Caso Pujol
Pujol, a su hijo: «Jordi, ¿vas a mi antigua cárcel?»
El cerco se estrecha sobre el ex president, «muy tocado» tras el ingreso en prisión de su primogénito. A punto de cumplir 87 años, su delicado estado de salud es su baza para ser eximido de volver a declarar ante el juez.
El cerco se estrecha sobre el ex president, «muy tocado» tras el ingreso en prisión de su primogénito. A punto de cumplir 87 años, su delicado estado de salud es su baza para ser eximido de volver a declarar ante el juez.
Muy desmejorado, silencioso, con la mirada ausente. Así ven estos días a Jordi Pujol i Soley las personas que se agolpan ante su domicilio barcelonés y los pocos que contactan con él en su despacho. El patriarca de la saga vive un auténtico ocaso de su figura y toda su familia, pero el auténtico mazazo tuvo lugar durante el último registro en la casa de General Mitre. Hasta allí se desplazó el hijo mayor, Jordi Pujol Ferrusola, a quien el juez José de la Mata ya le había impuesto prisión incondicional sin fianza y permitido estar presente en la operación policial junto a sus padres, uno de sus abogados defensores, una persona de servicio y otra de las hijas, Mireia. Fue entonces cuando el ex presidente conoció la inminente entrada entre rejas de su primogénito y, según algunos presentes, le hizo una demoledora pregunta: «Oye, Jordi, ¿vas a mi antigua cárcel? Tranquilo, yo ya la conozco».
Recordaba así el ex presidente catalán su etapa en la prisión zaragozana de Torrero, dónde pasó dos años y medio. Corría el año cuarenta y seis, en plena posguerra, y el joven Pujol, estudiante de Medicina en la Universidad de Barcelona, participaba en movimientos antifranquistas catalanistas, de signo católico, como el Grupo Torras i Bages o la Cofradía Virgen de Montserrat de Virtelia, dónde conoció a Marta Ferrusola. Torrero fue una cárcel de las más duras de la época, inaugurada en 1928 por el general Primo de Rivera, fue centro penitenciario de anarquistas y, tras la guerra civil, de activistas contra el franquismo. Allí estuvo Jordi Pujol i Soley y allí le visitaban su esposa Marta y su hijo mayor Jordi. Destinado en la enfermería, el que fuera el hombre más poderoso de Cataluña devoró libros de Medicina y ayudaba al médico de la prisión. Él mismo ha contado muchas veces cómo se hizo un experto en farmacología y vio de primera mano las muertes de algunos presos, entre ellos uno por paro cardíaco con quien había congeniado y que le marcó profundamente.
La realidad de su primogénito ha sido bien distinta. De persecución política a la corrupción. De héroes contra la dictadura a delincuentes denostados. La cárcel de Torrero comenzó a ser demolida y sus terrenos a subasta. Según ha sabido este periódico, los abogados de Jordi Pujol Ferrusola solicitaron al juez De la Mata el ingreso en una prisión catalana, en concreto la de Brians1, en la localidad barcelonesa de Sant Esteve Sesrovires. Pero el juez denegó la petición y decidió el traslado a la cárcel de Zuera, en Zaragoza. Un centro bastante cómodo, donde ya estuvo el diestro José Ortega Cano condenado por el accidente de tráfico en Sevilla que costó la vida a una persona. El viaje se produjo hacia las tres de la madrugada del viernes día 28, desde la comisaría de la Verneda en Barcelona. Fuentes de la familia indican que al despedirse de su hijo mayor el ex presidente estuvo abatido, Marta Ferrusola, muy entera, y Mireia Pujol, consoladora. Desde las instancias policiales y judiciales implicadas, afirman que el primogénito del clan no opuso resistencia alguna y se mantuvo sereno hasta llegar a Zuera. Allí pasó la noche y al día siguiente fue conducido a Soto del Real, dónde ocupa una celda individual en el módulo 4 sin, hasta el momento, recibir más visitas que la de sus letrados Cristóbal Martell y Albert Carrillo.
En el entorno familiar de los Pujol admiten que este ingreso «le ha dejado muy tocado» y que los recuerdos de su etapa en Torrero se agolpan. El ex presidente siempre hizo gala de su etapa como preso político catalán y antifranquista: «Jamás pudo pensar esto», dice alguien muy cercano al clan, dónde todavía ven estos hecho como «una caza de brujas» desde Madrid. Aunque fuentes penitenciarias son cerradas, parece que Jordi Pujol Ferrusola no ha recibido la visita de su ex mujer, Mercé Gironés Riera, miembro de una ilustre familia catalana, ni de su hija Merceditas, casada con un acaudalado empresario mejicano, Ignacio García de Quevedo. La boda fue todo un acontecimiento de abolengo y, lo que sí admiten estas fuentes, es que Pujol Ferrusola ha mantenido varias conversaciones telefónicas. Así lo permite con restricciones el reglamento de Soto del Real, con una tarjeta de cien euros y la obligación de adecentar su celda. Según las mismas fuentes, es un interno nada conflictivo, que escucha Misa por la mañana, acude al gimnasio, hace las tres comidas diarias y frecuenta la sala común de lectura. Una vida muy distinta a la de lujos desorbitados a que estaba acostumbrado.
