Crisis del PSOE
El ocaso que empezó en el Santo Mauro
Zapatero, Díaz y Puig se reunieron en un hotel madrileño sólo un mes después de haber aupado a Sánchez : «Nos hemos equivocado»
Zapatero, Díaz y Puig se reunieron en un hotel madrileño sólo un mes después de haber aupado a Sánchez : «Nos hemos equivocado».
Pedro Sánchez tiene su sede de primarias en el barrio de Chamberí, en la calle Marqués de Riscal. A escasos metros, se alza el Hotel Santo Mauro, propiedad del empresario Antonio Catalán que se define como «anti-PP» y que hace gala de su amistad con el ex presidente Zapatero. Allí, tras las vacaciones de 2014, un mes más tarde del Congreso que aupó a un desconocido diputado madrileño a la secretaria general del socialismo español, alcanzando el 49% de apoyo, empezó a fraguarse el descontento. «Pedro es una fábrica de hacer enemigos», dijo por aquellos días un dirigente socialista. Susana Díaz, Ximo Puig, José Luis Rodríguez Zapatero, Carme Chacón, Tomás Gómez, José Blanco, todos los que le habían encumbrado a la dirección del PSOE se dieron cuenta de que «nos hemos equivocado». Sánchez sólo era conocido por ser uno de los «chicos» de Pepe Blanco y empezó a moverse en la Conferencia Política de 2013.
Todos le habían apoyado en detrimento de Eduardo Madina. Susana Díaz no quiso presentarse, ni tampoco apoyar la candidatura de su amiga Carme Chacón, y se distanció del diputado vasco porque «forzó las primarias», como recogen las crónicas de esos días. Además, Eduardo Madina parecía estar bajo la égida de Alfredo Pérez Rubalcaba, lo que no agradaba a Díaz que estaba enfrentada con el ex secretario general desde el congreso de Sevilla que ganó por una docena de votos. Descartado Madina, y nonata la malograda Carme Chacón, Díaz apoyó, sin fisuras, a un Sánchez que ganó gracias a los votos andaluces.
Sólo un mes después, sus apoyos se resquebrajaron en la conjura del Santo Mauro. Sánchez, en contra del acuerdo, no se conformaba con ser secretario general. Quería ser candidato a la presidencia del gobierno, les gustara o no a sus apoyos. Una entrevista de Susana Díaz en «El País», en octubre de 2014, puso luz y taquígrafos al conflicto que empezaba a gestarse. Un mes después, el conflicto se agudizó en la primera reunión del Consejo Político Federal, que reúne a todos los barones socialistas. El cónclave se hizo en Zaragoza porque Susana Díaz exigió la reunión, a la que no asistió el líder catalán, Miquel Iceta.
El pulso de Díaz fue contestado por Sánchez que exigió a la líder andaluza la cabeza de Manuel Chaves y José Antonio Griñán si eran imputados en el caso de los ERE. Díaz accedió de mala gana, su actuación le granjeó la enemistad de sus antecesores, y desató el conflicto de forma definitiva. Para añadir aliño a la situación, Sánchez «iba a lo suyo», llamando a Sálvame para arremeter contra el Toro de la Vega, participando en programas como El Hormiguero o Planeta Calleja, y haciendo declaraciones que dejaban atónitos a sus correligionarios como su petición de funerales de estado para los asesinatos de violencia machista o la supresión del Ministerio de Defensa.
La tensión lejos de amainar arreció con el golpe de estado que Pedro Sánchez dio en Madrid. Tomás Gómez fue fulminado. Con este movimiento, realizado de la mano de «El País» que colocó a un miembro de su Consejo Editorial como candidato a la Comunidad de Madrid, el Catedrático Ángel Gabilondo, Sánchez pretendía equilibrar las fuerzas. Frente a Andalucía, Castilla La Mancha, Extremadura y Valencia, oponía Madrid, Cataluña, La Rioja, Castilla y León, Navarra, Baleares y Galicia. En Castilla y León y Galicia, Sánchez utilizó la vía de la gestora para hacerse con el control de federaciones. Utilizó la mano dura para oponerse al sector crítico, cada día más «cabreado» con su secretario general. Unas formas de las que ahora abomina. Por eso, Sánchez también intentó descabalgar a Ximo Puig de la federación valenciana. Puig se enfrentó y eso le costó que Sánchez le montara un contrapeso, el líder de la provincia de Valencia, José Luis Ábalos.
El tira y afloja se dio una tregua ante las elecciones municipales y autonómicas. Fue el primer resultado «histórico» de Sánchez que lejos de hacer una autocrítica se atrincheró en Ferraz. En ese momento, el diálogo con los dirigentes territoriales pasó de poco a nada. Esta falta de diálogo, cuando no animadversión, le llevó a enterarse por los periódicos del adelanto electoral de Díaz en Andalucía. En ese momento, la fractura era ya toda una realidad. Sánchez se presentó a las generales y forzó las listas en todo el territorio con el objetivo de controlar el grupo parlamentario, lo que agravó las relaciones internas. La derrota «histórica» de las primeras generales agudizó un malestar que fue in crescendo tras los intentos de Sánchez de llegar a La Moncloa con un pacto con Podemos y Ciudadanos, con el apoyo de los independentistas catalanes. Sánchez siempre negó este apoyo, pero el lenguaraz Francesc Homs desveló contactos en una entrevista, que fueron desmentidos a toda prisa.
Con las espadas en alto, Sánchez volvió a presentarse como cabeza de cartel. El fracaso fue estrepitoso, pero de su boca no salió ni una sola autocrítica. A pesar de la campaña de gallegas y vascas, dónde cosechó su enésimo fracaso, Sánchez preparó el terreno para perpetuarse al frente del partido e intentó de nuevo el encaje de bolillos para hacer un gobierno alternativo, o forzar unas nuevas elecciones. Sus críticos, con Susana Díaz al frente, dijeron «basta». El aciago 1 de octubre, con más de la mitad de la ejecutiva dimitida, con urnas tras biombos y cortinas, perdió una votación. No para consultar a la militancia la abstención a un gobierno de la derecha. Para perpetuarse en el poder. Los críticos le ganaron la votación y dimitió. Ahora ha vuelto y mantiene el pulso en unas primarias de resultado incierto en el que se enfrentan no sólo dos candidatos, sino dos modelos de partido, de estrategia y de línea política. Sólo han transcurrido dos años y 10 meses, pero para la militancia socialista es toda una eternidad.