Manuel Calderón
Todo el poder bajo tierra
Después de 44 años, el cuerpo de Franco fue exhumado ayer del Valle de los Caídos y trasladado al cementerio de El Pardo, después de un largo debate sobre si sus restos debían estar en mausoleo público
En el antiguo Egipto se pensaba que la muerte era el principio de otra vida que sería vivida por el mismo alma indestructible.
En el antiguo Egipto se pensaba que la muerte era el principio de otra vida que sería vivida por el mismo alma indestructible. De día lo pasaba en su nuevo cuerpo y de noche regresaba a la tumba, lo que no es vida plena, si no una especie de tercer grado. Pasados los siglos, la vida eterna entró en descrédito y la gente se ha ido conformando con la vida efímera, pero siempre que sea en las mejores condiciones posibles de bienestar y libertad. Ni los dictadores más exigentes han cumplido las predicciones faraónicas, por más que alguno haya decidido enterrarse en verdaderos templos de culto. Hay diferencias en el grado de tiranía, que solo se puede cuantificar por el número de muertos: no es lo mismo Hitler, Stalin o Mao, que Franco. No es lo mismo Jomeini que Pinochet, ni Castro que Salazar. En esta materia, cada uno tenía su estilo, algunos de un salvajismo indescriptible; otros, de frialdad minimalista. El problema viene cuando el dictador muere y el país cambia. ¿Qué hacer con el muerto? Lo más normal sería yacer en un campo santo, sobre la tierra pura, como un soldado en el cementerio de Colleville, a la brisa del mar en Normandía. Pero los dictadores están rodeados de una corte de aduladores a sueldo, una casta de enterradores que preparan el nicho del jefe estando en vida. En los países que han heredado y se sienten orgullosos de su pasado totalitario no hay problema. Ahí están Rusia (Lenin y Stalin), China (Mao), Corea del Norte (King Jong Il), Irán (Jomeini) o Cuba (Castro). Están los repudiados, como Trujillo –enterrado, por cierto, en El Pardo–, Somoza, Pinochet, Videla –cuya lápida pone un nombre falso: Familia Olmos–, Stroessner o Erich Honecker, cuyo nieto quiere que la urna con las cenizas del que fuera presidente de la RDA regrese de Chile a Alemania. Extrañamente, la tumba de Nicolae Ceaucescu, fusilado junto a su esposa Elena en 1989, es una atracción turística. Es decir, son muertos que vagan sin descanso, sin perdón y más que bajo tierra parece que perduran en una tienda de souvenirs macabros. Y luego están los países que no saben qué hacer con su pasado, que sería el caso de España, frente a los que lo tienen muy claro: el colaboracionista mariscal Pétain, homenajeado por Macron, descansa en la isla de Yeu.
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