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Centro de Arte Reina Sofía

«Pregúntele quién coño le ha dicho que yo quiero sacarme una foto con él»

José María Aznar con Mario Vargas Llosa, en uno de los eventos culturales en los que coincidieron larazon

«Personalmente, he sentido siempre una inclinación muy definida hacia la historia y la cultura. Eso, mucho más que mis opciones políticas, es lo que he querido transmitir a mis hijos y, ahora, a mis nietos. La historia y la cultura nos proporcionan las coordenadas de nuestra ciudadanía, nos hacen reconocibles y nos sitúan generacionalmente. Por eso, al menos en mi caso, han dado sentido profundo a mi compromiso político y a mi idea de España.

Desde esta inclinación personal, me parece necesario que en nuestro país la cultura se resista a que la arrastren hacia el sectarismo, para no convertirse en un instrumento de confrontación y descalificación cainita. Al sostener esta idea ni soy ingenuo ni pretendo una cultura esterilizada, al margen de la realidad. El sectarismo no es una cultura más "comprometida"ni más "progresista"ni más "transgresora". Es sectarismo.

Me parece también que, junto con el sectarismo, el otro grave riesgo de la cultura—que no es exclusivo de la española, pero que también es real entre nosotros— radica en esa tendencia a rendirse a la novedad, considerar que cualquier novedad es buena por sí misma sin valorar su significado y sus consecuencias. Consecuencias que llevan, por tanto, al desprecio de la historia en una absurda pretensión de reinventarla todos los días, por cierto, con resultados más bien efímeros.

Esta inclinación personal se manifestó como presidente del Gobierno en lo que podría denominarse una "política de atención"a las manifestaciones culturales [...].

En enero de 1997 ofrecí un almuerzo en La Moncloa al equipo de la película "El perro del hortelano"encabezado por su directora, Pilar Miró. Asistían también Enrique Cerezo, el productor, y los actores Ana Duato, Emma Suárez y Carmelo Gómez. Después del aperitivo y antes de pasar al comedor, había la costumbre de hacernos una foto que no se difundía nunca a los medios, sino que se enviaba a los invitados como recuerdo. Cuando nos íbamos a situar para la foto, me viene Pilar Miró, algo apurada, y me dice: "Presidente, perdona, pero Carmelo Gómez no quiere hacerse una foto contigo". Le dije a Pilar Miró que no se preocupara, porque ni él ni nadie tenía obligación de hacerse fotos en La Moncloa; era un recuerdo y nada más. Hubo foto para los demás, que sí quisieron, y la comida, con todos, fue interesante y entretenida.

Lo de las fotos, al parecer, no sólo preocupaba a uno de mis invitados. En otra ocasión, fui al Museo Reina Sofía a una reunión en la que iba a tratar de la ampliación del centro. En aquellas fechas tenía lugar una exposición de Eduardo Arroyo, un pintor que me gustaba mucho pero al que no conocía personalmente, y decidí aprovechar la ocasión para visitarla. El pintor estaba en el museo durante mi visita. En un momento determinado, me viene un funcionario de protocolo y me dice: «Presidente, el señor Arroyo dice que no quiere sacarse una foto con usted». Era un claro ejemplo de invisibilidad preventiva por parte del pintor, aunque en este caso precipitada.

De modo que instruí a mi colaborador de protocolo: «Vaya con el señor Arroyo y pregúntele quién coño le ha dicho que yo quiero sacarme una foto con él». La historia tuvo un buen desenlace. Luego los dos nos conocimos y tuvimos muchas ocasiones de conversar en una relación que fue muy cordial. Con él y con Isabel de Azcárate pasamos muy buenos ratos juntos y, cuando podemos, lo seguimos haciendo [...].

Además de las fotos, parece que tampoco mi afición a la poesía encajaba con la imagen que algunos tenían de mí. Tal vez por aquello de no permitir que la realidad les estropease una buena historia, en la caracterización que pretendían hacer de mí no cabían semejantes aficiones. Según estos detractores, eso de que yo era un persistente lector de poesía no era más que una fabricación para mejorar mi imagen. En un ambiente de injustificada supremacía cultural de la izquierda, el que un presidente "de derechas"fuese aficionado a la poesía resultaba inaceptable. La verdad es que fue mi padre quien me inculcó la afición a la poesía. Él fue un gran lector. Había tenido su época de poeta aficionado y había conocido a varios de la generación del 27.

