Opinión
No me vendo
Sánchez no ha podido justificar lo injustificable: la ausencia de límites para mantenerse en el poder
El Congreso de los Diputados investirá mañana presidente a un candidato, Pedro Sánchez, cabreado. No cabreado consigo mismo porque eso sería propio de alguien decente y este no es el caso. La imagen que ha transmitido hoy era la de alguien que aglutina todos los sinónimos de cabreado: encolerizado, enojado, irritado, enfurecido, crispado, airado, enfadado, colérico e iracundo.
Un candidato a presidente rendido a Carles Puigdemont que buscaba la rendición y la resignación de la oposición al independentismo porque “las circunstancias son las que son y toca de la necesidad hacer virtud”, palabras textuales de Sánchez para justificar la amnistía.
Un candidato que ya salía en su primera intervención a la defensiva, sin haber mediado intervención alguna de ningún otro político, atacando a Feijóo para aliviar sus sentimientos de vergüenza e inseguridad. Nadie entendía la táctica de no hay mejor defensa que un buen ataque si nadie te ha atacado. Era el absurdo más absoluto visto, excepto para las señorías socialistas riéndose con el sonido de las hienas, ignorando que el sonido no corresponde a la risa sino a la frustración.
Más que un debate de investidura del candidato a presidir el gobierno, parecía el debate de investidura del candidato de la oposición, porque no había manera de justificar lo injustificable: la ausencia de límites de Pedro Sánchez para mantenerse en el poder. Que si la derecha por aquí, que si la derecha por allá, el peligro de la derecha. Que si Feijóo no habla de la emergencia climática ni de la vivienda. Que si Feijóo dice, que si Feijóo no dice. ¿Pero no era el debate de investidura de Pedro Sánchez?
El argumento más utilizado por Sánchez es que él había conseguido los apoyos que Feijóo fue incapaz de conseguir. Brutal la respuesta de Feijóo: "Yo no soy presidente porque no me vendo ni vendo a los españoles".
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