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Espionaje

En la piel de un espía: «Me dieron mil euros extra por conseguir la clave de la caja fuerte de un embajador árabe»

LA RAZÓN habla con «Tundra», un espía reclutado y formado por el Cesid –predecesor del CNI– que se infiltró en los años ochenta en círculos de extrema izquierda, más tarde en comunidades islámicas y, finalmente, en las filas de la inteligencia marroquí en España

«La Estrella» de Madrid. Vista aérea del edificio que alberga el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), llamado así por su diseño geométrico en forma de «Y»
«La Estrella» de Madrid. Vista aérea del edificio que alberga el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), llamado así por su diseño geométrico en forma de «Y»larazon

«No pretendo sino hacer valer un trabajo importantísimo para la seguridad y la libertad que, necesariamente, se mantiene siempre en el territorio de lo secreto y lo oculto». El que pronuncia estas palabras es «Tundra», pseudónimo del «Agente Oscuro» (Galaxia Gutenberg), colaborador del CNI y protagonista de este libro autobiográfico anónimo.

«No pretendo sino hacer valer un trabajo importantísimo para la seguridad y la libertad que, necesariamente, se mantiene siempre en el territorio de lo secreto y lo oculto». El que pronuncia estas palabras es «Tundra», pseudónimo del «Agente Oscuro» (Galaxia Gutenberg), colaborador del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) y protagonista de este libro autobiográfico anónimo. Cuando aún era un joven estudiante se infiltró en un grupo de extrema izquierda en una ciudad española. Posteriormente lo haría en oratorios, mezquitas radicales y comunidades musulmanas, en concreto en las denominadas Tabliq, y, finalmente, se dedicó al contraespionaje y se infiltró en el servicio secreto marroquí, en la Dirección General de Estudios y Documentación. Su identidad es una incógnita. A día de hoy, el único nombre que figura en la portada de este ejemplar es el del autor del prólogo, el periodista español Ignacio Cembrero, experto en el Magreb y Oriente Próximo, con una dilatada experiencia en medios de comunicación. «Fue idea suya. Me confesó que trabajaba para un servicio de inteligencia y me dio alguna prueba. Al poco tiempo regresó con un manuscrito en el que me contaba su vida», explica el periodista. A día de hoy, solo Cembrero sabe quién se esconde bajo el pseudónimo de «Tundra», el alias que utiliza en el libro. «Creo que nunca dejé de ser yo en ninguno de los ambientes hostiles en los que me movía. La naturalidad es fundamental para la infiltración», describe en exclusiva el autor de las memorias a LA RAZÓN. «He tenido que expresar opiniones con las que no estoy de acuerdo y he fingido alegrías o penas por cosas que en realidad me daban lo mismo», asegura. Su misión es estar pegado a la calle y parecer ser quién no es. Le captaron porque tenía acceso a información de interés para la Agencia y por las personas con las que se relacionaba. Reconoce que en un Estado de Derecho como el nuestro, el funcionamiento de las agencias de información se basa en favores y recompensas que «no siempre tienen que ser económicas». De hecho, insiste en que «hay que rendir mucho» para vivir solo del espionaje. A lo largo de su carrera se ha enfrentado a grandes dificultades y, sobre todo, a la tediosa labor que supone ser un personaje distinto. Ha modificado su aspecto en según qué entornos, con chilabas, ropas andrajosas o trajes claros, y ha recurridoa distintas personalidades en función de la misión que le encargaban. En cierto modo ha tenido distintas vidas a lo largo de la suya. Fue en su última etapa en el CNI, cuando se dedicaba al contraespionaje. Entonces le pidieron hacer lo más alegal: participar en la expulsión, bajo amenaza, de un imán que propagaba el odio y el radicalismo. «Le dije que tenía que abandonar el país de inmediato o habría un registro en su casa y aparecería una importante cantidad de heroína en su domicilio. Fue un auténtico farol. Agarró los billetes de ida que le ofrecí y desapareció para siempre. Fue una de las misiones más divertidas y gamberras», reconoce. Sin embargo, si tiene algún problema con la Justicia, nadie responderá por él. Su nombre no figura en ningún registro. Es invisible. Es lo que se conoce como colaborador de la agencia del CNI. Sus servicios se pagan en negro y sin dejar pista ni rastro. Se encarga del trabajo sucio, ese que roza la legalidad. «Me pagaron siempre en función de la información que conseguía. También el esfuerzo y el tiempo que requería acceder a esa información era recompensado. Por conseguir una clave de la caja fuerte del despacho de un embajador árabe me dieron mil euros extra», confiesa.