El enorme bochorno sobre el manuscrito en que Marta Ferrusola se invocaba «madre superiora» para desviar dinero de las cuentas de andorra no impide la rutina diaria del patriarca. Algo desaliñado y con mala cara sigue la ruta hacia su despacho en el Eixample y, según el entorno familiar, ha visitado a su otorrino habitual para las molestias auditivas que le afectan. «Este golpe es duro e injusto», aseguran personas próximas al clan pujolista. Los gritos de «ladrones» o «chorizos» le resbalan, mientras su esposa Marta mantiene el tipo y aguanta «como una hiena». Las pesquisas judiciales avanzan en terreno negativo y, según las investigaciones de la UDEF, la ingeniería financiera diseñada por la matriarca es de antología, así como suculentos ingresos en la etapa de Pujol como presidente de la Generalitat. El culebrón crece por momentos y antiguos dirigentes de Convergència que con él trabajaron no dan crédito: «Esto parece El Padrino», admiten con estupor ante los escritos de Marta Ferrusola a la banca andorrana.
Pero la familia y los letrados defensores no se rinden y consideran las notas aportadas por los hermanos Cierco, propietarios de la Banca Privada de Andorra, «un fotomontaje interesado». Los abogados Cristóbal Martell y Albert Carrillo muestran su absoluta perplejidad y denuncian ante el juez De la Mata riesgo de intoxicaciones en todo el proceso. Fuentes de la defensa apuntan que los Cierco, en el punto de mira de las investigaciones, podrían colaborar a tope con la Fiscalía aunque, señalan, ¿a cambio de qué? Estas fuentes apuntan al deseo de salvar a toda costa el Banco Madrid, dentro del mismo grupo bancario, si bien en medios judiciales la pregunta es obligada: «¿Quién escribió el manuscrito de Marta Ferrusola? ¿Pueden falsificarse tales notas? La respuesta tendrá que darla la propia «dona» en su próxima comparecencia ante la Audiencia Nacional, donde los letrados podrían pedir una eximente para Jordi Pujol i Soley por motivos de salud. «Aquí nada es casual», denuncian en el círculo familiar.
El ex presidente está a punto de cumplir 87 años y arrastra una ligera cojera en la pierna izquierda, pero sobre todo una incipiente sordera junto a su tradicional «tic» nervioso ocular. «No está muy bien de salud, esto le ha dejado muy tocado», insisten en el entorno familiar, donde aseguran que «el clan sigue siendo una piña». Instalado en su nuevo despacho, Pujol parece en otro mundo, llama directamente a muchas personas sin pasar por secretaria, obsesionado con su etapa como presidente de la Generalitat y asiste a la caída del mayor entramado de influencia en Cataluña. «Pero es un caído social», lamentan sin remedio en su entorno cercano. Quienes mucho le deben, hoy no le conocen. Aunque, advierten, ni él ni Marta Ferrusola olvidan. De momento, las cosas pintan muy negras para quien fue la familia más poderosa e influyente de Cataluña en varias décadas.
Abatido, distante e impávido ante la prisión de su hijo mayor. Así describen en su entorno el estado anímico de Jordi Pujol i Soley. Bajo esa frase de «siento mucho lo que está pasando», pronunciada a la salida de su despacho en la calle Calabria el día del último registro, personas próximas a la familia insisten en que el patriarca aún no entiende lo que sucede y defiende a sus hijos. A los cinco años de su incendiaria confesión sobre las cuentas ocultas en Andorra, el ex presidente se dejaba ver en actos públicos para poner en valor su obra de gobierno. Ahora, el nuevo calvario judicial se recrudece con su hijo mayor en la cárcel y ya nada es igual. El resto de los hijos, a excepción de Mireia, apodada «la danzarina» por sus estudios de baile, no se han dejado ver por la casa de General Mitre, así como la numerosa «prole» de nietos. «El clan sigue unido y sufre en silencio, ya hablarán», apuntan en el férreo núcleo familiar.
En este sector afirman que el patriarca había superado una etapa muy dolorosa al inicio del «vía crucis» judicial de la familia. Pero que ahora, con la entrada en prisión de su hijo mayor, las cosas se complican. La actitud un tanto ausente de Pujol contrasta con la de su esposa, Marta Ferrusola, mucho más vehemente. La matriarca , que en su comparecencia en el Parlament hace ahora dos años aseguró vivir «con una mano delante y otra detrás», no se para en barras y lo suelta a quien quiera escucharlo: «Los Pujol somos inocentes». Según estas fuentes, Ferrusola niega cualquier culpabilidad y lo atribuye todo a una «caza de brujas de España». Pero la sombra de la prisión también se cierne sobre ella, sobre todo tras los manuscritos de Andorra. Todos los cercanos al clan coinciden en que si ello se produjera, sería «un mazazo terrible» para el ex presidente.
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