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La hora de Doña Letizia
El suyo ha sido un camino difícil y lleno de responsabilidades. Junto a Don Felipe ha aprendido en estos diez intensos años cómo será su labor y su papel de soberana.
Desde aquel lluvioso 22 de mayo en el que la pareja se dio el «sí, quiero» en la Catedral de la Almudena hasta hoy, la vida de Letizia Ortiz ha sufrido tantos cambios que merece la pena hacer un repaso a los hechos y ver cómo ha afrontado la consorte del Heredero su nueva vida como Princesa. Diez años después de contraer matrimonio con el Príncipe de Asturias, una década después de dejar su profesión de periodista que tanto amaba, es un tiempo suficiente para analizar la evolución que ha experimentado la Princesa de Asturias.
Si bien hubo una primera fase en la que Doña Letizia se volcó en adaptarse a su condición de esposa del Príncipe y en tratar de mimetizarse con el nuevo paisaje que le rodeaba y con sus usos y costumbres, a ese período le siguió otro en el que descubrió que no todo era de color de rosa en su nueva vida y que esa circunstancia la había hecho más vulnerable tanto a ella como a su familia. El tomar conciencia de los riesgos a los que le exponía pertenecer a la Familia Real y el deseo de protegerse de ellos ha sido, quizá, la causa de que Princesa Letizia haya adoptado una postura a la defensiva de cualquier intromisión en su vida privada. Cree firmemente que tiene perfecto derecho a su intimidad, que defiende con uñas y dientes, a preservar la infancia de sus dos hijas, Leonor y Sofía, a protegerlas de la sobreexposición mediática y a compatibilizar sus tareas de Princesa con las que le corresponden como mujer libre e independiente. Y en eso está diez años después de tomar la decisión más trascendental de su vida: casarse con Felipe de Borbón.
Un duro aprendizaje
En el mes de octubre de 2003, la joven periodista Letizia Ortiz, había alcanzado el máximo nivel al que puede aspirar un profesional de la información en un canal de televisión: ser la presentadora del programa de noticias de la noche, el de mayor audiencia de la cadena. Pese a todo ello, de la noche a la mañana, cuando por fin se dio cuenta que su amor por el Príncipe Felipe era más fuerte que todo lo demás, tomó la decisión de casarse con él y renunciar a lo que había sido la pasión de su vida –el periodismo–, Letizia Ortiz comenzó a recorrer un camino en el que tuvo que empezar de cero. Y en el que inició un duro aprendizaje, duro hasta límites nunca imaginados, en el que las palabras renuncia –a tantas y tantas cosas– y adaptación iban a constituir el eje de su nueva vida. En el Palacio del Pardo, el día de la petición de mano, la ya prometida del Heredero de la Corona aún fue capaz de esbozar un tímido deseo de dejar poco a poco su oficio de periodista. Un comentario que provocó una sonrisa escéptica del Príncipe que soslayó el deseo de su futura esposa al sugerir que a partir de ese momento tendría otras muchas tareas a las que dedicar su tiempo. Fue quizá ese el último momento en el que la futura Princesa de Asturias pudo mostrar su aspiración de compaginar dos tareas totalmente incompatibles. Un desliz de su subconsciente que aún no se había resignado a perder lo que había sido más importante en su vida. En ese momento de dar a conocer el compromiso con el Heredero de la Corona empezó de verdad la trasformación de la reportera de televisión en futura Princesa. Fue el punto de partida de la evolución de una mujer que creció en una familia de clase media, educada en centros de enseñanza públicos, que creía en el esfuerzo para llegar a ser algo en la vida, y que tuvo que dar un giro de 180 grados para adaptarse a las reglas, normas y exigencias de una institución, la monarquía, cuya unidad de tiempo –según sus adeptos– se mide en siglos.
Largo periodo de aprendizaje
En aquellos primeros tiempos, según cuentan las personas que trabajaban entonces en el Palacio de la Zarzuela, Letizia tomó cuaderno y bolígrafo y se dispuso a iniciar lo que iba a ser un largo periodo de aprendizaje. Con su mejor disposición y con el afán de absorber todos los conocimientos necesarios para ser una princesa ejemplar, Letizia Ortiz se convirtió de nuevo en alumna como si hubiera vuelto a las clases de la Facultad. Pero esta vez las materias eran diferentes a las que ella había pasado con buenas notas en el colegio y en la Universidad. La Historia de España en la que debía profundizar estaba centrada en los avatares de la monarquía, la forma de Estado vigente en el país salvo breves paréntesis. El inglés que ella había estudiado no era suficiente, sino que había que darle un toque especial por lo que fue el profesor de la Escuela Diplomática el que le daba varias horas de clase al día para mejorar su acento. Una atención a la Historia de las otras monarquías era imprescindible para la consorte del Heredero de la Corona española. Nada mejor que estudiar a fondo el quien es quien en las páginas del Gotha, pues con las familias reales habría de coincidir en muchas ocasiones. Sin olvidar el protocolo: Dios mío, cómo se iba a poder manejar la futura princesa sin conocer las reglas protocolarias sin las cuales un acto institucional podía derivar en caos... Fueron unos meses duros: Letizia Ortiz se convirtió en una auténtica esponja, capaz de almacenar cantidad esingentes de datos, fechas, nombres, reglas y conocimientos que le marcarían su nueva vida. El 15 de junio de 2005, hace ya casi nueve años de aquello, está grabado en su mente: pronunció su primer discurso, en Logroño, en un acto de la Guardia Civil y en presencia del Príncipe. Era una prueba de fuego y la superó con nota. Aunque si hay un acto en que su presencia institucional resulte más visible ése es es la entrega de los Premios Príncipe de Asturias junto a Don Felipe, un acontecimiento que tiene un valor especial para ambos pues se celebra en Oviedo, su ciudad de nacimiento. El suyo ha sido un trabajo conjunto que avalan las cifras: han recibido juntos a más de 7.200 representantes de todos los sectores de la vida española y han intervenido en 1.516 actos oficiales.
Diseñador español
Tambiñen con absoluta disciplina, la prometida del Príncipe asumió en aquellos primeros tiempos de andadura el deber de cambiar su imagen, dar un vuelco a su estilo, para convertirla en el arquetipo que la gente, en general, tiene de una princesa. Ella no pertenecía al tipo de periodista descuidada, que no da importancia a la ropa sino que era consciente de que el aspecto de una persona que sale en imagen es importante. Le dieron un consejo: que eligiera un diseñador. Ella sólo tenía claro que debía ser español, sobre todo después de las críticas recibidas por el traje pantalón blanco que llevó en la pedida de mano que firmaba Armani, un modisto extranjero. La Infanta Elena le habló de Felipe Varela, cuyo taller estaba en los bajos de la casa en la que vivía entonces. Y Varela fue el elegido por Letizia. Aunque encargó los trajes de noche a Lorenzo Caprile, modisto del traje de novia de la Infanta Cristina. Y el de novia, a un clásico de la costura española: Pertegaz.
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