una afirmación de dudoso gusto y bastante impertinente. Sobre todo porque a él ni le va ni le viene. Que Irene Montero haga con su vello y con su higiene personal lo que quiera. Pero no veo el machismo por ningún lado, la verdad.
Me molesta sin embargo, insisto, que se refiera a ella con un “esa tipa”. Ahí sí podría ver una actitud, si no machista, al menos sí desdeñosa y carente de educación. Eso sí me parece una falta de respeto que, de todos modos, me dice más de Jesús López (y no precisamente bueno) que de Irene Montero. No le veo más recorrido a la cosa. Hasta aquí la anécdota ¿no?
Pues no. Otra vez todos con flores y yo mirando por la ventanilla.
Aparece entonces Carme Chaparro en su programa “Cuatro Al Día” y decide defender a Irene Montero poniéndose una especie de peluquín sobaquero en la axila y diciendo que las mujeres además de inteligencia tenemos pelos. Ay, madre, qué bochorno. Para empezar, no hacía falta defender a nadie. ¿Defender de qué? ¿De que un señor sea un impertinente? ¿En serio necesitamos ahora defendernos de eso? ¿En serio queda alguien en el mundo sin saber que las mujeres podemos ser inteligentes (o no serlo) y que tenemos pelo? Yo a veces no doy crédito.
Lo que es especialmente significativo es que Carme Chaparro perdiera un precioso tiempo televisivo en defender, con cierta gracia, a Montero de algo tan tontaina como un tweet inadecuado, pero le costara tanto defender en directo a Cristina Seguí de los insultos de Monedero. En la tertulia política del programa en la que ambos participaban, el fundador de Podemos profirió contra la periodista insultos deleznables y, desde luego, bastante alejados del talante feminista del que hace gala el político. ¿Por qué a Monedero le parece machista, por poner un ejemplo, el poema sarcástico de un juez pero no se lo parece insultar a Seguí cara a cara? ¿Por qué a Carme Chaparro le parece menos grave un insulto directo que un comentario al aire en una red social? Otra vez las flores. Qué cruz.
Llamo a Cristina por teléfono, a ver si ella también viaja en un ómnibus lleno de pasajeros con flores. Quiero saber cómo se siente una cuando parece que los agravios hacia su persona son menos graves y si, como yo, cree que responde a una cuestión ideológica. Me habla de ese episodio televisivo y me asombra su aplomo. Le pregunto por qué no se levantó y se fue y me desarma con un “Eso hubiese sido darle lo que quería: callarme”. Me habla de su anterior encuentro con Marta Flich, de lo que es ser mujer hoy en día y no comulgar con este feminismo histérico. Hablamos de eso, de lo que yo llamo esquizofeminismo, que hace tanto ruido y tanto nos limita (o lo pretende). Hablamos de que las dificultades que nos encontramos, como mujeres y profesionales hoy en día y en España, son las dificultades vitales que se encuentra cualquier ser humano. Ni más ni menos. Hablamos de conciliación, de cuotas, de medidas políticas que maquillan y no solucionan nada. Le cuento que a veces estoy cansada de recibir insultos por defender mis ideas (cuando lo hago me siento ridícula porque, si a mí me agota, no quiero ni pensar lo que debe sentir ella que está mucho más expuesta) y me dice que hay que aguantar, que hay que aguantar. Que hoy en día las mujeres, aquí, no tenemos el reto de enfrentarnos a los hombres, sino de no sucumbir a este feminismo de salón y pandereta que distrae y distorsiona. Le pregunto si ve próxima la salida, si se va a acabar esta locura. Se ríe.
Es muy curioso. Empecé esta columna preocupada por si resultaría pedante citando un relato de Cortázar y la acabo preocupada por si mañana volveré a capear con una lluvia de insultos. He hecho y rehecho el final una y otra vez, sin saber muy bien cómo encararlo. Y me da rabia y tristeza estar claudicando a este clima insoportable en el que si no estás conmigo estás contra mí, en el que solo puedes ser una cosa o la contraria. En el que solo puedes defender a Montero o a Seguí.
Otra vez todos con flores y yo mirándome las manos vacías.
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