José Antonio Vera

No hay paraíso sin Puigdemont

Censura como con Franco, pero peor: censura disfrazada

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante un encuentro con los participantes de una reunión acerca del conflicto entre Palestina e Israel, en el Palacio de la Moncloa, a 13 de septiembre de 2024, en Madrid (España). Al encuentro, celebrado bajo el título 'Reunión de Madrid: por la aplicación de la solución de los dos Estados', han asistido ministros tanto árabes, pertenecientes al Grupo de contacto árabe-islámico para Gaza, como europeos para consensuar medidas para impulsar el diálo...
Pedro Sánchez en su recibimiento a los participantes de una reunión acerca del conflicto de Palestina e IsraelA. Pérez MecaEuropa Press

Desde que nos intentaron vender la burra de que lo firmado entre Cerdán y Junts en Suiza era un pacto de legislatura, el Gobierno no ha parado de tragarse sapos de votaciones tumbadas por los puigdemones en el Congreso.

Un gran pacto de legislatura, sí, o al menos eso decían Bolaños y Patxi López. El resultado del pacto, a día de hoy, no está mal: treinta y cinco veces en total, según Rufián, Junts le ha dado ya calabazas a nuestro alabado presidente, de modo que por eso el portavoz de ERC se atrevió a avisar a Sánchez de que no se descuide lo más mínimo, porque «un fantasma recorre el hemiciclo», vestido con los ropajes de la derecha de toda la vida, y que obedece a las siglas PP+Vox+Junts.

No tendría nada de particular que fuese así, pues por mucho que el líder socialista se empeñe, el partido de Puigdemont nunca ha sido ni progresista ni sanchista, sino que representa a la burguesía catalana de toda la vida, la de Pujol y la de Mas, o sea, a empresarios, emprendedores y comerciantes nada interesados en el socialismo pedrista.

No se quieren enterar, pero Puigdemont lo dijo claro, en catalán pero claro: los siete votos hay que ganárselos cada día, en cada votación, dándole a Junts cuanto pide sin opción a escabullirse.

Lo volvió a recordar ayer el diputado del prófugo Josep María Cruxet: «Esto es muy fácil, o cumplen o derrotas». Y como no cumplen, derrotas. Con la advertencia de «game over» esparcida previamente en castellano en el Senado por Albert Pujol: «Ni café para todos ni calimocho fiscal.

Queremos un avión, no un Seat 131». Pero ellos no lo quieren ver, e insisten en llamar «progre» al desertor, por mucho que la progresía de Puigdi consista en ser supremacista y en oponerse a la inmigración tanto o más que Vox.

Da igual. Es como lo de los americanos: los dictadores son buenos cuando son los nuestros. O sea, el de Arabia Saudí, por ejemplo. E incluso Maduro, cuando decidió Biden blanquearlo atenuado las sanciones al petróleo venezolano, o Kamala lamala apoyando el indulto al testaferro del presidente venezolano, juzgado en Miami a la sazón.

Todo depende de los intereses del momento. Es bueno si nos beneficia. Y Puigdemont es progresista no porque sea progre, sino porque hay que vestirlo de progre para poder justificar que pactamos con alguien que pidió el apoyo de Putin para independizar Cataluña.

Putin es malo, pero el del flequillo es un progre que apoya un gobierno de progreso. En fin, cáiganse ya del naranjo: Puigdemont nunca ha sido progre. Ni quiere serlo. Lo único que quiere es cobrar por cada uno de los siete votos que hay que comprometer en cada votación.

Y si no cobra no hay votos. Sin Puigdemont no hay paraíso. No hay apoyo en la vivienda ni en los presupuestos ni en la censura previa que Sánchez pretende instaurar.

Censura como con Franco, pero peor, pues se trata de una censura disfrazada. Sánchez aprovecha lo de Bruselas para blindarse frente a la molesta Prensa, recortando un derecho tan sangrado como el de la información. Y Puigdemont no va a jugar a eso.

No porque sea más demócrata que Sánchez, que no lo es, sino porque su guerra es otra. Le da igual que le llamen ultra o votar con el PP y Vox. No tiene remilgos como Ortuzar, que se avergüenza del origen tradicionalista del PNV.

A Puigdemont solo le interesa la independencia de Cataluña. Y es lo que le está comprando a Sánchez, a cambio de mantenerlo en la Moncloa.