Opinión
Vender por votos la lengua que nos une
Los pinganillos han llegado al Congreso y, mientras hablamos del coste económico, nos olvidamos del coste real: el que conlleva dinamitar lo común
Los pinganillos han llegado al Congreso, saltándose todos los procesos y coqueteando con la ilegalidad, y, mientras hablamos del coste económico, nos olvidamos del coste real: el que conlleva dinamitar lo común.
Lo paradójico, casi cómico, si no fuera porque la risa que desata es nerviosa y casi histérica, es que las traducciones de las lenguas cooficiales (cooficiales cada una en su comunidad autónoma, que no en el resto del territorio nacional) son al castellano. Es decir, que se renuncia a utilizar esa lengua, la nuestra y que nos une a todos, que conocen, hablan y entienden, porque es su deber y su derecho, para utilizar otra, que conocen, hablan y entienden solo unos pocos, y que será traducida a la primera, a la que todos conocen, hablan y entienden, para que así todos puedan entender lo que dicen unos pocos. Parece un trabalenguas, sí, y casi precisa croquis, pero es que traducido a lenguaje coloquial sería tan desolador como un «hacer el gilipollas con coste al ciudadano».
En realidad, lo que puede parecer una conquista de los nacionalismos, darle a la diferencia etnicista autoridad en el órgano constitucional que representa al pueblo, no es más que la evidencia tragicómica, ópera bufa, de lo inane de la iniciativa: todo lo que logrará es hacer más tedioso lo ya tedioso, restar agilidad y sumar dificultad, ralentizar los procesos. Constatar su ineficacia, en definitiva.
Pero eso a Sánchez no le importa porque él ya lo sabe. Él no se cree la impostura de lo plurinacional, lo multicultural y lo políglota. De la nación de naciones. Y no se la cree, ni falta que le hace, porque a él lo que le importa no es eso: lo que le importa son los votos que ya cuenta como propios porque solo cree en el poder. En mantenerse en él como sea. Lo demás es puro trámite. Y lo podemos vestir de domingo y peinarle los rizos, besarle la frente y llamarlo progresismo, o mesa camilla con brasero, pero aquí, a lo que está el presidente (en funciones), es al proceso de aniquilar todo lo que nos une por quedarse un ratito más en esa silla de jefazo que tanto le gusta. Como el okupa que, por si le desalojan, decide romper las puertas y pintarrajear las paredes. Como el que grita «si no eres mía, no serás de nadie». Pero cobrando.
Por si nos supiese a poco este ataque frontal a las libertades, precisamente allí donde descansa el poder legislativo y sin estar aprobada siquiera la reforma que lo permitiría, por si pareciese leve, digo, disculpable incluso, aprovecha el PSOE la presidencia Europea para proponer ese uso del euskera, el gallego y el catalán como lenguas oficiales en la Unión Europea. Y, ojo, asumiendo el coste de su uso, es su oferta ante las reticencias de no menos de doce países que le dicen que no apriete, que les deje estudiarlo con detenimiento, que a qué vienen esas prisas.
Y las prisas vienen a que hay que pagar lo que se debe. Y si Junts exigía eso para apoyar a Francina Armengol como presidenta del Congreso, no puede dejar en el aire el apoyo a su investidura por andarse con remilgos y dilatar los tiempos. Los tiempos son ya, que esto urge. Armengol lo ha entendido bien y por eso se pasa por el forro la ley y el reglamento, y lo que haga falta, como se pasaba en Mallorca el toque de queda o los abusos a menores tuteladas, para que así, dice, se parezca más el Congreso a la España real. A saber de qué España habla.