Un servicio «atípico»

En la Segunda Guerra Mundial, la madrileña cafetería Embassy fue el lugar de encuentro entre los espías alemanes, británicos y españoles. En la era del 5G, la tecnología, el pinchazo de los teléfonos, el «hackeo» de los ordenadores es clave pero no lo es todo. El espionaje sigue necesitando de ese trabajo silencioso de los agentes de campo. Dada la todavía fuerte relación que existe entre el CNI y los militares
–la agencia se nutrió con personal que provenía del Servicio Central de Documentación (SECED) y del Alto Estado Mayor en sus inicios y está dirigida por el general Félix Sánz Roldán que abandonará los servicios secretos el próximo 5 de julio tras diez años al mando–, la lealtad y neutralidad están entre sus señas de identidad. Para el periodista Ignacio Cembrero, el retrato que hace el autor de las memorias del CNI «deja muy bien» a la Agencia porque retrata a un servicio «preocupado» por la seguridad de los españoles y le describe como una organismo de espionaje «con rostro humano». En su opinión, «hace un descripción muy positiva que contribuye a revalorar su imagen». Respecto a su naturaleza y eficacia, Ignacio Cembrero destaca que el español es un servicio «atípico» en comparación con los extranjeros porque «abarca el espionaje y contraespionaje». Sobre su eficiencia, el periodista se remite a unos documentos publicados por el ex agente de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) y la Agencia Central de Inteligencia (CIA), Edward Snowden, en los que «aparece bien valorada por los demás servicios europeos». Sin embargo, algunos presuntos errores recientes como la huida del ex presidente de la Generalitat Carles Puigdemont a Bruselas o el hecho de no encontrar las urnas para celebrar el referéndum ilegal en Cataluña, ensombrecen su gestión. Sobre estos episodios, el periodista prefiere guardar silencio: «No tengo opinión sobre esto», subraya. Para España, como para el resto de los países de nuestro entorno, el ciberespionaje es la mayor amenaza para la seguridad nacional. Los servicios de inteligencia occidentales observan un importante crecimiento del ciberespionaje económico, teniendo su origen en estados y empresas, especialmente dirigido contra las industrias de los sectores de defensa o alta tecnología. Prueba de ello es que la ciudad estadounidense de Baltimore (Maryland) lleva desde el pasado 7 de mayo bloqueada. Toda su red está en mano de «hackers». Para Cembrero –sin asociarlo con este suceso–, en la actualidad el país más puntero en todo lo relacionado con ciberataques es Rusia, «sin lugar a dudas» y, en cuanto al desarrollo de tecnología para llevar a cabo el espionaje señala a EE UU. Para «Tundra», nuestro agente, las mujeres y hombres que espían para nuestros servicios de inteligencia «son los mejores en habilidades humanas, en la capacidad de empatizar con el objetivo, en audacia para colocarse en sitios, en picaresca y reconocidos en criptología. Pero sobre todo, y por lo que he conocido, lo nuestro es el cumplimiento de la legalidad y el patriotismo: muy raros casos hemos sufrido de agentes doblados con el enemigo». Rasgos que él reúne y que le sirvieron para justificar sus largas ausencias en casa y esa doble vida un tanto esclava que con estas memorias trata de explicar.

«El agente oscuro»

Anónimo

GALAXIA GUTENBERG

192 páginas,

18,50 euros