La primera vez que Mario Vargas Llosa y su mujer vinieron a cenar a nuestra casa después de dejar La Moncloa, me entretuve con Mario enseñándole la biblioteca donde había reordenado mis libros, que ya eran unos cuantos. Le enseñé dónde estaban los suyos y luego le llevé a mi despacho. Al ver la biblioteca de mi despacho íntegramente dedicada a la poesía, con libros llenos de papelitos amarillos señalando páginas, Mario —a quien le habían contado que todo aquello era un cuento— exclamó con su acento suave y expresivo, como si de una revelación se tratara: "¡Ah..., entonces, era verdad!".

Cuidar la relación con la cultura, sus creadores y empresarios era muy importante, pero no era un fin en sí mismo desde el punto de vista de mi responsabilidad como presidente del Gobierno. Se trataba de impulsar políticas coherentes con lo que pensábamos, de elegir prioridades, de gestionar bien el dinero disponible y de abordar proyectos que considerábamos necesarios [...].

En la comisión delegada se acordó el Plan de Inversiones en Instituciones Culturales de Cabecera, que incluía las ampliaciones de los museos del Prado, Reina Sofía, Thyssen, Arqueológico, y archivos de Indias, Simancas, Real Chancillería, Histórico Nacional, Biblioteca Nacional y Biblioteca del Born, entre otros.

Sin duda, la ampliación del Museo del Prado fue la operación más ambiciosa y compleja. Siempre recuerdo lo que decía Azaña: que el Prado era más importante que la República y la Monarquía juntas. Lo que se podría traducir en la necesidad de un verdadero acuerdo de Estado para su protección. Lo propusimos al Gobierno socialista en 1995 cuando desde la oposición abogamos por un acuerdo sobre el futuro del Prado que, no obstante, podría extenderse a los demás grandes museos nacionales. El Partido Socialista lo aceptó, pero no llegó a materializarse.

En 1997, el patronato aprueba el plan museográfico que había optado por la ampliación en los edificios más próximos al museo para dar contigüidad al conjunto. Al año siguiente se resuelve al concurso de anteproyectos y se elige por unanimidad la propuesta del arquitecto Rafael Moneo, que ya como proyecto se aprobó definitivamente en marzo de 2000.

La operación incorporaría al museo el claustro de los Jerónimos, el salón de Reinos y el Casón del Buen Retiro, lo que requería una obra considerable, así como un edificio ocupado por la empresa estatal Aldeasa que habría que desalojar. Era necesario un acuerdo con el arzobispado de Madrid sobre el claustro y proceder al traslado del Museo del Ejército para destinar el Salón de Reinos a la ampliación [...].

Había que trasladar la sede de Aldeasa para que la ocuparan las oficinas del Prado y, así, liberar casi tres mil metros cuadrados útiles para la exposición de la colección permanente. El director general de Patrimonio del Estado, al que pertenecía Aldeasa como empresa estatal, era Pablo Isla, actual presidente de Inditex y uno de los ejecutivos de mayor prestigio internacional. Le llamé personalmente y, cuando le dije que era el presidente del Gobierno, simplemente no me creyó y me dijo que para comprobarlo le llamara de nuevo. Es lo más cerca que he tenido a alguien de colgarme el teléfono siendo presidente, pero me pareció prudente por su parte y le llamé de nuevo. Esta vez sí se creyó que yo era quien decía ser y me escuchó con la atención que cabía esperar. Simplemente le dije: "Señor director, tiene un mes para dejar libre el edificio de Aldeasa y buscar otra sede". Isla se puso a ello y, con una eficacia ejemplar, al cabo de un mes aquel edificio enfrente del museo estaba vacío y disponible.

La ejecución del proyecto propiamente dicha empezó en 2001 y terminó en 2007. Entretanto pudimos ver aprobada con un amplio apoyo la Ley Reguladora del Museo Nacional del Prado que creaba el organismo público rector del centro. La ampliación suponía un incremento de casi dieciséis mil metros cuadrados útiles, además de los tres mil que se habían ganado con el traslado de las oficinas, más de un 50 por ciento sobre la superficie del edificio Villanueva».