Navarra
Los fugados que ETA ya no controla
Alrededor de un centenar de terroristas están repartidos por Suramérica y Francia.
ETA afronta su «disolución» con dos asuntos sin resolver que van a condicionar su futuro inmediato: los presos y los «refugiados» (huidos de la Justicia). Alrededor de un centenar de terroristas están repartidos por Suramérica y Francia.
ETA afronta su disolución, desaparición o la palabra que quieran escoger, con dos asuntos sin resolver que van a condicionar su futuro inmediato: los presos y los «refugiados» (huidos de la Justicia), un colectivo próximo a los 400 individuos, 300 de ellos en prisión y el resto diseminados por varios países, entre los que México y Venezuela acogen a la mayoría.
Los nombres que aparecen en las listas de los más buscados son los inevitables José Ignacio de Juana Chaos; José Antonio Urruticoechea, «Josu Ternera»; José Luis Eciolaza Galan, «Dienteputo»; Oier Eguidazu Bernas; Eneko Aguirresarobe; Arnatz Arambarri Echaniz, etcétera.
Pero son muchos más, algunos con causas pendientes que aún no han prescrito y cuya detención se hace urgente para que puedan comparecer ante la Justicia española.
La mayoría de ellos se han «buscado la vida» en los países en los que se esconden y no reciben dinero de la banda: ayudas familiares, trabajos propios y la sospecha, no demostrada, de que los ayuntamientos de Bildu de las localidades donde nacieron también les prestan algún apoyo.
El problema surge cuando la banda echa las campanas al vuelo de su disolución y, lógicamente, todos se apuntan al carro, pero con la condición de volver a sus pueblos sin tener que comparecer ante la Justicia.
Nadie está en condiciones de garantizar esta impunidad y, lógicamente, nadie quiere volver a España para ingresar en una prisión, aunque en algunos casos, sea durante poco tiempo.
Les han metido en la cabeza lo de la equidistancia; lo del empate entre ETA y las Fuerzas de Seguridad del Estado; que, a lo sumo, se puede hacer un reparto de culpas, y demás argumentos falaces. Y, claro, los «refugiados» no admiten de buen gusto que en estas condiciones no puedan volver a sus lugares de nacimiento, homenaje incluido, sin que nadie les moleste. En cualquier caso, es un problema para ETA, que les ha contado el «cuento» y les tiene que explicar la realidad. Si Otegi y los suyos han planeado un cierre en falso de ETA y su entramado es un asunto propio en el que no pueden implicar a los demás.
Por si fuera poco, los clandestinos y «refugiados» saben que las Fuerzas de Seguridad del Estado, con la colaboración internacional, van a continuar con las operaciones en curso destinadas a localizar y detenerlos, entre ellos a su máximo cabecilla David Urdin, escondido en Francia.
La impunidad que la banda pretende para estos individuos no se va a conceder, por lo que sólo resta continuar con su búsqueda y detención a cargo de los agentes españoles en colaboración con las policías correspondientes.
En Francia, en labores de «mantenimiento» por aquello de contar una presencia de la organización criminal y en labores logísticas, se cree que hay entre 10 y 20 etarras, al frente de los cuales se encuentra el citado Urdin. En otros países, en especial en Iberoamérica, hay otros 80, algunos ya con una vida consolidad familiarmente, y otros que están deseando volver al País Vasco o Navarra.
Sobre muchos pesan requisitorias al no haber prescrito los delitos que cometieron. ETA, aunque no lo quiere admitir, no controla ya el mundo de los «refugiados». En su momento, por razones operativas, los mandó fuera de Europa, sobre todo a países de Iberoamérica, y conforme se consolidó su derrota, con el consiguiente corte de las fuentes de financiación, se fue olvidando de ellos. Ahora que se anuncia la «bajada del telón» es lógico que algunos de estos refugiados se sientan «colgados de la percha» y se pregunten qué hay de lo mío.
El acto organizado para este viernes tiene más de fachada que de realidad. ETA busca contraprestaciones a una «performance» sin ofrecer nada sólido. Ni arrepentimiento, ni colaboración con la Justicia, tan sólo la escenificación de una no derrota, casi victoria. No se lo cree nadie, con eso contaban los terroristas, pero el problema lo tienen con los suyos. ¿Qué les van a decir? ¿Hicimos lo que pudimos?
Lejos están los tiempos en los que el «Comité de Refugiados» de ETA funcionaba como un reloj. Tenían perfectamente controlados a todos sus «huidos» a los que representaciones integradas por abogados, médicos y responsables políticos visitaban regularmente allá donde se habían instalado.
Después hacían informes minuciosos en los que daban todos los detalles de la situación en que se encontraba cada etarra, cómo era su estado anímico, si bebía o no, si estaba dispuesto a volver a las actividades terroristas, etcétera.