El análisis
¿En serio cree Óscar López que lo mejor para atraer a los votantes de Ayuso es llamarles fachas?
Al parecer, esa amenaza fascista opera desde una especie de guarida supervillana, instalada seguramente en una legendaria isla secreta bajo el estanque del parque de El Retiro.
Esta semana, Óscar López presentó su candidatura al PSOE madrileño con la intención de enfrentarse a la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso. Quiso entrar pisando fuerte en la contienda y, de una manera decepcionante, lo único que se le ocurrió para mostrarse dinámico y decidido fue recurrir una vez más a ese rudimentario invento tan sobado de la «fachosfera».
Obviamente, es un esfuerzo de ingenio –no mucho más allá de un nivel de ocho años– el derroche del cerebro de comunicación que inventó ese caricaturesco mundo fachosférico. Al parecer, esa amenaza fascista opera desde una especie de guarida supervillana, instalada seguramente en una legendaria isla secreta bajo el estanque del parque de El Retiro. Si no teníamos bastante ya con un Anacleto, Óscar decidió convertirse sin dudar en el segundo de nuestros días y afirmó que él conoce muy bien la fachosfera. Uf, menos mal que tenemos ahí a un infante dispuesto a salvar al país a cambio de un modesto estipendio. Los españoles respiramos aliviados.
Está claro es que, si ese es el nivel argumental de jardín de infancia que va a distinguir sus propuestas para la Comunidad de Madrid, la futura campaña va a ser hilarante y entretenida. Lo único preocupante de todo el asunto es esa infantilización de la política y de su retórica. Una voluntaria infantilización que solo afecta a sus protagonistas, porque el público receptor en general estamos hasta el gorro ya de simplones mensajes divisivos.
Guste o no, una gran parte de los madrileños decidió darle su voto a Ayuso. Imagino que López aspira captar a una buena parte de esos madrileños para que le voten a él. ¿En serio cree que la mejor manera de conseguirlo es empezar llamándoles fachas? Sobre todo en el actual contexto en que el Gobierno señala como facha a todo aquel que no esté de acuerdo o presente alguna leve objeción a las extrañas decisiones que se nos proponen desde Moncloa. El recurso de buscar un supuesto enemigo exterior o una oculta mano negra es demasiado cutre y facilón. Sus oponentes podrían hablar también perfectamente de la «chollosfera» o de la «corruptosfera» porque la cleptocracia partidista la estamos presenciando cada día en primera fila todos los españoles, pero es deseable un nivel un poco más alto de debate público.
Los madrileños escucharán muy gustosos las proposiciones que Óscar López tenga a bien hacerles. Pero no perdamos de vista que el público de a pie ya está un poco fatigado de tanto activista antifascista que asegura venir a salvarnos. Comprendemos perfectamente que conciudadanos de poca vida quieran sentirse como si fueran luchadores y héroes, imaginando que están combatiendo contra un monstruo totalitario. Supongo que es narcisista y seductor experimentar esa sensación como si se encontraran en las emocionantes filas de la resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial. Pero como generalmente sienten eso desde un sofá y desde la más mediana burguesía, entenderán que el resto de la gente de la calle seamos un poco escépticos. Además, al final, la supuesta cabeza fascista que suelen señalar siempre resulta ser, simplemente, o algún presentador de televisión (que muy perjudicial no parece), o alguien todavía más inofensivo. Como combate antifascista no parece muy épico, la verdad.
La parte cómoda de esa mímica de postureo es que no se sufren los peligros que acechaban al verdadero luchador antifascista de los tiempos difíciles. Ahora es mucho más confortable y barato. Pero démonos cuenta de que ese reconfortante y lúdico antifascismo de videojuego tiene un gran inconveniente. Y es que solo sirve para quedar bien.
Si algún día llegara un facha de verdad a nuestro panorama político (uno de aquellos como los de antes, que cargaban pistola y no dudaban en usar la violencia) todos estos activistas de sofá no sabrían qué hacer. Han convertido el antifascismo en un simulacro banal para justificar unas vidas tan grises como aburridas, sometidas a los habituales contratiempos deprimentes de nuestra época. Es una manera de inyectar emoción a su tristeza. Pero si algún día llega ese violento implacable, que acompaña siempre consigo al verdadero fascismo, habrán banalizado tanto la palabra facha que estará vacía de contenido y no van a saber qué hacer contra él.